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►Maestra y psicopedagoga. Asesora pedagógica de la Escuela Infantil Aire Libre de Alicante

«Estaciones de aprendizaje»

Niños, disfrutando de juegos en el patio de la escuela.

Acaba de llamarme por teléfono un maestro joven con una voz muy simpática y amable. Me ha comentado que le habían facilitado mi número de teléfono en el Centro de Profesores de su pueblo, porque, según me ha dicho, en su escuela estaban buscando un ponente que les hablara de «Estaciones de aprendizaje».

Le he pedido que me lo repitiera por si no lo había oído bien y ha vuelto a decir: «Estaciones de aprendizaje». Entonces he sonreído haciendo una brevísima pausa casi imposible de advertir, pero que él ha captado hábilmente desde lejos. Y con gran delicadeza y discreción ha añadido: -Bueno, si es que este tema entra en tu especialidad… He aprovechado enseguida para decirle: -Pues no, la verdad es que no sólo no entra en mi especialidad, sino que no tengo ni la menor idea de lo que son las «estaciones de aprendizaje». -Ah, pues, disculpa que te haya molestado, ha dicho, y se ha despedido.

Nada más colgar el teléfono, he puesto en Google «estaciones de aprendizaje» y he descubierto que el asunto consiste en que los alumnos trabajen sobre un tema que estará «fragmentado» y tendrá diversas actividades a realizar situadas en diferentes espacios de la clase, a los que llaman «estaciones de trabajo»: mesas, sillas, esquinas, puertas…

Como fundamentos de esta metodología ponen «los descubrimientos de las neurociencias sobre la motivación» y como ventajas indiscutibles dicen que sirven para trabajar de forma individual, pero que también pueden favorecer la cohesión grupal y el clima de confianza en la clase. Además de servir de repaso y evaluación. Sin olvidar que los alumnos que necesitan movimiento, por tener necesidades educativas especiales, (como los que están diagnosticados de TDH), se sentirán muy favorecidos. O sea, que estas estaciones sirven para todo. Impresionante.

Me he quedado perpleja. Otra metodología maravillosa disfrazada de novedad y eficacia que circulará probablemente por seminarios y cursos, hasta llegar a los maestros y las escuelas con deseos de innovación. Para mí es increíble que una simple secuenciación de contenidos, que es algo que todos los maestros conocemos, adquiera la categoría y consistencia de una metodología por obra y gracia del marketing pedagógico, de la moda, del bulo y del ansia de novedades.

Yo me imagino una clase con «estaciones» como una especie de recorrido en el que los niños, como si fueran subidos en un tren, y armados con sus lápices, sus gomas y sus cuadernos, van parándose en las diversas «estaciones», para trabajar unos contenidos secuenciados y divididos en tareas. Eso sí, al ritmo del chachachá del tren, que seguro que es de lo más atractivo y estimulante.

En la época del confinamiento me acometió otro asombro básico parecido a éste. Fue cuando vi anunciada una charla que se llamaba: Juego consciente y aceites esenciales. Nada menos. Aquello me sirvió para reír y comentar. Esto de hoy me ha hecho otro efecto, me ha puesto a pensar.

Y es que viene siendo cada vez más frecuente que alguien, generalmente del ámbito universitario o del mundo editorial, se invente metodologías que se anuncian con todos los tópicos pedagógicos del momento y que suelen ofrecer inacabables méritos para toda clase de alumnos y de problemáticas. Las inventan en un despacho (sin apenas comprobar su efectividad en los niños), las bautizan con la mayor gracia que pueden y las venden, últimamente a través de Internet. Los maestros, deseosos de mejorar y de no quedarse atrás, se esfuerzan por ir conociendo las novedades y se deciden a probarlas, previo pago, desde luego, de un buen dinero.

Se venden muchísimas cosas, no siempre útiles: grandes programas de planificación global del centro, programas de educación inclusiva, de lenguaje no sexista, de gestión de conflictos, de abordaje del acoso escolar, de educación emocional, de acción tutorial, de relaciones con las familias, de nuevas tecnologías, de educación artística, etc. Parece que la cesta de la compra que aparece en tantos productos a adquirir, se ha hecho extensiva ahora al terreno pedagógico. Como si las buenas teorías y las buenas prácticas se pudieran comprar enlatadas y aplicar sin más ni más. Como si cualquier cosa sirviera para aprender. Como si los acontecimientos que pasan en el aula no tuvieran que atravesar el corazón de los maestros y de los niños.

Me pregunto si no sería mejor que mirásemos lo que ocurre en nuestras aulas, que intentáramos conocer bien a los niños y a las niñas, y que nos inventáramos nosotros mismos las maneras de llegar hasta ellos y facilitarles el aprendizaje.

Me pregunto si no sería mejor que nos formásemos leyendo a los maestros de la Pedagogía y la Psicología, tanto antigua como moderna, para ir profundizando verdaderamente en los significados de la relación educativa. Me pregunto si no sería mejor hacer un poco de introspección para entender qué aspectos nuestros se ponen en juego en las vinculaciones con los niños y sus familias, y así poder afinarlos, controlarlos y renovarlos.

Me pregunto si no sería mejor visitar las clases de otros maestros y aprender de ellos.

Me pregunto qué es lo que ocurre en esta sociedad y en este momento histórico, en el que parece que todo, hasta la manera de estar en la escuela, ha de ser dictada por otros y ha de pasar muy deprisa, superficialmente, sin la suficiente reflexión, autonomía y creatividad, sin ponernos en juego como personas y como profesionales.

Dependemos en exceso de las normativas, del tiempo, del consumo, de las exigencias exteriores, de las demandas de innovación, de las inercias antiguas y las manías modernas. Y entre todo este maremágnum, nos perdemos a veces sin diferenciar el fondo de la forma, lo genuino de lo teñido de novedades efímeras, la paja del oro.

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