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Turismo y Semana Santa

A propósito de la declaración de la Semana Santa de Alicante Fiesta de Interés Turístico Nacional

Turismo y Semana Santa | REPORTAJE FOTOGRÁFICO: MANUEL ALCARAZ

«…en esta ciudad hay concurso de muchas personas de reinos extraños en las cuales puede haber falta de católica voluntad…»

(Constituciones de la Hermandad de Jesús Nazareno de Málaga, 1681)

«…para que la difusión de la revista a lejanas tierras y países, sea causa suficiente para que a Málaga vengan cada año incontables viajeros…»

(«La Saeta», órgano de la Agrupación de Cofradías de Málaga, década de 1920).

La relación entre turismo y Semana Santa es compleja y hasta contradictoria. Y así ha sido desde los primeros intentos de convertir las celebraciones en lucrativo escaparate, fuente de financiación local y de las propias cofradías: desde las tentativas del Duque de Montpensier de llenar hoteles en una romántica Sevilla, hasta la instalación de sillas, promoción en cartelería, etc, que se documenta en Zamora, Valladolid o Málaga en el primer tercio del siglo XX. Aunque no han faltado conflictos. El miedo a perder lo esencial latía en pleno nacional-catolicismo en un artículo de Ortiz de Villajos de 1949 en Granada: «Nuestra Semana Santa fue desde sus principios esto; antes que nada: un feliz maridaje de fe sentida y de arte insigne, floreciendo en un ambiente de respeto profundo hacia la esencia litúrgica, terrible y grandiosa, que alienta en el Gran Drama. Y que no necesita, para completar su relevante poder sugestivo de esos tonos, más o menos cálidos, de una profanía (sic) estrepitosa fundamentalmente espectacular, gala de otras poblaciones españolas…» Ejemplos similares abundan, aunque los matices son importantes: en 2007 unos impactantes grafitis aparecieron en varias ciudades en los que el perfil de un crucificado preguntaba si había muerto para que hubiera negocio turístico. El turismo, como realidad o como ambición, ha contribuido también a reforzar la masificación y a reforzar la potencia de los discursos de las élites y los poderes locales en su apropiación de las celebraciones, como han indicado Moreno o Rina.

Turismo y Semana Santa

La pluralidad de solemnidades hace imposible una definición única de esta mezcla de realidades, deseos y mixtificaciones. Las Semanas Santas declaradas Fiestas de Interés Turístico Internacional son 27 (3 en la Comunidad Valenciana) y las de Interés Turístico Nacional, 34 (5 en la Comunidad Valenciana). Ni están todas las que son, ni son todas las que están. Ignoro los criterios exactos usados para las designaciones, pero no debemos imaginarlas como un reconocimiento a Ayuntamientos o cofradías. Lo importante es que el nombramiento atestigua que son fiestas con capacidad para atraer turistas. Pero nunca he visto un estudio completo que pruebe la existencia cuantificada de flujos turísticos. Ni informes generales sobre gasto ligado estrictamente a estas celebraciones. Los existentes aluden a la totalidad del consumo y no suelen diferenciar entre los turistas que acuden a un lugar prioritariamente por sus celebraciones o por otras razones.

Porque no es lo mismo que en una ciudad haya turistas durante la Semana Santa que saber que es esa Semana Santa la que atrae turistas, y tanto más cuando son fiestas que se desarrollan en un largo puente primaveral. Mi experiencia, después de recorrer cerca de 50 Semanas Santas, es que la única concentración significativa de viajeros primariamente motivados por contemplar procesiones se da en Sevilla. En otros pocos lugares hay muchos turistas viendo los rituales, pero más bien parecen haber encontrado –estuvieran informados o no- un espectáculo que reclama su curiosidad, estando ya de vacaciones por la zona. Málaga, Córdoba o Toledo son un ejemplo. En otros casos hay afluencia por el prestigio de la celebración –Valladolid o Zamora, o el viernes en Lorca o la procesión de los Salzillos en Murcia-, pero no de carácter masivo. En algunos sitios se constata un turismo de regreso: originarios de la ciudad que emigraron, vuelven llevados por la emoción de la fiesta o por compromisos morales con una advocación o tradición familiar. Igualmente hay casos de viajeros por razones laborales relacionadas con los festejos. Todo ello falsea los datos de ocupación hotelera o de consumo en restauración. La confusión se completa con la arraigada costumbre de asistir a alguna procesión en localidades vecinas, volviendo a los domicilios de origen al concluir.

