La pandemia irremediablemente ha cambiado nuestra forma de comunicarnos, de vernos y de expresarnos. Hay personas que hemos conocido en estos últimos dos años a los que no hemos visto sin una mascarilla que tape la mitad de su rostro. Incluso, se dan ocasiones en las que cuesta reconocer a una de esas personas cuando la vemos por primera vez sin un trozo de tela ocultando la parte inferior de su cara. Pero por mucha dificultad que haya, la voluntad siempre estará por encima de todo.

El mejor ejemplo de ello es el gesto que una niña de 12 años ha tenido con su profesora en una clase de Alicante. Pocas relaciones se han visto más afectadas por la pandemia que la que mantienen maestros y alumnos. Con los cambios que suele haber cada curso, se deben estar dando miles de casos en las aulas de menores que sean incapaces de reconocer a las personas que les enseñan las materias. Lo mismo ocurrirá con los responsables de impartirlas, que habrán visto crecer a sus alumnos en estos dos últimos años, pero es muy probable que muchos todavía no sepan cómo mueven la boca cuando hablan.

Estas curiosidades sirven para escenificar a la perfección una bonita historia que ha tenido lugar en un aula de Alicante. La profesora ha contado en su cuenta de Twitter lo que ocurrió, y lo que en principio es una bonita anécdota ha acabado convirtiéndose en todo un fenómeno viral que ha enamorado a miles y miles de usuarios y ha desatado cientos de comentarios. Los dos tweets en los que la mujer explica lo ocurrido acumulan cerca de 90.000 likes y otros tantos de cientos de interacciones más que merecidas.

El gesto que tuvo la alumna, la clara protagonista de este cuento, fue el de regalar a su profesora unas chuches para que tuviera un motivo para bajarse la mascarilla y así, poder ver la cara de la persona que le da clases. Un gesto sencillo y corriente que ha encantado al público tanto como a la mujer que vivió este bonito momento en su aula.

La repercusión del tweet inicial fue tal que la mujer tuvo que aclarar en una segunda publicación que ella no tenía problemas en enseñarle la cara, pero parece que la niña tenía vergüenza en pedírselo. Toda una "artimaña" -como ella misma la define- cargada de inocencia (o no) que ha emocionado a cientos de personas y que demuestra que por mucho que influyan en nuestra capacidad de comunicarnos, no hay mascarilla capaz de detener una buena acción.