Sobre ellos ha recaído buena parte de lo más ingrato de esta pandemia. Inmersos en un escenario de incertidumbre y miedo, han tenido que sacar fuerzas de flaqueza para no faltar a su cita diaria con la muerte en unas condiciones y dimensiones nunca vistas. De ellos dependía la recogida del reguero de víctimas que en su devastadora expansión iba dejando el covid. Con todo, no era lo peor. Lo más duro ha sido hacer entender a las familias que no podían despedirse del ser querido que acababan de perder.

En ello coinciden sin matices todos los trabajadores de servicios funerarios que hablan en este reportaje. Pero hasta con eso han podido tirando de empatía y de una vocación de servicio merecedora de un reconocimiento público que no ha llegado. Ni eso ni las vacunas para un colectivo sobre cuyo riesgo de contagio, por la proximidad al virus, no caben muchas dudas.

Aun siendo considerados trabajadores esenciales, se sienten los grandes olvidados de esta crisis sanitaria en la que, a diferencia de lo que ha ocurrido con otros colectivos, nadie les ha aplaudido ni les ha dado una palmada de gratitud en la espalda.

«Es duro que no te reconozcan tu trabajo cuando no hemos parado desde el 13 de marzo del año pasado, aunque con el agradecimiento de las familias tenemos suficiente». Lo dice sin acritud aunque no sin un cierto resquemor Esmeraldo Quinto, delegado en la zona sur de la provincia de ASV, la compañía de servicios funerarios que dispone de casi una treintena de centros de la Comunidad, 22 de ellos en Alicante, y que da empleo a alrededor de 400 de personas. «Unos trabajadores que han dado más de lo que se les podía exigir, que han tenido que desempeñar tareas distintas de las que eran las habituales y que todos los días se iban a casa con la dificultad de desconectar después de ver tanto dolor y el miedo a infectar a sus familias», apunta.

Arriba: Esmeraldo Quinto (Delegado ASV Zona Sur), Antonia Espadas (mantenimiento y limpieza) y Ángeles López (funeraria); abajo: María del Carmen Martín (asesora y atención de familias), Rafael Martínez (responsable de servicios) y Gema María Ortega (asesora y atención de familias).

Un temor que, por fortuna, no se ha visto reflejado en el nivel de contagios: dos censados en el ámbito laboral al margen de cuarentenas preventivas y las sobrevenidas por contactos con positivos en el entorno personal.

Destaca Quinto las medidas de protección implementadas por la empresa con hasta 33 revisiones del protocolo de trabajo. «Nosotros desde el primer momento hemos ido provistos con los equipos de protección mientras te encontrabas que quienes te entregaban el cadáver lo hacían con un pijama, una mascarilla y unos guantes». Pero eso no fue óbice para que haya habido quien no lo ha podido soportar. «Hay que ser muy respetuoso con la persona que tiene miedo», precisa.

Gema María Ortega no es precisamente una miedosa. Azafata de vuelo antes que asesora de servicios funerarios en el tanatorio de Torrevieja, donde lleva desde 2014, no entiende «que se nos tenga en menos consideración que a los cajeros de supermercados o los gasolineros. Es injusto que siendo un sector esencial hayamos sido el más olvidado. Somos imprescindibles para dar, pero no para recibir», se queja.

Aun así, eso no ha mermado lo más mínimo su dedicación a las familias cuando precisamente más lo necesitaban. «Perdí a mi padre con 15 años y como entonces no encontré quien me apoyara y me diera calor, ahora lo doy yo». Aunque con la dificultad, en lo más duro de la pandemia, de hacerles entender que no era posible el adiós, lo que no todos comprendían. Sobre todo al principio.

Después, cuando la presión sanitaria comenzó a bajar, se fueron permitiendo las despedidas en capilla con el féretro cerrado y también ha habido quien ha optado por la retransmisión del funeral por streaming o sirviéndose del móvil, como hizo un pastor evangélico.

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El olvido de los imprescindibles: nadie se acuerda de los trabajadores de los servicios funerarios Alex Domínguez

Unos cambios provocados por esta crisis que han tenido un impacto directo en el negocio. En un 4% cifra ASV el descenso en la facturación por servicios que se han dejado de prestar (el uso de las salas para los velatorios, las ceremonias...) a lo que se suma el gasto en medidas de protección. El mismo porcentaje en que la empresa calcula que se ha incrementado la actividad por el aumento de los fallecimientos.