Turismo y Semana Santa

Los lugares donde proporcionalmente acuden más turistas a contemplar representaciones auténticas son sitios pequeños, con nula o escasa oferta hotelera, hasta superar, a veces, el número de los habitantes del lugar; así en Bercianos de Aliste -descendimiento-, Calanda –tambores- o Valverde de la Vera –empalados-. En San Vicente de la Sonsierra –picaos- parece que han descendido los visitantes, pero durante algunos años hubo protestas de cofrades porque dificultaban las ceremonias: en 1969 se suspendieron las flagelaciones, al considerarse que era incompatible ese ritual ante la presencia de una gran cantidad de visitantes profanos. Valga este ejemplo sobre cómo el turismo puede cambiar el sentido de ciertos gestos, convirtiéndose en fuente de disfunciones y contradicciones. El turismo en Semana Santa puede ser contemplado como un recurso económico, pero en muchos sitios es fuente de confirmación de la calidad o belleza de los actos, elemento de refuerzo de la autoestima y orgullo frente a localidades próximas. Cada día más, la identidad requiere del reconocimiento externo. Muchos selfies con el nazareno o la dolorosa de turno, vertidos en las redes, hará subir las emociones: es la versión disruptiva de los clásicos milagros, puestos en entredicho en la sociedad del riesgo.

Ser conscientes de esto será esencial a la hora de establecer estrategias de atracción turística o fidelización. El mayor riesgo es que los protagonistas de la Semana Santa –cofrades, pero, también, autoridades locales, fervorosos seguidores de ceremonias y hasta algún cura despistado- den por sentado que como su Semana Santa no hay otra. Es normal esta postura, no sólo por el habitual chauvinismo festero sino porque es difícil que los más adictos viajen a conocer otras realidades, dada la coincidencia de fechas… y verlo en youtube no es lo mismo.

El turista que disfruta con los actos pasionarios no es un turista al uso. Busca una experiencia plurivivencial y la mayoría son turistas informados al encuentro de fenómenos tendencialmente únicos. Lo que chocará con intentos de falsificar o de copiar rasgos de éxito en otros lugares, pensando que así se atrae al forastero. Y tanto más en épocas en que se constata una suerte de globalización cofrade con transferencias de estilos, aunque primando desaforadamente la imitación de lo sevillano. También puede suceder que, sobre todo en zonas tradicionalmente turísticas, el visitante curioso pero desinformado, se sienta ingratamente sorprendido por el espectáculo, molesto por el exhibicionismo religioso, incapaz de asimilar formas de apropiación del espacio urbano incomprensibles para algunas culturas, quizá agredido con imágenes de tortura y muerte jaleada por músicas estridentes y ovaciones desmedidas. Por todo ello es preciso un esfuerzo estratégico para facilitar la comprensión, superando la errónea creencia de que el turista ve y entiende lo mismo que el autóctono. En algunos lugares, las autoridades turísticas han empezado a desarrollar paquetes de acciones diversificadas que buscan una gestión inteligente del turismo pasionario y su integración con un turismo general, combinando diversos estímulos y reclamos.

