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Historias escritas en piedra en Alicante

Mausoleos, tumbas de personajes ilustres y el rincón anglosajón hacen del cementerio de la ciudad un lugar digno de visitar

La tumba del poeta Miguel Hernández, una de las más visitadas de Alicante | PILAR CORTÉS

Un cementerio monumental. La gripe española (1918) obligó a inaugurar con prisas, antes de que estuviera acabado, el cementerio municipal de Alicante, donde descansan 166.000 personas, la mayoría anónimas pero también ilustres, víctimas de la guerra de ambos bandos, masones y personas de diversas confesiones. A su interés histórico se une el monumental, con llamativos panteones como el de los Prytz o el torero Carratalá.


Panteones históricos del viejo cementerio de San Blas, derribado definitivamente en 1959, fueron trasladados al actual a las afueras de Alicante, pero sin embargo se perdieron las sepulturas por gremios (artesanos, pescadores) que sí había en el antiguo así como los restos de cientos de difuntos que no fueron reclamados por sus descendientes y acabaron en la cripta parroquial. Así lo recuerda la asociación cultural Alicante Vivo, que reclama la inscripción del camposanto municipal de Nuestra Señora del Remedio en la «Ruta europea de cementerios significativos», donde están incluidos el de Alcoy, con sus catacumbas, y el cementerio viejo de Elche, con más de dos siglos de historia intramuros. La asociación cultural cree que el recinto de Alicante atesora los suficientes atractivos históricos y arquitectónicos para formar parte de esa red internacional, a la que quiso adherirse el tripartito de izquierdas en 2017 a través de la Federación Española de Municipios y Provincias.

Conjunto escultórico

Más allá de los problemas de espacio en este camposanto donde hay más de 166.000 personas enterradas, que el Ayuntamiento intenta solucionar con la construcción de mil nichos nuevos y el rescate de 200 concesiones caducadas al año, es un lugar digno de visitar, de entrada por sus llamativos panteones. Como los de la familia Prytz y del novillero Carratalá, corneado en una plaza de Menorca en 1929, además de mausoleos de familias anónimas en una auténtica muestra de arquitectura funeraria en el cementerio antiguo.

Una de las sepulturas más visitadas por los alicantinos es la del poeta Miguel Hernández, en la plaza central del camposanto, siempre con flores frescas. Así como la del médico Pedro Herrero, en proceso de canonización, donde el público deja peticiones manuscritas.

El camposanto inglés

Alicante tuvo su «cementerio neutro», una zona separada por un muro del resto del recinto donde, durante el franquismo, se enterraba a personas que se suicidaban y de otras confesiones. Esa separación fue derribada en la transición. Junto al también denominado «cementerio de los ateos» está el Panteón de los Mártires de la Libertad que, capitaneados por Pantaleón Boné, se sublevaron en 1844. La revuelta fracasó y fueron fusilados en la Explanada. Permanece la fosa común donde fue enterrado José Antonio Primo de Rivera, a pocos metros de donde descansan las más de 300 víctimas del bombardeo del Mercado. Una de ellas, el niño Lorencito Sanz, muerto a los dos años y medio en este bombardeo junto a su padre, descansa en el cementerio antiguo en un nicho con la inscripción: «En vida fuiste mi alegría, hoy tu tumba mitigará mi dolor. Tu madre». A unos metros están los enterramientos de la mayoría de fallecidos (17) en la explosión de una armería de la calle Altamira el 31 de julio de 1943. Hay una zona de militares, y tumbas masónicas sin simbología, eliminada por el franquismo marcando cruces sobre compases y escuadras. También destacan las sepulturas de personas judías, musulmanas y practicantes del bahaísmo. Sobrevive en un rincón, fuera del recinto visitado por miles de personas por el día de Todos los Santos, el cementerio anglosajón, con una veintena de lápidas que sobresalen de un suelo propiedad del Consulado.

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