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Ojo con las cartas a los Reyes Magos

Ojo con las cartas a los Reyes Magos

Estamos en medio de las fiestas navideñas, de las visitas familiares largo tiempo añoradas, de las comidas copiosas, de los regalos y los paseos bien abrigados al sol. Un tiempo de encuentros y de cariños. En estos días suele ser cuando los niños preparan sus cartas a los Reyes Magos. Y, curiosamente, está ocurriendo que muchas veces, los mayores apenas entendemos lo que piden en sus misivas. O bien porque los nombres de los juguetes son irreconocibles, o bien porque aluden a extraños artefactos que no sabemos ni para qué sirven, ni cómo se juega con ellos. Así que los compramos sin apenas calibrarlos, sólo para responder a la demanda de los niños.

Muchas veces detrás de los juguetes hay personajes de películas infantiles o juveniles, que arrastran tras de sí toda una colección de objetos, extendiendo su influencia más allá del momento de verlos en los vídeos o la televisión. Y no es que el fenómeno de entusiasmarse con algún personaje de película o cuento sea nada malo. Entra en el lote de elegir lo que nos produce admiración e identificarnos con ello y es una forma razonable de conocer y escoger.

Lo que no es tan razonable es la invasión que ejercen estos personajes y «sus cosas», irrumpiendo continuamente en los entornos infantiles. Porque una cosa es soñar con la princesa o el príncipe del cuento y desear parecerse a ellos, y otra tener un cartel con su cara presidiendo la pared de la habitación o acumular películas, cromos, pijamas, libros, juguetes, mochilas, o camisetas con su imagen. El mundo del consumo se cuela en nuestras casas de la mano de los personajes preferidos de los niños y nosotros contribuimos comprándoles los objetos que el mercado genera, sin pensar si eso tendrá o no consecuencias para ellos.

Más tarde quizás nos enteremos de que tal juego que hemos regalado es violento, que va en contra de los valores más elementales, que incide más en la agresividad que en la cooperación. ¡Pero ya lo hemos comprado! Pensemos en el Fortnite. Te lo pide el hijo o el nieto, asegurándote que le encanta ese juego, que todos los de su clase lo tienen, que sirve para reaccionar con atención... Pero no te comenta que se trata de un juego de disparar, donde el tema es matar a mansalva. Eso ni lo ve importante, se ha acostumbrado a ver que matar a otros es un juego más. Tremendo. Lástima no haberlo averiguado a tiempo, no habernos parado a pensar, a filtrar, a decir que no.

Antes las identificaciones con los personajes eran más mesuradas, más cercanas al ritmo lento del conocer y el estimar, o desestimar. Las de ahora son abundantes y veloces en la aparición, ramificadas en la oferta placentera que proponen y además conllevan el aliciente de la múltiple repetición, gracias a los medios tecnológicos de los que disponemos. Así que, si a un niño o a una niña les gusta, por ejemplo, La Patrulla Canina o Harry Potter, pueden ver sus películas favoritas una y otra vez, memorizarlas, imitar el modo de hablar, los gestos o el estilo. De ahí a desear consumir todo lo que el mercado propone a los seguidores de estos personajes, no hay más que un paso.

Otra cosa que también influye en estos avatares es la compra vía on line, que es rápida y cómoda, pero tiene la desventaja de que así ni se palpa, ni se mira en qué consisten los juegos. No se plantea uno nada, salvo pagar y despreocuparse. Y creo que lo que sería bueno es precisamente lo contrario: que nos preocupásemos por estas cosas que se van introduciendo en nuestras vidas y no siempre para bien.

Entre todos estamos haciendo una crianza permisiva, de poca ley y mucho capricho, de no frustración, de no criticar, de pensar poco y hasta de ver legítimas estas influencias exageradas que van bastante más allá de una sana identificación con los personajes. Estamos dando paso a una especie de dejación del control de los padres, que siempre han estado pendientes de «las malas influencias» que podrían afectar a sus hijos, pero que ahora han cesado en este control, quizás por considerarlo imposible de abarcar.

Sin embargo, es importante saber en qué andan nuestros hijos, qué admiran, qué les seduce, qué les repele. Tenemos que conocer su evolución, sus procesos, a qué juegan, cómo actúan mientras juegan, qué personajes les atraen, qué valores o contravalores contienen, con qué amigos comparten juegos. Hemos de saber si están simplemente jugando, o bien ensayando dependencias al personaje, al juego o a la moda, que los llevarán a seguir consumiendo lo que se les proponga en un próximo futuro. Ellos se están formando y lo que hacen influirá en sus vidas.

Desde luego la dinámica de provocar un deseo para que se sienta como una verdadera necesidad y se calme consumiendo tal o cual producto, no es en absoluto inocente. Se les induce hacia lo tecnológico, tema ultra valorado hoy y que es un cultivo de dependencias, a la vez que un campo seguro de ganancias económicas y de control. Se les induce hacia la moda como elemento imprescindible, una astuta forma de que niños y jóvenes sientan la pertenencia al grupo de iguales, pero pasando por el gasto, la alienación y el seguimiento a los caminos que otros deciden. Se les induce a no escucharse a sí mismos y a los propios deseos, sino a atender a lo que todos hacen, dicen y quieren, a buscar un placer gregario, guiado y gestionado por otros.

Se les induce a fijarse en las formas, que han de ser veloces y eficaces, y a dejar de buscar el fondo de las cosas, lo que comportaría observación, reflexión, autonomía y crítica. Se les induce a dejarse llevar, a reírse cuando todos se ríen (por ejemplo, con las tontadas de algunos youtubers), a aplaudir cuando todos aplauden (por ejemplo, cuando algo se hace viral), a seguir lo que todos siguen, sin fijarse si es un estandarte nazi o un juego de pura matanza.

Propongo que miremos con lupa las cartas a los Reyes Magos de nuestros niños y jóvenes, que nos pongamos las gafas para ver lo que piden, que dediquemos tiempo a que nos expliquen lo que desean y sus porqués. Y que no tengamos miedo a decirles que no a algo, si así lo consideramos. Decir sí a todo en estos momentos donde las influencias son tan interesadas y alienantes puede ser un verdadero peligro.

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