Sostiene Gema que, pese al drama que estamos viviendo, «esta pandemia solo la han entendido aquellos a los que les ha tocado de cerca». ¿Su momento más duro? «El de una familia que perdió al padre y a la madre con días de diferencia». ¿Su angustia? «Llevarme el virus a casa porque tengo tres hijos, uno de ellos con patologías». Pero no ha ocurrido.

Su homóloga en el tanatorio de Orihuela, María del Carmen Martín, se ganaba la vida organizando viajes antes de dedicarse a ayudar a las familias a encarar el último de sus seres queridos. «Durante este año la atención ha sido la misma, pero por teléfono, que es más difícil. Estar cara a cara ayuda a transmitir confianza», explica.

Comparte el pesar general por la falta de visibilidad del trabajo que se desempeña en este sector. «Somos esenciales y no nos han tratado bien, ni siquiera hemos tenido el reconocimiento público cuando hacemos una labor social muy importante», relata serena. «Y en estos momentos en que al dolor de la muerte se ha sumado el de no poderse despedir era básica esa función de apoyo a las familias. Es un trabajo bonito que no está reconocido», recalca. ¿Y cómo se hace para no llevarse a casa todo ese dolor? «Desconectar, como en cualquier trabajo». Eso y, como apunta Gema, «valorar cuando llegas lo que tienes allí , que tu familia está sana...». Y para los que con eso no tienen suficiente, la empresa dispone de un servicio de apoyo psicológico, de gestión de emociones, tanto para las familias de los difuntos como para los trabajadores.

Ángeles López, con veinte años de experiencia en los servicios funerarios y los últimos tres dedicada a la recogida y el traslado de los cadáveres, reconoce que en varias ocasiones se ha ido llorando a casa e incluso ahora, cuando relata su experiencia, no puede evitar que se le humedezca la mirada. «Era muy violento llegar a un domicilio y en un momento llevarse el cuerpo, o que el hospital te lo entregaran en un sudario y ya no se podía hacer nada».

Con todo, asegura que nunca ha escuchado una mala palabra ni ha tenido una experiencia desagradable. «Lo peor era ver a esa gente que no se podía despedir y ni siquiera se quejaba. Era muy doloroso».

A diferencia de sus compañeros, a ella no le preocupa que no hayan reconocido la labor que realizan. Tiene una teoría para explicarlo: «A la gente no le gusta hablar de la muerte. No nos educan para eso».

Esta funeraria, que confiesa que al principio tuvo miedo pero que ahora espera la vacuna «cuando me toque», cuenta cómo el virus dio un vuelco a su trabajo. La preparación del cadáver para que sea velado, otra de sus funciones, carecía de sentido en unos enterramientos o incineraciones (el covid no ha alterado las preferencias) sin funeral ni asistentes.

De estos meses de vértigo el responsable de organizar la ejecución de los servicios en el tanatorio de Orihuela, Rafael Martínez, destaca «la apuesta de la empresa por la seguridad con medidas que iban más allá de las que marcaba la ley». Martínez, a quien la crisis del ladrillo le abocó a una actividad en la que ahora se mueve como pez en el agua, admite que el estrés, el cansancio y el miedo a contagiar a los suyos estaba presente, pero también que la ayuda que se prestaba a la familias y su agradecimiento lo compensaba todo. «Además de que yo creo que la sociedad se ha hecho más consciente de que somos esenciales».

No en vano ASV ha tenido que reforzar su plantilla en la Comunidad con hasta una veintena de personas más en los momentos más duros de la pandemia. Gracias a eso, y a la amplia red de centros de que dispone, se ha podido cubrir un servicio que en otros puntos del país ha dejado imágenes dantescas.

Partidario también de que a los trabajadores de este sector se les hubiera inmunizado antes, Martínez sostiene que «la mejor vacuna es la que te pones» . Y a los negacionistas como Miguel Bosé «les recomendaría que fueran a visitar a una familia que haya perdido a alguien por el covid». Él confiesa con sinceridad que no habría sido tan consciente del peligro de este virus si en vez en trabajar donde trabaja lo hubiera seguido haciendo en la construcción.

De invisible a imprescindible

¿Quién le iba a decir a Antonia Espadas, 13 años limpiado tanatorios, que de invisible iba a pasar a imprescindible? Aparadora de calzado antes de llegar a este sector, el virus le ha cambiado buena parte de los productos que utilizaba para hacerlos más letales contra la suciedad. Admite que en este año ha sentido más miedo por lo que veía en la tele que al acudir cada día a su trabajo. Y que está obsesionada porque «se note la limpieza, porque eso transmite seguridad».