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Niños de hoy

Hagamos escuelas en las que se desee estar

Hagamos escuelas en las que se desee estar

Me preguntan qué sería adecuado que hicieran los niños y niñas de 0 a 6 años en la escuela infantil. Y para contestar a esta pregunta, he pensado hacer una visita a las aulas de mi escuela. Así que he entrado de puntillas, he olido a niño, he observado lo que ocurre por allí, he escudriñado la cotidianidad, he disfrutado el sentir de cada momento y he pensado de nuevo sobre todo ello. Necesitaba impregnarme de los ritmos, las palabras, los movimientos, las risas y los empujones de los niños. Necesitaba ver a los más pequeños rodar, gatear o hacer sus pinitos para ponerse de pie. Necesitaba escuchar sus balbuceos y verlos embobarse con sus manos, con las sombras, con los sonidos y con los labios de los demás. Necesitaba verlos hablar, dibujar, correr, reír, bailar, aprender… Necesitaba pisar escuela otra vez, volver a asombrarme, volver a admirar.

Y es que reflexionar acerca de la primera infancia requiere partir de los propios niños, de sus circunstancias y de sus necesidades. Por eso es tan importante no perderlos de vista; si no, nos podemos confundir y creernos que son «otros», que son distintos, que son más mayores de lo que son. Incluso podemos pensar que estamos hablando de «escolares», de «alumnos», o de «estudiantes», y no de esos pequeños en pleno crecimiento, impulso y explosión vital.

La división de la etapa «de cero a seis años» en dos partes: 0-3 y 3-6, en aras de una supuesta eficacia, ha originado todo un fenómeno de aceleración en las propuestas educativas, de desconsideración de las necesidades reales de los niños chicos y hasta de olvido de la tarea principal de esta etapa, que es acompañarlos a construirse como personas.

Todo el esfuerzo se pone ahora en los aprendizajes, para que los niños estén «bien preparados». De tal modo que los dibujos de los niños de tres años ya no son pseudo garabatos, como correspondería, sino que se basan en colorear siluetas o reseguir puntitos con letras o números (aunque no entiendan lo que están haciendo). Las clases de cuatro años están totalmente invadidas de los conceptos del currículum y las producciones de los niños de cinco años son sobre todo escritura, sumas o restas.

Y lamentablemente, estas prisas que abundan en el 3-6, se van contagiando al 0-3, donde se intenta «adelantar faena» llenando las paredes de las clases de letras vocales y donde se empuja a los niños a ser autónomos a base de puro adiestramiento, olvidando que ellos tienen otras muchas e importantes tareas en las que ocuparse. Han de solventar la añoranza que sienten al haber salido del hogar familiar, han de armar otros vínculos que los sostengan, han de habituarse a un lugar distinto a su casa, han de dejarse cuidar por otras personas. También han de encajar que la mirada de las maestras no será exclusivamente para ellos y que tienen que aceptar que no siempre podrán realizar de inmediato sus deseos. Además, claro, de tener que aprender a hablar, a controlar su cuerpo, a desplazarse, a comer y beber sin atragantarse, a probar alimentos variados, a masticar, a empezar a sensibilizarse con la belleza que aparece en los cuentos, en la naturaleza o en la música, a dar sentido a lo que les rodea. Muchas cosas para tan pocos años.

Por si faltaba algo, la industria editorial ha visto en estos niños pequeños un buen negocio y se ha dedicado a elaborar para ellos unas «fichas de trabajo», en las que ya está casi todo hecho, en las que triunfan los dibujos estereotipados que taponan la creatividad, en las que se trabaja en plano y no en volumen, como les correspondería a los pequeños, que lo que entienden y necesitan es tocar, explorar y sentir a manos llenas.

Al principio estas fichas eran para los niños de cuatro y cinco años, después las sacaron para los de tres, pero ahora ya hay fichas hasta para los niños de un año. Y lo que se propone en ellas son unas tareas tan imposibles e incomprensibles para los niños, que las tienen que hacer las maestras, o llevándoles la mano, o señalándoles dónde estampar o pegar lo que se les pide. Son tareas medio absurdas, que a la larga insegurizan a los pequeños, además de quitar tiempo a sus verdaderas ocupaciones: la exploración libre, el juego, el movimiento, el lenguaje y el tomar conciencia de sí mismo.

El periodo entre los cero y los tres años es un tiempo fundamental, un tiempo de procesos, de recopilación de experiencias, de apropiación del lenguaje, de control corporal. Un tiempo de pasar de ser un bebé a ser un niño pequeño, de hacerse un imaginario propio, de jugar, de conocer y conocerse. Es un tiempo de plantarse en el mundo desde la fragilidad y la inmadurez de una cría desvalida, cuyos recorridos vitales no deben ignorarse, ni apremiarse. Los niños 0-3 son pequeños.

El tramo entre los tres y los seis años es un momento de reconocimiento de la propia identidad y acercamiento a la de los demás, de iniciación a lo social, de descentración paulatina, de ejercicio de la autonomía, de apertura al saber, de ingreso en la cultura y la belleza, de disfrute al descubrir, de empezar a pensar, a argumentar, a comprender las normas y a producir creativamente. Pero los niños 3-6 también son pequeños. ¿Qué prisas nos corren? ¿Por qué los pensamos más grandes de lo que son? ¿Por qué este empeño en arrebatarles su momento primitivo, narcisista y mágico y transformarlos en escolares antes de hora? ¿Estamos haciendo una escuela que los acepta como son y escucha sus necesidades reales o una escuela que se mantiene sorda a las características de los niños pequeños? ¿Queremos lograr una escuela a la que los niños deseen ir o de la que deseen salir corriendo?

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