Problemas sociales. Más de 400 personas duermen en la calle en Alicante, según estiman las entidades que reparten comida. En lomas y descampados de las afueras de la ciudad, como es el entorno del PAU 2, afloran nuevos poblados de tiendas de campaña que los sintecho mantienen limpios y ordenados, donde hallan más tranquilidad y seguridad que en los cajeros del centro o en el campamento junto al albergue.
Ejemplares del «National Geographic» en una mesita; cuerdas repletas de ropa secándose al sol, con algunas de las prendas cuidadosamente colocadas en perchas; paquetes de caldo y latas ordenadas en una estantería; un jarrón con una flor salvaje recién cortada; un reloj en hora; muebles con espejo para acicalarse y barreños donde lavan los platos después de comer. Es lo más parecido a un hogar al raso que puede hallarse en la calle y está en los nuevos asentamientos de sintecho que surgen en los últimos meses a las afueras de Alicante, grupos diseminados de tiendas de campaña donde se refugian mujeres, algunas con sus hijos, parejas que intentan hacer una vida lo más digna posible, y jóvenes.
Varios de estos pequeños poblados, que tienen cada uno un máximo de media docena de tiendas de campaña, están en lomas y descampados en el entorno del PAU 1, donde sus «inquilinos» afirman vivir tranquilos a salvo de peleas y de agresiones como las que aseguran haber sufrido en el campamento junto al albergue, y en los parques y cajeros del centro de Alicante.
De martes a viernes, día en que las asociaciones que les dan comida no tienen reparto, caminan durante horas para buscar el desayuno en Ciudad de Asís o acuden al comedor de San Gabriel, y los miércoles, los sábados y los domingos toman la cena caliente que les acerca Alicante Gastronómica Solidaria tras incluirles en sus rutas.
Águeda Padilla, que vive en uno de los nuevos asentamientos desde septiembre, tiene por costumbre coger la escoba y el recogedor para barrer el suelo del monte donde está su tienda y retirar tierra, pequeñas piedras y agujas de pino, tarea que realiza «para tener la mente ocupada» dado que, afirma, es la primera vez que se ve en la calle.

Cuando llegó a la loma donde está su tienda retiró todos los desperdicios para evitar a los roedores. «Estoy con Cáritas esperando a ver si me pueden solucionar lo de la ayuda vital y me la dan para meterme en un piso, e intentar recuperar a mi hijo, mis cosas y una vida normal. Y con un trabajito sería la más feliz del mundo», afirma mientras arroja los pocos residuos que hay en el cubo de basura a una bolsa con destino al contenedor más cercano. El pequeño monte donde habita desde hace unos cinco meses le aporta sobre todo seguridad. La única pega es que «vienen hormigas y ratas pero estamos en el campo, y cuando comemos nos invaden los pájaros. Es otra forma de vida, dormir bajo las estrellas». Comparte espacio y experiencia con María Teresa Serrano y su hijo Juan Francisco, de 23 años, que se refugian en una tienda contigua. Entre los tres han creado una familia que, los días que no hay entrega, cenan gracias a los menús solidarios de Cáritas que van recoger a la iglesia de San Esteban. A pocos metros, en otra tienda, se refugia un joven inglés que hace su vida en solitario.
«Aquí estoy mucho más tranquila», afirma María Teresa, que relata que permaneció un tiempo en una tienda del campamento situado junto al albergue y fue agredida. «Nos rajaron las tiendas, y me tuvieron que dar tratamiento por un golpe en la mandíbula», explica sobre un episodio en el que su hijo la socorrió como pudo. En su nueva ubicación lleva un mes pero ha congeniado con Águeda con conversaciones bajo las estrellas. Lo que peor llevan es no tener agua, que compran con el poco dinero de la pensión no contributiva de su hijo, con una discapacidad del 65%. También se la piden a Alicante Gastronómica, para beber, cocinar, lavar y poder asearse. Gracias a que pudieron hacerse con una cocina de camping gas, pueden calentar el agua de vez en cuando. Tienen también cada uno sus colchones y mantas, sillas y pequeños muebles de la calle que poco a poco han ido reuniendo junto a sus tiendas, cubiertas con plásticos para protegerse del viento. Es lo que peor llevan pues las rachas llegaron a arrancar la puerta de una tienda. Por las noches utilizan linternas para orientarse.
