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GENT DE LA TERRETA
Pablo Belmonte Emprendedor

Mentes en torno al cerebro

Ilustración de Julia Segura

Emprendedor: Dícese del que tiene decisión e iniciativa para realizar acciones que son difíciles o entrañan algún riesgo. O también: Persona que tiene la capacidad de descubrir e identificar algún tipo de oportunidad de negocios y organiza una serie de recursos con el fin de acometer un proyecto empresarial.

Sirvan ambas descripciones para introducir en esta escena a Pablo Belmonte a modo de ejemplo de todos esos jóvenes que han apostado por la tecnología no solo para beneficio propio, también para mejorar el sistema del bienestar. Apadrinado y guiado desde el inicio por dos mentes maravillosas (su padre, el investigador en neurociencias Carlos Belmonte, y Joaquín Ibáñez, profesor de fisiología de la Facultad de Medicina), Pablo apostó por las aplicaciones biomédicas para crear Newmanbrain, una startup de base científica y tecnológica que cuenta con el apoyo de la Universidad Miguel Hernández, dedicada a desarrollar instrumentos de apoyo al diagnóstico de desórdenes con origen en el cerebro. De hecho, hoy los esfuerzos están centrados en recorrer la recta final para lanzar al mercado un dispositivo que, entre otras funciones, monitoriza y evalúa con inteligencia artificial las capacidades funcionales del cerebro, ayudando al diagnóstico y tratamiento precoz del deterioro cognitivo (déficit de atención, hiperactividad e, incluso, alzhéimer), que quedarían delatados a través del estudio de señales en cuestión de minutos. Un sistema revolucionario, fácil, ambulatorio y barato, un método que, simple y llanamente, no existe en el mundo. «No sé dónde va a llegar, pero tiene todos los ingredientes para ser un bombazo», esgrime quien han seguido de cerca un proyecto que está gestándose desde hace años con notable dedicación entre un grupo de profesionales destacados.

Llegar a este punto no fue sencillo. Pablo Belmonte, nacido en Madrid, pero criado en Alicante desde que su padre hiciera acto de presencia en la ciudad para poner en marcha la Universidad de Alicante y, posteriormente, el Instituto de Neurociencias, tocó varias ramas antes de verse bendecido por la varita mágica de sus dos mentores.

Tras una breve estancia en Estados Unidos -Boston y Utah-, donde completó el bachiller en una base militar al cuidado de un coronel que fue el primer hispano graduado en West Point, el joven Belmonte regresó a España para cursar el COU y dos años de Medicina, carrera que abandonó al querer alejarse de todo lo que oliera a hospital tras perder a una hermana con solo 12 años, víctima de un aneurisma.

Por esa época decide abrir un paréntesis y cumplir con el servicio militar en Infantería de Marina, periodo en el que va encubando enfocar su futuro hacia la aviación. Así, decide ingresar en la Escuela Nacional de Salamanca, donde se licencia como piloto de aviones de transporte. Su nueva profesión le lleva de nuevo a Estados Unidos para cumplir con horas de vuelo y convalidar permisos y, posteriormente, regresa a Alicante para ejercer como profesor en un par de escuelas de pilotos y azafatas. Ese nuevo destino y la apertura de una nueva empresa dedicada a la descalificación del agua precedieron a su entrada en el mundo del ladrillo con Inárea, una constructora de viviendas de lujo que cerró antes de la crisis al ser advertido desde varios puntos, durante una visita a Norteamérica, del crack económico que se avecinaba.

Fuera del mercado laboral, Belmonte opta por formarse en Administración de empresas, marketing y dirección comercial con cursos dirigidos por la Escuela Europea y la Universidad de Pensilvania. Y es en ese punto cuando surge una conversación para hablar de futuro con su padre y con el doctor Ibáñez. La reunión aporta como primera conclusión trabajar en la creación de un programa que ejercite el cerebro mientras se practica deporte en los gimnasios. La idea dura hasta que abre una página excel y plasma en cifras el escaso futuro de la pretendida gimnasia mental aplicada en centros deportivos. El empeño, sin embargo, no ceja. En ese impasse, el equipo se detiene en una tecnología basada en la espectroscopia de infrarrojo cercano (FNIR), una técnica similar a la resonancia magnética, pero que aporta otras ventajas. En esa línea, tras aprender las bases científicas del sistema, se aventuran a crear y desarrollar un prototipo funcional, tarea que exige casi una década de dedicación científica y que se concreta con la creación de Theia, un dispositivo que monitoriza objetivamente y evalúa con inteligencia artificial las capacidades funcionales superiores del cerebro humano y la aparición de trastornos como la pérdida de memoria, atención etc., ayudando precoz y decisivamente al diagnóstico y tratamiento del deterioro cognitivo.

Paralelamente, Newmanbrain (nombre elegido como homenaje al polifacético Paul Newman, fallecido en la época en la que se creó la empresa) inicia la búsqueda de inversores para culminar el proyecto con escaso éxito. Entretanto, a la espera de una mano salvadora, la sociedad decide presentar su trabajo en diversas convocatorias de premios para tecnología e, inesperadamente, suena la campana: INNOVA eVIA distingue en Madrid a la empresa alicantina con el primer premio en la categoría de cuidado socio-sanitario.

La distinción se convierte en una especie de lanzadera del proyecto en el plano mediático, aunque la financiación sigue resistiéndose. Esa última puerta se abre con una decena de empresarios del entorno de Belmonte y un préstamo participativo del Gobierno. El impulso da pie a buscar fondos de inversión, que cristalizan en tres vías: una en Boston, otra en España y una tercera en Inglaterra.

Con la base financiera amarrada, Newmanbrain acomete el impulso final hacia el prototipo que hoy sigue sometido a ensayos clínicos, una herramienta rápida y barata de apoyo profesional para detectar trastornos y cuya presentación en sociedad está prevista para el segundo semestre de este año. Cuestión de empeño, cuestión de emprendimiento.

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