Turismo y Semana Santa

Si puede haber un turismo de Semana Santa no será un turismo religioso: los viajeros no pueden considerarse peregrinos. Por las mismas características y objetivos doctrinales y catequéticos de la fiesta pasionaria, así como por la tradición, el ascetismo está reservado a muy pocos forasteros y los viajes por devoción a una imagen son muy reducidos, y en la mayoría de los casos se realizarán en otros momentos del año. Sin embargo, al turista semanasantero consciente será dado a experimentar realidades estimulantes relativamente extrañas. En ninguna Semana Santa con valor espectacular, artístico o etnológico, el espectador es pasivo, sino que es participante, un actor del mismo relato propuesto. Ante todo participando en los gestos que rodean a la procesión: silencio, bulla ruidosa, aplausos…. Buen ejemplo encontrará el viajero si acude a Lorca la tarde del Viernes Santo, a contemplar su Desfiles Bíblico-Pasionales: lo hará sentado en rectas, largas y elevadas tribunas; aunque carezca de cualquier relación con las corporaciones principales, los Blancos y los Azules, y se haya sentado sin saber si su tribuna es la unos u otros… no podrá evadirse del fervor partidista; y no sería extraño que se sorprenda, emocionado, dando vivas fervorosos al nuevo color de sus amores. Pero si va a Sevilla u otros lugares de Andalucía le costará algo más saber cuándo puede aplaudir, cuando debe aplaudir a la Virgen pero no al Cristo, cuando corresponde guardar un silencio intenso… cuesta un poco, pero ese aprendizaje es uno de los aspectos más sugerentes de la visita y quedará impreso en la memoria. El viajero debe aprender también a discernir si merece la pena ver una procesión sentado en la carrera oficial o paseando a la busca del mejor rincón, de la más feliz perspectiva.

Turismo y Semana Santa

En última instancia, este turismo trabajado, esforzado, debe basarse en dos pilares. Uno consiste en comprender que la belleza y fuerza de la Semana Santa, derivan en gran medida de su interacción con el paisaje ciudadano. Es un entorno que se transfigura estos días, que altera sus funciones y sus usos, y, con ello, formula otro tipo de invitación al pasajero de calles y plazas. Las ciudades, en las grandes Semanas Santas, son otras ciudades. La Semana Santa es una forma de apropiación de la ciudad, una inesperada fórmula de reclamar el derecho a la ciudad. El otro pilar supone entender que el mayor reto es adentrarse en las procesiones y sus circunstancias –música, cantos, esperas, olores, banderas, pasos, colores, formas de organización- para descubrir sus símbolos, el discurso que, más allá de la evidencia doctrinaria de los pasos, quieren dirigir las hermandades y cofradías, lo sepan o no.

En muchos casos, la posibilidad de incidir en el mercado turístico de Semanas Santas es escasa, más allá de la invitación publicitaria que no alcanza a decir gran cosa al que no disponga previamente de una motivación. La otra alternativa es preservar la calidad de lo existente, mejorarla sin falsificaciones ni prisas, y procurar enlazar el mensaje pasionista con otros aspectos de la realidad ciudadana. No sólo diciendo que por la mañana usted puede ir a la playa y por la noche embriagarse de incienso. Probablemente eso el turista ya lo sabe, aunque seguro que aprecia disponer de información sencilla, que no insista innecesariamente en aspectos confesionales. Lo importante es hacer que el visitante viva las horas en que deambule entre tallas, cirios o saetas, en algo digno de ser contado, en un relato que integre Semana Santa y ciudad, y que aprecie la originalidad de esa Semana Santa. En última instancia puede hacerse una sencilla prueba: pida el lector a cualquier conocido que cite diez localidades conocidas por sus Semanas Santas. El que quiera promover su Semana Santa debe tener un objetivo primario: que sea una de las diez recordadas. O en las veinte siguientes. Que un poco de humildad nunca viene mal en Semana Santa.

Semana Santa de Alicante de Interés Turístico Nacional

Antes de formular las propuestas que indicaré cabe hacer tres observaciones:

En su formulación no he tenido en cuenta razones religiosas, aunque no creo que ninguna de las observaciones y opiniones atenten contra creencias.

Una especialista, María Pilar Panero, ha observado: «La invención de la Semana Santa se ha hecho a lo largo de la historia con la superposición de relatos y, siempre, como un objeto de consumo visual, como catequesis o como producto turístico. El turismo (…) no aniquila las formas de catolicismo popular y cualquier vivencia íntima de los que participan en celebración en distintos grados. La gran capacidad de adaptación de la Semana Santa permite a sus agentes percibir un hecho universal y bastante homogéneo como particular». Por lo tanto, estas reflexiones exigen de los protagonistas espíritu abierto, pero no renunciar a intereses legítimos ni innovar hasta desfigurar, algo demasiado común en fiestas alicantinas.

