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El Consell deniega la tarjeta para aparcar a un hombre con una pierna amputada y medio cuerpo paralizado por el covid

El paciente lamenta que se le haya rechazado la movilidad reducida «sin que nadie haya venido a evaluarme». La Conselleria de Igualdad tarda trece meses en contestar la solicitud

Jaime Ortiz se sienta en la silla de ruedas con la ayuda de su mujer PILAR CORTÉS

«No sé de dónde he sacado la entereza para superar cada hachazo que me ha dado el covid». A Jaime Ortiz, militar retirado de 69 años, el virus le ha cambiado la vida por completo hasta el punto de dejarle en una silla de ruedas con una pierna amputada y la mitad del cuerpo paralizado. El último jarro de agua fría se lo ha dado, no obstante, la Administración, en concreto la Conselleria de Igualdad, que le ha denegado la movilidad reducida y por tanto la posibilidad de tener una tarjeta con la que poder aparcar en zonas reservadas para discapacitados y recuperar aunque sea un ápice de normalidad.

«Me paso el día metido en casa y sólo pido esa tarjeta para que mi mujer, porque yo no podré conducir jamás, me pueda llevar a los sitios sin tener que dar mil vueltas para aparcar».

«No poder tener la tarjeta para aparcar me condiciona mucho el día a día»

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Ortiz fue de las primeras personas en ingresar a causa del covid en la provincia. Fue en marzo del año pasado, tras regresar de un viaje con dos amigos por Ibiza. «Los tres nos contagiamos y estuvimos hospitalizados, pero yo fui el que peor se puso». El día que lo bajaban a la UCI los médicos tuvieron que amputarle la pierna derecha por debajo de la rodilla debido a un ictus que además le ha dejado una hemiplejia en el brazo y en la pierna izquierda, «por lo que en todo el cuerpo sólo conservo la motricidad fina en la mano derecha». Pese a los meses de rehabilitación, a las sesiones de fisioterapia y a los ejercicios que Ortiz hace a diario, la movilidad en la zona izquierda ha quedado muy limitada».

A los pocos días de recibir la negativa, Jaime Ortiz se cayó al bajar del coche y se rompió la cadera

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La lucha contra el virus le llevó a permanecer 30 días en la UCI, «donde me llegaron a desfibrilar tres veces y donde incluso pedí al médico que me desconectase porque no podía más».

Después, cerca de otro mes en planta y de ahí a una clínica de rehabilitación, «donde llegué hecho un saco y donde estuve tres meses ingresado y otros tres acudiendo a diario para tratar de recuperar al máximo la movilidad». Estando en el centro, en julio del año pasado, presentó toda la documentación para conseguir la movilidad reducida.

Tardaron algo más de un año en decirle que le daban un 49% de invalidez pero le denegaban la solicitud de declaración de movilidad reducida, «por tener solo cero puntos en el informe psicosocial». Ortiz no entiende cómo se le ha denegado este reconocimiento «cuando nadie a venido a valorarme». Además, «he leído la ley y cumplo muchos de los criterios para reunir puntos y que me reconocieran la movilidad reducida: voy en silla de ruedas, no puedo subir escaleras, no puedo andar por un terreno irregular…».

«No sé de dónde he sacado la entereza para superar cada hachazo que me ha dado el coronavirus»

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A los pocos días de presentar un recurso contra esta decisión de la Administración, en agosto, Jaime y su mujer salieron con el coche para cenar fuera de casa. «Ella aparcó en batería nuestro coche y al tratar de pasar de la calzada a la acera, salvando el escalón de 20 centímetros para sentarme en la silla de ruedas, me falló la pierna pléjica izquierda y me caí al suelo». La caída le provocó una fractura en la cabeza del fémur que le obligó a ingresar de nuevo en el hospital para que le implantaran una prótesis de cadera. «Jamás en mi vida me había roto un hueso, pero parece ser que el covid causa osteoporosis y en este último año me he caído ya varias veces, algunas porque de repente la pierna de queda sin fuerza. Sin embargo, romperse la cadera le hundió. «Fue como si en el juego de la oca me colocaran en la casilla de salida de nuevo. Todo lo que había avanzado para tener una vida lo más autónoma posible de repente no servía para nada».

«En mi vida me había tomado una aspirina y ahora me cuesta mucho no ser independiente»

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Ortiz lamenta que esta caída se hubiera evitado «si después de un año de la amputación de la pierna derecha y tener inútil pierna y brazo izquierdo, tuviese acceso a aparcar en plazas de minusválido. A lo que, de momento, la Generalitat Valenciana me ha notificado que considera que no tengo derecho».

Así lo ha hecho saber a la Administración en una anexo de las alegaciones que ya ha presentado. «Poder aparcar, llegar a los sitios sin tener que dar mil vueltas, es lo único que pido. De hecho, la trabajadora social de la clínica de rehabilitación también me tramitó las ayudas de la Ley de Dependencia y he renunciado a ellas porque considero que hay gente que necesita más ese dinero».

La situación de Ortiz se complica además por los problemas de espalda que sufre su mujer y que le impiden empujar la silla de ruedas porque tiene varios tornillos en la vértebras.

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