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Los guardianes de la isla de Tabarca: una familia de 55 vecinos

Medio centenar de personas mantienen todo el año la vida en la isla frente a las aglomeraciones del periodo estival

Vista del pueblo de la Isla de Tabarca desde el sur

Subido en el «cochecito» de la Policía Local y acompañado por Rubén, enfermero de la isla, el agente Marco Antonio Pérez supervisa que todo esté en orden a primera hora de la mañana en Tabarca. Ambos visitan casa por casa a los vecinos de la isla para preguntar por su estado de salud. Los meses de confinamiento tanto para Marco y sus siete compañeros del cuerpo con los que se turnó como para Rubén y José, colega sanitario, fueron bastante duros. Sin embargo, la rigurosidad en el acatamiento de las normas y la solidaridad vecinal han provocado que entre los residentes no se haya registrado ningún caso de coronavirus, no solo en el confinamiento sino a lo largo de toda la pandemia.

Marco y Rubén, visitan, como cada día, a los residentes de Tabarca velando por su salud | MANUEL BERNABÉU

Durante ese período de tiempo, Marco apunta que «los únicos con posibilidad de ir a la península y regresar a la isla fueron los enfermeros y la Policía Local». No obstante, el abastecimiento estuvo siempre cubierto gracias a Fran Chacopino, encargado de transportar las mercancías a la isla y de llevar la basura a la península. Fran llevaba dos veces a la semana la comida, que cada vecino encargaba, en cubas precintadas.

En marzo de 2021, las vacunas llegaron a la isla. Argumentando la peligrosidad de trasladar a la vecina Josefina Baile, de 93 años, Rubén consiguió la aprobación de un vial con el que se pudo vacunar a los siete vecinos de mayor edad de Tabarca.

Rubén Esclapez atiende una consulta a Gracia García, habitual paciente y residente de la isla. | MANUEL BERNABÉU

Supervisión, cercanía y afecto

Marco, junto a otro compañero con el que se turna las semanas, es el único policía local que trabaja anualmente en la isla y tan solo se aumenta el turno en una persona en verano. Lleva 26 años ejerciendo su profesión en Tabarca, donde comenta que «al principio llegué por obligación, pero que ahora no me iría nunca». Durante su semana de trabajo Marco está operativo las 24 horas del día. Duerme en el edificio municipal pero mantiene su teléfono habilitado por si hay alguna urgencia. El policía defiende que, tanto él como su compañero en las semanas que le toca trabajar, se encarga absolutamente de todo: «Lo mismo abro y cierro el cementerio o la iglesia que preparo el operativo de un traslado en helicóptero por una urgencia y atiendo al herido».

«Más que un policía, la mayoría de vecinos lo consideramos familia». Así lo define Agustina Belija, una vecina de la isla que lleva más de 20 años pernoctando casi todos los fines de semana y veranos en su casa de Tabarca. Tal es la confianza que los vecinos tienen en Marco que en muchas ocasiones, cuando alguno de ellos tiene que regresar a la península, le dejan las llaves de la casa para que «eche una ojeada por si hay algún imprevisto o les hace falta algo».

Enfermero

Quien acompaña a Marco velando por el correcto transcurso del día es el enfermero Rubén Esclapez. El ayudante técnico sanitario (ATS) lleva desde 2015 trabajando en la isla. Tras haber estudiado el penúltimo año de Enfermería en la India, el último en Finlandia y llevar a cabo un proyecto en Australia, asegura que «echaba de menos mi casa». Cuando llegó a Elche le llamaron de la bolsa y le ofrecieron trabajar en Tabarca, a lo que aceptó «sin pensárselo dos veces».

La atención de Rubén es una constante que muchos vecinos de la isla reconocen. Por las mañanas, sale y visita a las personas mayores para evitar que vayan al consultorio. Ahora, con la afluencia de turistas, está hasta las 14:00 horas en el dispensario. Asimismo, manifiesta que siempre hay que estar alerta y preparado ya que «puede pasar de todo: desde picaduras de medusa o pez araña hasta que se desprenda la muralla y caiga una persona».