La cultura alicantina está habituada al turismo de masas, de sol y playa.

Esa visión es incompatible con algunas exigencias del turismo de Semana Santa. Los intereses son divergentes. La luz atronadora, la sensualidad de la copa y de la sal en la piel se llevan mal con la estética del recogimiento y la sensualidad de lo penitencial. En definitiva: no sirven hábitos y arraigadas prácticas. Salvo que inventáramos una procesión nocturna, un santo botellón, como el de San Genarín de León o las turbas conquenses. Pero no creo que se trate de eso. Una cosa es la Santa Cena y otra el tardeo.

Los responsables deben, ante todo, decidir si el modelo y las acciones deben centrarse en promover la Semana Santa de Alicante o Alicante en Semana Santa.

Que no es lo mismo. Me decanto por la segunda opción. Porque es más fácil de manejar desde órganos gestores, más sencillo definir objetivos y acciones, y menos invasiva con las tradiciones. Eso no quiere decir que no me interese la Semana Santa en sí. Pero creo que los cofrades deben seguir gozando de amplia autonomía. Otra cosa es contar con las estructuras de la Semana Santa para la promoción de un Alicante en Semana Santa especial, lo que, incluso, puede ser un estímulo para la mejora de sus cultos externos. Sólo podemos hablar de estética, sin entrar en las funciones religiosas propias de las asociaciones de creyentes. Esto es también una apelación a su responsabilidad, el ruego de que extremen al máximo la calidad de los pasos o que eviten procesiones con escasos penitentes o el abuso de música estereotipada. Hay ejemplos de esa alianza ciudad-cofradías con vocación turística muy interesantes: Zamora, Valladolid, Cáceres o Medina del Campo.

Dicho esto formulo un objetivo general: introducir cambios que diferencien la imagen en Semana Santa, para atraer un complemento de visitantes propiciando nuevas acciones. No se trata de pensar que en un par de años el flujo de visitantes se incrementará radicalmente, sino de predisponer el modelo para la diversificación, conectando con otros estímulos turísticos y culturales. A partir de ahí me atrevo a enunciar sugerencias para abrir el debate.

  1. FOMENTO DE UNA PUBLICIDAD ESPECÍFICA:

Maximizando el uso de redes, con enlaces entre la página de la Semana Santa alicantina, la de las cofradías y otras destinadas al turismo en general. Ofreciendo información concisa, clara y puntual tratando de atraer a turistas que pasen en esta zona turística litoral sus vacaciones habituales o a residentes interesados por las tradiciones. Superando déficits en una publicidad dirigida a un público exigente: no disponemos de un documental de calidad. Sugiero promover, al menos, dos productos audiovisuales: uno general y otro centrado en algunas procesiones y momentos especialmente significativos –dualidad que debe repetirse en ediciones de folletos, etc.-. Esto puede no gustar a una parte del mundo cofradiero donde todas las procesiones tienen el mismo valor. Pero no es así a la hora de la difusión: revísense documentales de ciudades señeras en el mundo pasionario y se apreciara lo que digo. Por lo demás también podría convocarse un premio de producciones audiovisuales para redes y web. Desde otro punto de vista es preciso disponer de algunas publicaciones: un libro general con aspectos históricos, etnográficos y artísticos que no se recree en tópicos. Otra publicación de nivel medio, más divulgativa, también sería necesaria. Disponer de una grabación de la Banda Municipal de música a la venta y accesible en spotify o plataformas similares podría ser positivo.

