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Gent de la Terreta

Rosa Menor, entrenadora de gimnasia rítmica: Esculpir armonía

Sin días libres y con la ambición por bandera, la rítmica creció como la espuma en el pabellón de Montemar

ilustración: MARINA HARTLEY/UMH BELLAS ARTES DE ALTEA

Hubo un tiempo en que no se podía hablar de gimnasia rítmica sin nombrar a Alicante. La plaza se había convertido en cuna del armonioso deporte, capaz de generar gimnastas de primer nivel como ningún otro lugar. La raíz del éxito hay que buscarla en un grupo de jóvenes entrenadoras que mostraron tanto empeño en su formación como obsesión por la perfección. Entre ese grupo destacó Rosa Menor, una alicantina de Benalúa que apuntó maneras nada más pisar el colegio General Moscardó durante su primera etapa escolar.

Procedente de Villena, su familia paterna había llegado a Alicante para montar un bar en la avenida de Aguilera, lugar por donde su rama materna, de origen monovero, regentaba la bodega El Carro.

Tras contraer matrimonio con Carmen Lucas, Pedro Menor, su padre, abandona el negocio familiar para hacerse cargo de una cafetería en un centro cultural en la zona norte de la ciudad, y el traslado obliga a cambiar de escuela a su hija. Y ahí, en el Moscardó, con apenas siete años, la pequeña Rosa topa con doña Pilar, la profesora que, a las primeras de cambio, atina en la valoración de las dotes deportivas de la hija mayor de los Menor Lucas, una niña activa y ágil que pronto se convierte en la líder de las clases de gimnasia del colegio.

Del mismo modo, además de vaticinar el porvenir deportivo de su alumna, doña Pilar marca el camino de su educación, comenzando por convencer a los padres de que Rosa tiene que proseguir sus estudios en el instituto el Miguel Hernández, donde completa el bachiller sin perder el contacto con el deporte a través de Mariló López Salas, una profesora de gimnasia que se convierte en su referente deportivo y le abre las puertas de la competición en el Club Medina.

En las instalaciones de Montemar de la avenida Padre Esplá y bajo la dirección de Mariló, Rosa inicia su idilio con el deporte de aros, cuerda y mazas junto a Loli Soriano, Pancri Sirvent, Salud Gras, Mari Ángeles Domenech, Mila Lucas, Chus Robredo y Marilyn Such, grueso de un equipo que en 1973 se proclama campeón de España de Gimnasia Educativa.

En esa etapa, López Salas encauza la carrera de Rosa a la especialidad de Educación Física en la escuela de Sada (La Coruña), donde, apoyada por una beca, cumple el ciclo anterior a la licenciatura convirtiéndose en instructora deportiva, título que le abre las puertas como profesora en el Miguel Hernández, el centro que solo un año antes le acogía como alumna.

Los frutos del trabajo en el Instituto no se hacen esperar. El primer año forma un conjunto que se proclama campeón nacional, éxito que le abre las puertas para dirigir sesiones en Padre Esplá, al tiempo que aprovecha los veranos para cumplir en el INEF de Madrid y en La Coruña con los cursos que le proporcionarían el título de entrenadora nacional y juez de rítmica.

En Montemar, mientras tanto, su labor no cesa. Sin embargo, en los inicios, el club presidido por Antonio González no presta excesiva atención a la gimnasia. De hecho, Rosa se ve obligada a entrenar en la misma calle, en la acera de la avenida, sorteando la cabina de teléfonos en los lanzamientos de aro, al no poder pisar la pista central, alquilada a una entrenadora de artística.

Con todo, los obstáculos no desaniman, más bien al contrario. Pese a los impedimentos, Menor pule un equipo con Ana Pérez, Beatriz Olivares, Macu Caruana, Mar Flores y las hermanas Elena y Eva García, que se corona campeón de España en Valladolid en la modalidad de conjuntos. Este éxito sorprende a Antonio González, conocedor de las precarias condiciones en que se ha fraguado, y, a partir de ese momento, el Montemar se vuelca con la rítmica hasta el punto de construir el pabellón para que Rosa Menor, que mantiene el nivel con un goteo constante de triunfos y aporte de gimnastas a la selección, entrene en condiciones.

