Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Las UCI de la provincia tras la tormenta covid

Los hospitales vacían sus unidades de críticos tras llegar a atender a la vez a 258 pacientes - Los sanitarios, entre el alivio y el estrés por lo vivido

15

Los hospitales vacían sus unidades de críticos tras llegar a atender a la vez a 258 pacientes David Revenga

José María Carrasco tiene grabado a fuego el 17 de marzo de 2020. Apenas hacía tres días desde el inicio del estado de alarma, cuando el Hospital Comarcal de la Marina Baixa recibió al primer paciente crítico con una neumonía bilateral causada por el covid-19. Eran las primeras gotas que anunciaban el chaparrón que estaba al caer. «En cuatro días se nos llenaron las doce camas con pacientes intubados. Y, a partir de ahí, no nos quedó otra que estabilizar a todos los pacientes que nos seguían llegando para, después, trasladarlos a otros hospitales, porque no teníamos más capacidad», rememora el jefe de servicio de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de este hospital. Ni él ni ninguno de sus compañeros olvidarán tampoco el jueves de la semana pasada, cuando dieron el alta al último paciente covid que permanecía ingresado en esta unidad. «Cuando se marchaba salimos todas a aplaudirle, a celebrarlo, como hacíamos al principio», relatan algunas de las enfermeras y auxiliares. Entre ambas fechas median 429 días y151 nombres. 151 historias, las de todas y cada una de las personas a las que el coronavirus llevó a esta unidad, muchas de las cuales no volvieron nunca a casa al no poder superar las complicaciones de la enfermedad.

Tras semanas intensas, largas, inciertas, de inseguridad, agotamiento, soledad, tras semanas duras, muy duras, las UCI de casi todos los hospitales alicantinos comienzan a recobrar estos días su actividad normal tras quedar «limpias» de SARS-CoV 2. La tormenta amaina, con solo cinco pacientes críticos ingresados en toda la provincia, tras llegar a atender de golpe hasta 258 en el pico de la tercera ola. Los sanitarios reconocen sentir alivio, aunque es difícil encontrar alguno que no acabe soltando una lágrima cuando rememora todo lo que han vivido en los últimos quince meses. Miedo, rabia, tristeza, renuncias, aislamiento, cansancio físico y mental, son algunas de las sensaciones que se repiten. Pero, sobre todas ellas, prevalece el sentimiento de piña, de equipo: «Sin la unión que ha habido entre todos los compañeros, sin la entrega total de todos y cada uno, habría sido mucho más difícil vivir todo esto», destaca Francis Martínez, la supervisora de Cuidados Intensivos en la Marina Baixa.

Parte del equipo de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de la Marina Baixa. | DAVID REVENGA

Volver a verse las caras

Al cruzar el umbral de la UCI de este centro sanitario, tras atravesar la puerta sobre la que reza la leyenda «Acceso restringido», lo primero que se percibe es la serenidad, la calma con la que se desenvuelve la plantilla. Desde agosto del pasado año hasta hace tan solo una semana no ha habido un día en el que médicos, enfermeros, auxiliares, celadores o personal de limpieza no tuvieran que enfundarse con ahínco un EPI para acceder a los boxes de los pacientes. Ahora, aunque se siguen tomando muchas, muchísimas precauciones, el ritual de colocarse bata, guantes, gafas, mascarilla y más guantes, se ha dejado de lado temporalmente, lo que les permite «vernos las caras entre nosotros y con los pacientes, algo que habíamos perdido hace mucho tiempo». De hecho, cuando el covid se apoderó de todas las camas de esta unidad, «llegó un momento en el que durante todo el turno estábamos todos con los EPIs puestos y no reconocías ni a tus propios compañeros», apuntan.

Aunque pueda parecer algo menor, este es uno de los grandes cambios que muchos sanitarios agradecen de esta «nueva normalidad» en la UCI. «Venir a trabajar sin pensar que vas a tener que vestirte con todo el equipo, sin tener que traer cuatro o cinco juegos de ropa interior de casa para cambiarte entera, porque cuando sales de un box sales empapada y tienes que irte directa a la ducha, es una liberación, explica la enfermera Pilar Seguer. Heridas y marcas en la cara por lo ajustado de las mascarillas o por las gafas de protección son otra de las marcas características que de inmediato identifican a quienes trabajan en la UCI, algo que ahora recuerdan casi entre risas pero que durante meses fue para ellos un suplicio.

La técnico en Cuidados Auxiliares de Enfermería Encarni Tello se acuerda del día en que llegaron los diez primeros «sobres» con equipos covid, los paquetes en los que van los EPIs que han utilizado en todo este tiempo. «Desde semana antes, Francis no paraba de decirnos todos los días cómo teníamos que vestirnos, cómo desvestirnos, que teníamos que practicar por si llegaba el día en que nos hiciera falta usarlos, que se hacía de esta manera o de la otra,… Pero el coronavirus estaba en todavía en China y nos parecía tan, tan lejos. Nadie se imaginaba la que nos iba a caer encima», relata esta auxiliar. Mientras, sus compañeras explican cómo el caos de los primeros días y la falta de material inicial, les obligó a protegerse con lo primero que encontraron: bolsas de basura, gafas y gorros de bucear, máscaras que llegaban a través de donaciones… «Porque se ha ampliado la plantilla, se hicieron obras para poder pasar de 12 a 32 camas de UCI, han enviado muchos aparatos e instrumental, pero también nos han faltado muchos medios, materiales y humanos. Y eso es algo que también se ha de contar», destacan los entrevistados

La UCI tras la tormenta covid

.

