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La Cuarta Vía

Presos de aquella inoportuna imagen del ejército en la playa

Con la pandemia controlada y la vacunación avanzando a buen ritmo, el turismo necesita una promoción constante y certera de una Costa Blanca segura, la gran baza en la etapa poscovid

Benidorm es el municipio turístico más castigado por la crisis. | David Revenga

Constancia y puntería, los elementos clave para la promoción turística». La aseveración, más o menos literal, es del secretario autonómico de Turismo, Francesc Colomer, y forma parte de su corolario de frases cuando de definir la importancia del sector turístico se trata. Esta vez, el marco fue Fitur, hace una semana, y viene al caso porque llega en un momento en el que el sector en general, y la Costa Blanca en particular, se la juegan en este comienzo de la desescalada, que todos queremos que sea imparable, pero que hoy, a punto de arrancar junio, y a las puertas de la temporada alta, aparece marcada por la incertidumbre. El lunes, el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, se lo dijo a la cara al embajador del Reino Unido en España, Hugh Elliot. Le trasladó que la Comunidad Valenciana merece más el «verde» que, incluso, Canarias gracias al hasta ahora impecable control del covid -la mejor incidencia de Europa nos avala-. ¿Será el empujón definitivo? De momento oídos sordos y los turistas ingleses en las playas de Portugal.

Ojalá, créanme, porque turistas españoles aparte, un verano sin ingleses, por mucho que no sean los mayoritarios en julio y agosto, puede ser catastrófico por todo lo que acumula ya el sector. Pero volviendo a Colomer, ahora, más que nunca, necesitamos acertar en la promoción y dónde dirigirla. De nuevo, la puerta ha de ser la sede del Gobierno británico en Londres, porque la pandemia no solo nos castigó en forma de vidas humanas, sino que también nos cortó de raíz la estrategia promocional de esta tierra. Un año después, municipios como Benidorm siguen pagando no haber sabido frenar la imagen del Ejército patrullando por la playa de Levante y, esto fue responsabilidad directa del Consistorio, establecer «números clausus» para acceder a las la playas y tener a los turistas esperando al sol para acceder a un trozo de arena, sin saber si, incluso, si lo iban a lograr. Por eso hoy, tras catorce meses de ruina, no podemos volver a fastidiarla.

El modelo, nuestro modelo, debe servir para sacarnos del agujero, aunque, por supuesto, haya que echarle un pensamiento y olvidarnos de la obsesión de medir el éxito por el nivel porcentual de ocupación, por ejemplo. Pero, de momento, no hay quien lo cambie, y tampoco nos había ido tan mal con él, así que no le culpemos. La encuesta sobre el nivel de gasto que realizan los millones de turistas extranjeros que todos los años eligen las playas de la Costa Blanca para pasar sus vacaciones ratifica, edición tras edición -vamos a obviar esa dramática realidad de los últimos catorce meses marcada por la pandemia-, que nuestro modelo, de momento, no da para exigir los precios de la Costa Azul, algo conocido desde que en los 70 comenzaron a construirse los primeros hoteles en Benidorm, pero funciona. El entonces incipiente sector turístico, guiado por el maná que supuso el dinero que llegaba desde Gran Bretaña para la construcción de hoteles en una España donde el crédito bancario no existía, se dejó llevar por los turoperadores, esos que luego serían denostados pero que ahora esperamos como agua de mayo, que financiaron miles y miles de plazas con la condición de que se reservaran para sus turistas.

Eran trabajadores británicos a los que había que buscar una zona de veraneo, próxima a sus domicilios y barata. Así empezó y así sigue 50 años después. Un modelo que comenzó con los ingleses, pero que fue luego adaptándose a otros mercados como el propio nacional. Una estructura que, hasta ahora, necesitaba grandes cantidades de turistas para que saliesen la cuentas. Salieron entonces y siguieron saliendo hasta marzo del año pasado, como lo demuestra que la industria turística provincial mantenga 300.000 empleos al año y suponga el 15% del PIB.

La realidad del turismo extranjero en la Costa Blanca es la que es. Tres de cada cuatro visitantes extranjeros llegan a la Costa Blanca de los barrios industriales de Liverpool o Manchester con sueldos medio/bajos y en viajes organizados por mayoristas -las grandes cadenas van soltando también este lastre-, quienes, como empresas que son, tienen el objetivo de hacer la mayor caja posibles. Y ahí ha estado, en muchas circunstancias, el error del sector.

Haber sucumbido a la imposición de los precios, quizás no quedaba otro remedio, de unas mercantiles que ayudaron a crear el modelo pero que llevan 50 años cobrándose sus facturas. Aceptas mis precios y tarifas o me llevo los aviones a otros aeropuertos. Y así ha funcionado el sector durante años, condicionado por unas tarifas que marcaron el «ADN» y la propia tipología de muchos hoteles de playa diseñados para atender a grandes contingentes de visitantes que no exigen mucho pero tampoco están dispuestos a pagar mucho por la pensión completa.

Cierto que las cosas han cambiado en los últimos años y la relación calidad/precio del sector turístico de la provincia es imbatible, pero a costa del bolsillo del propio hotelero o restaurador, que prefiere sacrificar beneficios a perder unos clientes que comienzan a verse atraídos por otras zonas, Turquía y Túnez, donde los turoperadores utilizan las mismas tácticas que en el Benidorm en los años 70. Pero allí todavía todo está nuevo y suena muy exótico.

¿Mercados alternativos? ¿Apuesta por el turismo de lujo?... ¿Dónde los captamos? Los 4 millones de turistas británicos, más estibadores que lores, que nos visitan todos los años representan una cantidad de pernoctaciones muy difícil de encontrar en otros países de Europa, máxime cuando Alemania, la otra fábrica de crear turistas, tiene sus playas en Baleares y Canarias, no nos engañemos, pese a que para nada podemos olvidarnos de los 600.000 alemanes que visitan la Costa Blanca todos los años, por supuesto. Los rusos son inestables y la mayoría de los que vemos y escuchamos por las calles de la provincia son trabajadores que buscan en Alicante un futuro laboral. Y en cuanto a los nórdicos, con un alto poder adquisitivo, son pocos en número para suplir un mercado tan potente como el británico. Un cliente barato pero fundamental para la economía turística de la provincia de Alicante.

De momento y pese a que ya suenan vientos de cambio en el sector, hay que ser realistas y trabajar con lo que se tiene dándole calidad (poca queja tienen los turistas británicos cuando están como en casa a 25 grados), y sólo así se podrá intentar aumentar la rentabilidad. Pero, insisto, el modelo es el modelo y es complicado que un británico de los que llega a la Costa Blanca se salga del guión presupuestario que se marcó a la hora de elegir el hotel donde pasará sus vacaciones, y que, en la mayoría de los casos, no incluye la visita a un templo gastronómico o a El Corte Inglés. A veces ni incluso pisarán la gratuita playa pudiendo estar en la piscina del hotel.

Es lo que hay y gracias. Si algún día los ingleses no pueden tomar vacaciones, el efecto -a la vista está- para el turismo sería letal y si no eche un vistazo a los números que nos ha dejado la pandemia. Diez mil millones de euros de pérdidas, el 70% de los hoteles aún cerrados y 25.000 familias con su día a día pendiente de un ERTE, una tirita social y económica que no puede ser la solución, aunque ahora mismo celebremos que se estiren hasta septiembre o, quien sabe, final de año. De momento, vamos a confiar en que antes de julio cambie el color del semáforo y llegue el «verde». Ahora mismo, es nuestra esperanza, la que identifica el dichoso color.

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