Sin días libres y con la ambición por bandera, la rítmica alicantina crece como la espuma con el apoyo incondicional del Montemar, línea que continuó con Rafael Lubián en la presidencia tras recoger el testigo de González. Por esa vía y bajo la misma dirección van llegando nuevas generaciones de gimnastas apuntando maneras. Y por esos pasillos aparecen Nuria Salido, Arancha Villar, Carmen Martínez Clemor, Alejandra Bolaños, Mari Carmen Sánchez, Nuria Rico… una hornada de deportistas extraordinarias que toca el cielo internacional con la plata en el Europeo junior de Atenas ‘87. A este éxito le sigue otro dos años después en el Europeo de Goteborg, con la medalla de bronce colgando en el cuello de Carolina Pascual, Noelia Fernández y Mónica Ferrándiz, tres gimnastas alicantinas preparadas en el pabellón de Padre Esplá, y una medalla de oro en el Europeo del 91 celebrado en Portugal con Nuria Salido y Paqui Maneus sobre el tapiz.

A esas alturas ya estaba marcado el camino olímpico de Carolina Pascual, la gimnasta que Rosa fue esculpiendo desde que la joven gimnasta abandonara Orihuela junto a su abuela para vivir en la calle Enrique Madrid, a tiro de piedra de Montemar.

Menor había seguido la trayectoria de Carolina en diversos campeonatos en los que la oriolana participaba con bandera y entrenadora de Murcia. Por decisión de la madre, la oriolana da el paso para unirse al grupo de Rosa en Alicante, salto que marcaría su futuro. Pascual tiene ángel, fuerza, garra y ambición ganadora. Su progresión en Montemar conduce a ser seleccionada por Emilia Boneva para los Juegos Olímpicos de Barcelona, donde se cuelga la medalla de plata tras un ejercicio sublime en mazas bajo los acordes del West Side Story; notas flamencas en cuerda; música clásica en pelota y la banda sonora de Terminator en aro, un completo montaje encargado para la ocasión por Rosa Menor, que ejercía en esa etapa como ayudante de Boneva y a la que una dirigente federativa relegó a un segundo plano nada más pisar el Palacio de los Deportes de la Ciudad Condal, apartándola de un protagonismo que merecía como nadie.

El escenario olímpico volvería a contar con discípulas de Rosa cuatro años después, concretamente en Atlanta 96, donde Marta Baldó y Estela Giménez lucieron el oro en lo más alto del podio.

Años después, con el alicantino Antonio Esteban al frente de la Federación Española, por fin Rosa es llamada para asumir el cargo de seleccionadora absoluta con la misión de preparar al equipo nacional para los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004.

A mitad de camino, mientras dirige al seleccionado en Madrid, recibe la noticia más terrible: la desaparición de su hijo mayor, David, tras un fatal accidente en la India al caer a un río que jamás lo devolvió.

Con el corazón encogido y el dolor presente, pero con el pulso firme, Rosa Menor se mantuvo al frente del combinado nacional hasta Atenas, donde el seleccionado obtuvo diploma olímpico con el séptimo lugar, un escalón por debajo del merecido, que acabó en manos de una Grecia favorecida por su condición de anfitriona. En cualquier caso, el apoyo de la Federación para preparar la cita griega no fue, ni de lejos, el deseado.

Por ese punto, Rosa fue iniciando la despedida de la primera línea sin sospechar que años después, a través de su exalumna Carmen Martínez Clemor, iba a entrar en política como diputada por Ciudadanos, desde donde sigue bregando por mejorar el deporte y las condiciones de los deportistas. Es decir, lo que ha hecho durante toda su vida.

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