Sufrir y cuidar

Enfermeras, auxiliares y médicos ahora charlan, sonríen, se cuentan sus cosas y recuerdan de manera distendida sus vivencias a lo largo de esta crisis sanitaria. Necesitan soltarlo, contarlo todo como un torrente. Es su particular terapia emocional. Pero esto no fue así siempre. Ni mucho menos. «Durante semanas, aquí solo ha habido silencio y mucha tensión. Había días que te ibas a casa y en el coche te dabas cuenta de que prácticamente no habías cruzado ni una palabra con los compañeros. Íbamos a piñón, porque teníamos todas las rutinas tan mecanizadas, tanto trabajo y tantos pacientes que sacar adelante, que no había tiempo para más», apunta la TCAE Pilar Ruiz.

Su tocaya Pilar Seguer recuerda otro día de silencio sepulcral: la tarde de agosto en la que les llamaron para avisarles de que ingresaba un crítico por covid-19 a UCI, después de más de un mes «limpios». «Fue como si nos hubiesen echado un jarro de agua fría. Como volver otra vez al punto inicial», agrega la auxiliar Isabel Tárraga.

Sufrir y cuidar son los dos verbos que mejor resumen cómo han vivido estos meses. «Hemos cuidado mucho a los pacientes, pero también nos hemos cuidado mucho entre nosotras. Llega un momento en el que tienes la sensación de que te faltan ojos porque estás continuamente pendiente de todo el mundo, de que se hagan las cosas bien, de no cometer ningún error y, sobre todo, de que anímicamente no nos vengamos abajo». La enfermera Gema Castell lo sabe bien. También sabe lo que es sufrir. Dos de sus compañeras de turno se contagiaron en la primera ola, con pocos días de diferencia. Es algo que nadie ha olvidado. «Se pusieron muy malitas y aquí lo pasamos muy mal por ellas, muchos días preocupados, llamándolas a casa y viendo que Pilar había momentos en los que apenas podía respirar», cuenta mientras a ambas se les humedecen los ojos al recordarlo. Valentina Alfaro, la tercera del grupo y que también vivió en primera persona la rabia del virus, fue corriendo a hacer testamento tras sospechar que podía estar infectada: «Había visto tanto con nuestros pacientes, tantos desenlaces, que entré en pánico y pensé que me iba a morir».

Dos sanitarias atienden, por fin sin EPIs, a un paciente de la UCI tras quedar libre de covid-19. | DAVID REVENGA R.PAGÉS

Para hacernos una idea del impacto emocional que ha supuesto para todos estos trabajadores la pandemia de coronavirus basta con apuntar que Tina, como la llaman sus compañeros, no fue la única que acudió a un notario registrar sus últimas voluntades creyendo que de ésta no saldría. «Yo también lo hice», reconocen varios sanitarios de la unidad.

También han sufrido por los pacientes. Mucho. Por verlos solos; cuando iban a intubarles y les preguntaban si volverían a despertar; cuando salían de un mal turno y no sabían si en la siguiente guardia los encontrarían a todos aún con vida; cuando hacían videollamadas a sus familiares y eran testigos de todo el amor y el miedo compartido a distancia; por ver que cada vez ingresaban pacientes más jóvenes; por percibir el dolor reflejado en muchos rostros. Recuerdan el nombre o las historias de casi todos ellos: cuando «el taxista» dio sus primeros pasos tras ser extubado; la señora a la que hicieron una videoconferencia para hablar con su hijo y pocas horas después empeoró repentinamente y acabó falleciendo; el joven extranjero cuya mujer no paraba de gritarle al teléfono «te amo, te amo».

Para que este personal no acabara vencido por el sufrimiento, los dos responsables de la unidad solicitaron la intervención de los psicólogos del Hospital, que en cada turno acudían a la UCI para hacer terapia y sesiones grupales. Ahora, con el arcoíris ya brillando sobre sus cabezas, muchos siguen necesitando ese apoyo.

Rabia y no fracaso

«Hay mucha gente con estrés postraumático, que ha tenido que pedir incluso la baja, porque le está costando mucho manejar la situación», explican José María Carrasco y Francis Martínez. Otros continúan al pie del cañón. Y, aunque quieren saborear el momento actual de relativa calma, recuerdan que en una Unidad de Cuidados Intensivos «siempre se trabaja con mucha presión, con pacientes que nos llegan con patologías muy graves y con un índice de mortalidad más elevado que en cualquier otro servicio hospitalario». Por eso nadie baja la guardia.

¿Temen el día en el que el coronavirus regrese a la UCI? Todos coinciden en que, a diferencia de lo que ocurrió en la segunda ola, ahora están concienciados. Saben que tarde o temprano volverán a tener algún enfermo covid, porque el virus sigue al acecho. «Pero ahora no lo recibiríamos como un chasco o un fracaso, sino más bien con de pena, con rabia, porque estamos muy cansados y vemos que, a pesar de todo, fuera sigue habiendo gente que lo hace mal».

Compartir el artículo

stats