Esta madre llegó con su hijo a Alicante procedente Ciudad Real el 16 de julio pensando en encontrar trabajo, aunque de momento no lo ha logrado. «Pagamos el alquiler de una casa pero se quedaron el dinero y no nos dieron el piso», explicó sobre su primera experiencia en la ciudad, pese a lo cual «nos quedaremos si nos dejan». María Teresa, una mujer que, según su relato, sabe hacer muchas cosas y que fue auxiliar de clínica, cuenta que la pensión de Juan Francisco es de 402 euros, y ella está agotando una ayuda. «Cuando vemos un cartel de un piso que se alquila poco menos que nos tiran piedras. Dicen que solo admiten a una persona pero a mi hijo no lo voy a dejar. Nos encantaría tener un piso». Cuidan de una perra pendiente de una vacuna que cuesta 67 euros, dinero que están reuniendo, y de un hámster en su jaula. «Lo hemos pasado muy mal. En Ciudad Real teníamos una casa abonando una renta pero no podíamos pagar la luz y pedíamos alimentos. Aquí la gente tampoco nos facilita el alquiler», aunque agradecen la ayuda de asociaciones, entidades y particulares que les dan comida, les dejan ducharse de vez en cuando, y cargar el móvil. «Nunca se nos pasó por la cabeza acabar en la calle», medita esta madre que tuvo problemas en el seno de su matrimonio.
Frente a ellas pero al otro lado de la Vía Parque ha aflorado otro poblado de tiendas donde también reina el orden y la limpieza, con papeleras en el exterior, y la cama hecha en el interior, relojes en hora y platitos de cerámica como decoración. Más allá hay más asentamientos. En los barreños están los platos lavados, y un par de zapatillas de casa bien colocadas. Pese a sus intentos de crear un hogar al raso, los sintecho coinciden en que la ciudad de Alicante necesita más recursos en forma de albergues y ayudas.
En esto coincide Carlos Baño, presidente de Alicante Gastronómica Solidaria, entidad que prepara a la semana más de 3.000 menús para personas sin hogar, a las que también proporcionan bebida y mascarillas. «Hay gente que tiene miedo a vivir en la calle, a estar en los cajeros y se refugian en las pinadas del PAU 2 y en descampados aunque de noche da hasta miedo localizarlos y se tienen que guiar por linternas. No se puede vivir en medio del campo», señala Baño, quien reclama a las administraciones competentes «que se pongan las pilas» para solucionar el problema de las personas sin hogar que va a más en Alicante, intentar reinsertarlas en la sociedad y devolverlas al sistema.
«Comida no se le puede negar a nadie pero tienen necesidades de ropa, higiénicas o de medicina, no hay derecho a que haya gente que lleve tanto tiempo viviendo en las calles. Hay más de cuatrocientas y es lamentable. Paliamos algunas de sus necesidades pero es penoso que en los tiempos en que estamos, en un país desarrollado, tengamos a tanta gente subsistiendo de esta manera», afirma.
Demanda de un segundo albergue para la ciudad
Asociaciones que atienden a las personas sin hogar y grupos de izquierda en el Ayuntamiento reclaman al equipo de gobierno bipartito la creación de un segundo albergue de transeúntes en Alicante al considerar que el existente en Doctor Jiménez Díaz se queda corto. Mientras tanto, reclaman que se amplíe el recurso actual con nuevos módulos en los espacios colindantes, tal y como se abordó hace un año en la Subcomisión de Asuntos Sociales y Culturales, integrada en la Comisión para la Reconstrucción de Alicante tras la pandemia.