El verano es tiempo de libertad, de hacer cosas diferentes, de divergirse, de extraviarse y de divertirse. Pero también son las semanas estivales lugares para replantearse todo, para repensar nuestras trayectorias personales y colectivas, para reinventarse.

¿Quiénes somos los alicantinos?, ¿De dónde venimos?, ¿Hacia dónde vamos? Las cuestiones eternas surgen ahora entorno a paellas y horchatas frente al mar. Soy historiador. Mi especialidad es contemporánea y, la verdad, estoy algo cansado de esta etapa de la historia.

Por ese motivo en verano trato de sumergirme en la edad antigua, en los clásicos, en Roma y en Grecia. Suele ser en mí esta una costumbre cíclica, un deje profesional, una tendencia de julio y agosto. Uno de estos días, mientras leía y veía conferencias sobre nuestros padres los helenos, tan decisivos en la conformación de nuestra cultura occidental, me asaltó de repente una idea.

La Terreta, estimados lectores, era y es Grecia. Voy a tratar de trazar este paralelismo, que espero sirva para comprender mejor nuestras comarcas.

Alicante, aunque ni los alicantinos ni los habitantes de otras provincias de España suelen ser conscientes de ello, es una provincia bastante montañosa, de las más montañosas de España. Este hecho, evidentemente, fomenta nuestra fragmentación política.

Las cumbres y accidentes geográficos nos separan y, aún en un siglo XXI lleno de eficaces túneles y modernas carreteras, fomentan que cada ciudad, cada valle, tenga una idiosincrasia propia. En Grecia sucedía igual, las sierras y cordilleras propiciaban la división del territorio en «polis», en ciudades-Estado independientes.

Es también Alicante, como lo fue y es Grecia, una tierra abierta al mar, marinera, exportadora, emprendedora y cosmopolita. Al alicantino, como al griego, le gusta lanzarse al mar Mediterráneo a explorar y a vender.

Mar y montaña, Grecia y la Terreta, gemelas y singulares, con similares virtudes y males.

La civilización Griega, nos contaban nuestros tenaces profesores de la Universidad de Alicante, padeció una enfermedad cívica particular que le impidió llegar a ser más relevante en el mundo clásico. ¿Cuál fue esta tara radical, este defecto seminal?: sin duda, su división política.

Grecia nunca fue Roma, nunca formó un imperio unificado. La Terreta, como Grecia, reproduce a mi modo de ver esta insuficiencia, vive muy marcada por esta falta de coordinación.

Como me gusta decir frecuentemente, en nuestro Alicante «cada terra fa sa guerra». Y esto, me permito opinar cómplices lectores, no es bueno para nadie.

¿Somos realmente conscientes de nuestra relevancia conjunta, de nuestro potencial? Creo que la respuesta es simplemente no. Ilustremos esto con un ejemplo que considero llamativo.

Las ciudades de Elda y Petrer, que como sabemos conviven completamente unidas por un continuo urbano, cuentan con unos 86.000 habitantes. Esta es la población total de Toledo, cabeza actual de su provincia y capital histórica de España.

La Terreta es un cosmos de importantes ciudades medias, que en muchas regiones de España serían grandes núcleos con poder político propio.

Pero no planificamos el territorio de manera conjunta, no desarrollamos nuestros planes urbanísticos de forma verdaderamente mancomunada. Tampoco reivindicamos nada con una sola voz.

Grecia, ese sagrado universo tan peculiar por su geografía, cuenta con más de 6.000 islas. Como islas viven las ciudades de nuestro Alicante, pensando únicamente en sí mismas y desatendiendo las oportunidades de sumar con sus vecinos, separadas por un mar invisible de incapacidad política.

¿Y qué pasa con nuestras principales urbes?, ¿son ellas capaces de superar este «síndrome heleno»?

La ciudad de Alicante, desde su marítima capitalidad, podríamos decir tal vez que es una Atenas que no conoce bien su territorio. Compite con ella la luchadora Elche, quizás una Esparta de interior, trabajadora y tenaz.

Ambas se dan la espalda, se hacen una guerra sorda, no exploran ni aprovechan sus posibles sinergias.

¿Surgirá en algún momento un Alejandro Magno, un líder que sepa unir y representar de manera eficiente a nuestra Terreta?

Necesitamos unas clases dirigentes que sepan generar un relato común y unos ciudadanos alicantinos que entiendan las enormes ventajas de unir nuestras comarcas y le demanden a los políticos una mayor coordinación.

Grecia tuvo muchas virtudes, la competencia entre sus polis fue en parte positiva. Pero nunca marcó el mundo en lo político y en lo cívico de manera profunda debido a su radical división.

La Terreta debe aprender de la historia. Sabemos que somos demasiado griegos aún, que carecemos de elementos de unidad y de proyecto colectivo.

Hemos de aprender a generar lazos más fuertes entre nosotros, a la manera de Roma. Solo si somos capaces de actuar más cohesionados podremos hacer valer tanto en Madrid como en Valencia nuestro verdadero potencial.

Somos un potencia económica y poblacional media, la quinta provincia más poblada de España. ¿Sabremos dejar de ser tan griegos? Esperemos que sí.

Queremos más, más Terreta, más Alicante.