2. CREAR SINERGIAS ENTRE LAS SEMANAS SANTAS DEL SUR DE LA COMUNIDAD VALENCIANA.

En nuestro entorno Orihuela y Crevillent son Semanas Santas de Interés Turístico Internacional, como la procesión de las palmas del Domingo de Ramos ilicitano. Alicante, con apoyo institucional, podría proponer la constitución de una alianza estable de las cuatro fiestas, para su promoción turística, la realización común de materiales informativos y actividades culturales, etc. Hay modelos de éxito de los que aprender: la ruta «Caminos de Pasión» que agrupa a Alcalá la Real, Priego, Puente Genil, Baena, Cabra, Lucena, Écija, Osuna, Baena y Carmona, constituida en 2002 con el objetivo explícito de promoción turística. Estas poblaciones entran también en la “Red europea de celebraciones de Semana Santa y Pascua”, que pretende ser reconocida por el Consejo de Europa como Itinerario Cultural Europeo. Pertenecen al proyecto otras localidades, entre ellas Orihuela. Por su parte la “Ruta del Tambor y el Bombo” enlaza las celebraciones de nueve localidades del Bajo Aragón y ha conseguido para su peculiar forma de música el reconocimiento de Patrimonio Inmaterial por la UNESCO, disponiendo de un Museo en Híjar y una potente página web. Por su parte, la “Ruta de la Pasión Calatrava” reúne a las 50 cofradías y 20 bandas de música de Aldea del Rey, Almagro, Bolaños de Calatrava, Granátula de Calatrava, Miguelturra, Pozuelo de Calatrava, Torralba de Calatrava, Valenzuela de Calatrava, Moral de Calatrava y Calzada de Calatrava, que realiza diversas actividades y unifica la publicidad turística.

3. LA INSERCIÓN DE LA SEMANA SANTA EN UN PAISAJE URBANO ATRACTIVO PARA EL VISITANTE.

Todas las procesiones convergen en el centro, que habría que considerar como algo más amplio que la carrera oficial, aunque esta sirva de eje. En ese centro deberían adoptarse medidas extraordinarias de limpieza o pacificación del tráfico. Igualmente debería hacerse una labor proactiva para favorecer la identificación de ese territorio de procesiones, como mejorar el exorno de escaparates, recorridos gastronómicos, instalación de gallardetes y reposteros, aperturas con horario ampliado de monumentos y lugares de interés, adornos florales, etc. Para dar sentido a esto se deberían buscar dos polos entre los que se articulara el eje procesional. El primero debería ser la entrada a la carrera oficial: convendría alterar su ubicación buscando mayor espectacularidad y favoreciendo que la llegada a la carrera discurriera por calles más estrechas. Una posibilidad sería ubicar el palco de entrada ante el Teatro Principal y que la venida se hiciera por la calle del Teatro, que funcionaría como una arteria preparatoria que atrajera a visitantes de paso –sin sillas-. El otro extremo del eje, de manera natural, debe ser San Nicolás, con dos puntos de referencia: un centro de información específico sobre la Semana Santa, con venta de productos culturales o recuerdos, regalo de carteles o folletos, etc.; y un centro de interpretación en el conjunto del claustro de San Nicolás, con geolocalización de las procesiones, exposiciones fotográficas, de carteles o dibujos; planos y fotos sobre historia de San Nicolás y de la Semana Santa, etc. La salida de San Nicolás para las cofradías se haría según sus rutas tradicionales, pero tratando de que discurrieran por la calle Labradores.

4. UNA CUARESMA CULTURAL.

Hace años, la Universidad organizó un ciclo titulado «Música para la Semana Santa, música para la paz». Sobre esa idea, con más medios, diversos escenarios, etc., podría realizarse un Festival cultural. Es imposible competir con el de Música Religiosa de Cuenca, pero buscar algo digno sería posible y podría ocupar la Semana Santa y la anterior. Un concierto de percusión a la luz de la primera luna de primavera podría ser un colofón interesante. En Valladolid se realizan exposiciones sobre aspectos relacionados con su Semana Santa y obras de arte de contenido religioso, siguiendo una larguísima tradición que identificó, desde la década de 1920, la cultura artística –y la invitación de personajes famosos a las fiestas- con el desarrollo procesional. Aquí sería difícil por carecer de las colecciones allí existentes. Pero podría comenzarse, con suficiente antelación a la llegada de Semana Santa, con una exposición muy potente: Arte y Tradición en las Semanas Santas del Sur de la Comunidad Valenciana, recogiendo obras de las cuatro poblaciones a las que aludí. Conseguir reunir el Cristo de la Buena Muerte, la Diablesa, Salzillos y Benlliures, así como obras de imaginería contemporánea y muestras de artes aplicadas, sería un punto de inflexión notable. Por supuesto, debería organizarse con dirección profesional e implicación institucional. En los siguientes años podrían intentarse otras exposiciones sobre religiosidad popular, imágenes de otras procesiones valencianas, arte religioso en las colecciones alicantinas, etc. Desde otra perspectiva, en el Espacio Séneca podría organizarse anualmente una exposición-anuncio en Cuaresma montando algunos pasos complementada con exposiciones de fotografía, etc.

