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La cuarta vía

La batalla contra el covid también incluye no alarmar con los mensajes

La Administración, desbordada por el problema sanitario, ha fallado en trasladar este verano el mensaje a Europa de que la Costa Blanca es un lugar seguro para disfrutar de las vacaciones

Una recepcionista atiende a un cliente en un hotel este mes de agosto. | DAVID REVENGA

Lo único que le faltaba al hotelero o gerente de un complejo de apartamentos turísticos este verano era tener que tratar de explicarle a un turista extranjero -los españoles lo tienen bastante más claro-, más allá de las condiciones de la reserva, la tipología del alojamiento o las posibles excursiones que puede hacer al margen de disfrutar de la playa, las cifras diarias de fallecidos por covid, la incidencia en tal o cual municipio, o si este o aquel gobierno aconseja a sus ciudadanos venir o aplazar el viaje para una mejor ocasión, de memoria y con datos actualizados al momento. La cuadratura del círculo. Fuera de nuestras fronteras dudan de cómo está aquí la situación sanitaria y nadie ha sabido explicarlo. Y por todo ello, en un mes como el de agosto, que debería ser de otra manera, las reservas del turismo extranjero entran a cuenta gotas y las del británico, directamente, no existen. El covid ha cambiado la forma de trabajar, nos ha vuelto un poco locos a todos y hoy, en el ecuador de la temporada alta, se echa en falta esa campaña de promoción institucional internacional que no llegó, y que debía haber bombardeado los mercados turísticos internacionales con el mensaje de que la Costa Blanca es segura, y que viajar desde Dublín, Bruselas o Londres a Benidorm está tan expuesto al covid como quedarse en el barrio de cada cual. Todo se ha aplazado para el otoño, lo que ha llevado a aumentar ese desconcierto y mareo que tienen los turistas, sobre todo los británicos, a la hora de planificar sus vacaciones. Y eso pese que a Boris Johnson ha terminado echando una mano manteniéndonos en ámbar. Ya era tarde.

Por supuesto que la culpa de que el verano va como va hasta ahora es del covid, del virus, pero los que tienen que comunicar tampoco lo han hecho bien. Un ejemplo, la delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana soltó hace unos días en una radio algo que incluso sonó a justificación del botellón. Seguro que no era su intención, pero su intervención fue para nota. Vino a insinuar que los jóvenes hacían botellones porque las discotecas y los pubs son caros. ¿No sabe Gloria Calero que el ocio nocturno lleva cerrado más de un año? Pues eso. Muchas cosas han fallado en la gestión de la pandemia y, al margen de la prevención y la atención sanitaria, en una provincia como Alicante, en la que vivimos de los servicios, informar con convicción es fundamental. Somos seguros, pues demostrémoslo y sepamos venderlo.

Y digo que la comunicación es clave porque, pese a que haya hosteleros que se froten las manos del 1 al 20 de este mes, venimos de meses de pandemia en los que algunas empresas llegaron a perder cerca del millón de euros mensuales, y otras ni han abierto. Algunas han desaparecido, lo mismo que multitud de comercios, a los jubilados del Imserso no se le espera ni en octubre y la tirita de los ERTE solo aguantará hasta el 31 de diciembre. No parece un futuro muy halagüeño. Menos mal que los españoles han vuelto a responder este agosto, pero, recordemos e insistamos en que el sector turístico de la Costa Blanca, y el de servicios en general, trabaja doce meses al año y no puede vivir de unas semanas buenas del verano. Es lo que hay. Independientemente de que exista una demanda extranjera retenida, la crisis económica del covid ha golpeado con fuerza y, desgraciadamente, las ayudas también se han quedado cortas.

Aunque todo grano de trigo haga molino, el turismo necesita bastante más que incentivos para animar a la gente a viajar. Esta situación extraordinaria requiere un iva reducido o un apoyo verdadero en los presupuestos autonómicos y generales del Estado y implora, con urgencia, un plan potente de ayudas económicas y fiscales para los autónomos. No basta con enseñar por España esas imágenes preciosas que pueden disfrutarse este año o el que viene, porque van a seguir ahí. Es urgente trasladar que estamos abiertos y somos seguros. Hay hosteleros y hoteleros que bajaron la persiana en noviembre de 2019 y no la han vuelto subir.

El sector turístico sigue, pese al aceptable verano, al borde del ataque de nervios, aunque la demanda exista y sólo haya que darse una vuelta por la costa un día festivo para comprobarlo, aunque el bullicio se mezcle con las imágenes fantasmales que todavía existen de muchos hoteles cerrados (el portal Idealista asegura que hay 29 a la venta en la provincia, aunque no tengan el cartel). El sentido común nos lleva a pedir, día a día, que respetemos al virus y tomemos las medidas preventivas, pero también a concienciarnos de que debemos aprender a vivir con él.

Sin ser virólogo ni experto en economía, prohibir por prohibir tampoco es el camino. ¿O es que el covid tiene horarios? Para que el «semigripado» motor del turismo no termine por apagarse y su ruina salpique a muchos sectores productivos de la provincia, debe articularse un plan, pero ya, sin esperar a la próxima primavera. La provincia se está jugando parte de su futuro y ni los administradores, ni los administrados parece que seamos conscientes de la magnitud del problema. Y si lo somos, parece que se nos han acabado las ideas.

Y volviendo a los problemas de los hoteleros para explicar a sus clientes británicos que la Costa Blanca es tan segura o más que Liverpool: ni el hecho de que desde el 19 de julio los ingleses vacunados puedan viajar sin tener que enfrentarse a una cuarentena de diez días en casa al regreso ha podido con la incertidumbre que tienen esos turistas, que son clave a la hora de viajar a España. No se han reactivado las reservas por el desconcierto sobre qué se encontrarán en la provincia o que pasará si de pronto todo cambia. Como consecuencia, decenas de millones de euros que dejan de facturarse en julio y agosto. No es, ni mucho menos, para tomárselo a broma, por mucho que hoy, 15 de agosto, sea, por fin, casi imposible encontrar sitio para clavar la sombrilla en la arena o reservar mesa en un restaurante.

Lo contrario sí sería noticia, y grave, en una Costa Blanca donde, siempre es bueno recordarlo porque hay gente en el Consell que no se entera, 300.000 familias viven del turismo y la hostelería. Desde el camarero o las «kellys», al panadero o el conductor del autobús que lleva a los turistas al aeropuerto, pasando por el publicista o el informático que está detrás de cada empresa.

Y para enturbiar un poco más este atípico agosto en el que un día sobran clientes en los restaurantes y al siguiente hay que cazarlos al vuelo, solo nos quedaba asistir a la suspensión cautelar del programa de vacaciones de la Tercera Edad del Imserso. Los hoteleros que sostienen el 80% del programa -sin camas no hay turismo- se quejan, con razón, de que con 20,5 euros es imposible dar posada con los costes de 2021. Pero es que así llevan ya casi diez años. Seis mil empleos y el cierre de 65 hoteles en temporada baja están sobre el tablero. Alguien se lo debiera explicar a Ione Belarra, ministra de Asuntos Sociales o mejor, directamente, que el programa pase donde debiera haber estado siempre, en el Ministerio de Turismo, algo más sensible, seguro.

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