Durante el invierno, reconoce que no hay consultas pero añade: «Los vecinos saben dónde vivo y dónde estoy, a veces ni llaman al teléfono, simplemente tocan a mi puerta». El ATS trabaja solo las 24 horas al día y se turna semanalmente con otro sanitario. En los meses estivales se refuerza el servicio con un médico. Además, dos enfermeros más se suman a las rotaciones, por lo que cada uno de los ATS trabaja en Tabarca una semana al mes junto al doctor recientemente incorporado.

Rubén asegura que para ejercer en la isla «tienen que darse tres factores: que te guste tu trabajo, que te guste la isla, y que te gusten las personas». El enfermero no solo trabaja con los vecinos sino que también convive con ellos y alega que «a veces se cura hablando y escuchando».

La población de Tabarca alcanza picos diarios en verano de incluso 8.000 visitantes, según argumenta el ATS. La mayoría de los vecinos coinciden en que «a pesar de que Rubén y Marco hacen todo lo que está en su mano, aumentar en una persona el refuerzo policial y sanitario es insuficiente».

Punto de encuentro vecinal

A lo largo de la mañana, Marco y Rubén van al bar de Antonio a tomar un café y charlar cuando no hay altercados. Los vecinos de la isla se concentran en este punto donde, alejados de la masificación en verano, encuentran un ápice de calma. Antonio Ruso es el propietario del Restaurante Jerónimo, herencia de su familia, que lleva abierto desde 1978. Como la mayoría de negocios hosteleros de la isla, el local abre desde Semana Santa hasta el puente de la Virgen del Pilar.

Lo que más valora Antonio de Tabarca es la tranquilidad, rememora el invierno como «lo mejor de la isla: es una maravilla», y añade que su serenidad junto a la posibilidad de vivir de la naturaleza «yendo a pescar con la barquita y comer de lo que te da el mar» es un lujo al alcance de pocos.

Agustina, de cara, y las vecinas de Tabarca juegan al Rummikub por la tarde cuando la mayoría de turistas han regresado a tierra Información

Conflictos insulares

Antonio recuerda cómo ha disminuido la población y recuerda que en la isla «se han llegado a hacer cabalgatas de reyes en Navidades, por la cantidad de niños que había». Según el tabarquino, el principal motivo del descenso demográfico es «la ausencia de un colegio» y argumenta que «si hubiese como había una escuela, estaría poblado como antaño».

Nuria Candela tiene 47 años y desde hace 16 gestiona el Hostal Nueva Tabarca. Como el bar de Antonio, el hotel abre desde marzo hasta octubre siendo la temporada de verano su fuente anual de ingresos. Nuria admite que, «a pesar de que durante el período estival la isla funciona muy bien», le gustaría que «la isla se promocionase durante todo el año y que no solo lo hiciesen en verano».

La mayoría de los vecinos viven en una dicotomía con la afluencia de visitantes. Algunos como Nuria y Antonio gozan de los ingresos que las visitas generan, otros como Agustina se ven obligados a modificar su día a día para evitar el tumulto: «Procuramos hacer lo contrario de la gente que viene, venimos a la isla por la tarde y nos vamos por la mañana». Asimismo, la vecina adelanta su habitual baño matutino a las 08:30 de la mañana cuando asegura que «ni siquiera ha llegado la primera tabarquera».

Tabarca abre sus puertas cada verano a miles de turistas nacionales e internacionales que disfrutan del agua cristalina de sus playas y calas, y de su gastronomía mediterránea. Cuando cae el atardecer y los visitantes vuelven a la península, las calles de la isla recuperan su carácter de pueblo con unos vecinos que se consideran familia; Agustina lleva su famoso Rummikub, Antonio prepara unas frescas cervezas y Nuria, exhausta de un largo día en el hostal, comenta la calma y paz en ese instante. Es el momento de tranquilidad y encuentro de 55 vecinos que viven en medio de una tempestad de turistas.

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