5. ¿UN MUSEO DE LA SEMANA SANTA?

Nada hay que oponer a la vieja petición de un Museo de la Semana Santa alicantina, salvo que no está claro cuáles serían sus fondos estables –un Museo no es un almacén de piezas-. Ni Sevilla, Cartagena, Murcia, Córdoba o Valladolid, por ejemplo, poseen museo. La razón es sencilla: las obras culminantes están en los templos, asociadas al culto, o en otros museos, aunque haya hermandades que disponen de su propio espacio museístico. Existen museos que, sin embargo, sirven para articular las procesiones, porque, aunque algunas obras estén en iglesias, disponen de suficiente patrimonio como para poder organizarse; es el caso de Orihuela, Crevillent y el que, seguramente, es el mayor ejemplo de éxito: Zamora. Un Museo de Semana Santa no puede prescindir de imágenes ni hacerse sin asegurar su continuidad y calidad, de lo contrario es turística y culturalmente inservible: con piezas escasas y sin calidad notable desanima al visitante. Igualmente un Museo debe servir de centro de estudio -en conexión con otras instituciones- y dinamización cultural, para catalogar y proteger el patrimonio. Cabe otra propuesta que a veces se ha comentado: un Centro de Interpretación como los que existen en Cuenca o Medina del Campo en los que las piezas no están prioritariamente seleccionadas por su valor estético sino por ser expresivas de la tradición. Alicante tiene también aquí un problema: su tradición es corta –los orígenes de la Semana Santa son muy antiguos, pero con largas épocas de repliegue y escasa conservación de elementos identificativos-. No obstante, no creo que haya que renunciar. Se me ocurren dos alternativas, con acuerdos institucionales y sociales y un poco de paciencia. En ambos casos se parte de la idea de que interpretar la Semana Santa contextualizándola, no intentando una explicación desde sí misma sino en diálogo con la historia ciudadana. Una posibilidad sería conseguir insertar el Centro de Interpretación en un futuro Museo de Arte religioso y de Religiosidad Popular en el antiguo convento de las Monjas de la Sangre, con fondos diocesanos y de otros orígenes. No tendría mucho sentido si no se vincula con la tradición de la Santa Faz. Otra posibilidad sería, ante el traslado de la Guardia Civil desde su comandancia en la calle de San Vicente, instalar en tal edificio un Museo de la Ciudad, con un espacio para las tradiciones religiosas y que allí se ubicara lo que se ha indicado.

Las citas y alusiones directas en: Javier Burrieza Sánchez. HISTORIA DE UNA PROCESIÓN. 200 AÑOS DE LA GENERAL DEL VIERNES SANTO DE VALLADOLID, Ayuntamiento de Valladolid-Junta de Cofradías de Semana Santa, Valladolid, 2010. Alberto J, Palomo Cruz. SEMANA SANTA DE MÁLAGA, Almuzara, 2022. César Rina Simón. EL MITO DE LA TIERRA DE MARÍA SANTÍSIMA, Junta de Andalucía, 2020. Isidoro Moreno. LA SEMANA SANTA DE SEVILLA. CONFORMACIÓN, MIXTIFICACIÓN Y SIGNIFICACIONES. Ayuntamiento de Sevilla, 2006. Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz y Juan Jesús López-Guadalupe Muñoz. HISTORIA VIVA DE LA SEMANA SANTA DE GRANADA. ARTE Y DEVOCIÓN. Universidad de Granada, 2017. Especial interés tienen algunos artículos recogidos en la obra colectiva editada por María Pilar Panero García, MIRAR, VIVIR Y PARTICIPAR. TURISMO CULTURAL Y SEMANA SANTA. Universidad de Valladolid, 2020.

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