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José Antonio Rabadán

«Ni hay medios ni intención de cambiar el modelo de residencias para los mayores»

El gerontólogo José Antonio Rabadán. | RAFA ARJONES

Las personas mayores han sido víctimas directas del covid, al acumular buena parte de las muertes que ha dejado el virus. Son víctimas directas, ¿pero lo han sido también de una manera indirecta a través de la asistencia que se les ha dado en residencias y hospitales? El gerontólogo José Antonio Rabadán ha querido dar una respuesta a esta pregunta a través de una investigación que acaba de publicar.

Háblame de este trabajo. ¿Cuáles han sido los objetivos de esta investigación?

El objetivo de la investigación fue conocer la percepción sobre la posible discriminación y malos tratos a personas mayores durante la pandemia a través de las medidas adoptadas para afrontarla en la administración, hospitales y centros residenciales. De los resultados obtenidos debemos destacar que un 74,4% del total de la muestra tomada considera que las personas mayores han sido discriminados durante la pandemia y un 62,1% considera que las personas mayores han sido maltratadas. Las medidas percibidas más impopulares fueron las que se realizaron por parte de los hospitales, a la hora de determinar el acceso a las UCI o el acompañamiento a familiares durante el fallecimiento.

La pandemia se ha cebado con los más mayores. ¿Cree que se podían haber evitado parte de estas muertes?

Evidentemente que se podían haber evitado muchas muertes, pero esto es fácil decirlo a posteriori. En la primera ola todo nos vino súbitamente, fue un tsunami en el que muy poco se podía hacer con los medios e información con la que contábamos. Pero después sí creo que se podía haber protegido más a las personas mayores, cuando sabíamos que eran el colectivo más frágil y que los esfuerzos y medios debían ser destinados a ellos. Esfuerzos no solo de la administración, hospitales o centros residenciales sino de la sociedad en su conjunto.

¿Estaban las residencias de ancianos lo suficientemente preparadas?

Evidentemente no lo estaban, es imposible estar preparado para una crisis sanitaria de esta envergadura con el modelo actual de atención a la dependencia a personas mayores. Además si no lo estaban los hospitales… ¿cómo vamos a pretender que centros sociosanitarios como las residencias de mayores lo estén? No tenían ni siquiera equipos de protección para trabajar y el personal que aguantó lo pasó realmente mal y ni ha sido reconocido su esfuerzo y compromiso. Esto se ha plasmado en el estudio en el que tres de cada cuatro personas entrevistadas opinaron que las residencias no disponían de los medios necesarios. En cuanto a los puntos débiles, a mi modo de entender el más llamativo fue la difícil coordinación sociosanitaria entre las residencias y algunos hospitales. Esta coordinación para derivar pacientes no funcionó, realmente nunca ha funcionado bien. Ante el colapso sanitario, la longevidad se erigió en el obstáculo que dejó fuera del sistema a muchas personas mayores.

¿Qué lecciones debemos de aprender sobre cómo deben de ser las residencias en un futuro?

No tengo muy claro que la institucionalización deba ser el modelo de atención a futuro, al menos tal y como lo entendemos hoy en día. Pero ni hay medios ni intención de cambiar el modelo. Es el elefante que tenemos en la habitación y que nadie quiere afrontar desde una óptica realista y pragmática: mientras que empresas y políticos juegan a repartir los escasos medios de los que disponen perpetuando el modelo, desde la sociedad se reclama un cambio de paradigma que tal vez no sea sostenible. Es necesaria una reconversión del sector muy profunda y para la cual lo primero que debemos de empezar a pensar es cómo se va a financiar ante la llegada inminente del «baby boom» a la vejez.

¿Han sido proporcionadas las medidas restrictivas que se han tomado con ancianos y niños para evitar los contagios?

Los datos del estudio están ahí y es algo evidente que la discriminación por razones de edad forma parte de nuestra sociedad y brota de todos los servicios y organizaciones de una forma u otra. En cuanto a las medidas restrictivas tomadas por las administraciones se ha planteado la dicotomía entre protección y libertad. En el estudio se plasma que, en general, las medidas restrictivas para las personas mayores se han percibido necesarias, incluso insuficientes. En cambio algunas medidas realizadas por los hospitales durante el colapso sanitario, han sido negativamente valoradas, tal como las restricciones de acceso a la UCI por motivos de edad o impedir el acompañamiento a familiares durante el fallecimiento.

¿Qué factura va a pasar la pandemia y las medidas de aislamiento que se han tomado en cuanto a su salud mental y a su estado físico?

Evidentemente el aislamiento ha pasado factura a toda la población y especialmente a personas mayores en situación de vulnerabilidad. La imposibilidad del contacto familiar y social se ha mostrado como un factor de estrés determinante para la calidad de vida de las personas mayores, tanto a nivel mental como a nivel físico. Desde trastornos de ansiedad y estrés postraumático a la pérdida de movilidad y correcta realización de las actividades básicas de la vida diaria son cuestiones que deben ser abordadas por profesionales y familiares, identificándolas y tratándolas de forma adecuada.

¿Cómo va a repercutir esto los problemas de soledad?

Los problemas de soledad ya venían de serie en nuestro sistema social, la pandemia solo ha hecho que se muestren las fracturas de este sistema en decadencia. Un sistema en el que las personas mayores son invisibles y se perciben como una carga y un gasto social insostenible. Tan invisibles que han sido numerosos los casos en los que personas mayores han fallecido en el propio domicilio y se han descubierto los cuerpos por el olor a putrefacción: nadie los ha llamado ni visitado, nadie los echó de menos. Espero que proyectos como el cortometraje de Rafa Arjones «La maldita primavera» en el que he podido colaborar, ayuden a hacer visible esta problemática, cuya solución pasa por reinventar el tejido social y familiar que se quedó en el siglo XX y que daba cobertura a los mayores. Es cierto también que la pandemia ha encendido algunas alarmas que al menos señalan el problema de la soledad.

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