Así empezaba el slogan institucional de una campaña contra el fuego allá por el año 1972, y continuaba: … algo suyo se quema. El humorista Perich lo convirtió en una crítica social satírica que alcanzó gran popularidad en la época dejándolo de la siguiente manera: «Cuando un bosque se quema, algo suyo se quema … señor conde».

Los incendios en verano se han convertido en catástrofes recurrentes que, año tras año, asolan los bosques de las zonas más secas del planeta, y especialmente de los países mediterráneos como el nuestro. La magnitud del problema es dramática: A las posibles víctimas y personas damnificadas, por las que tengo todos los respetos y consideración, hay que sumar los daños producidos al medio ambiente.

Cuando los informativos de cualquier tipo se refieren a los incendios, priorizan las noticias sobre: posibles víctimas, origen del fuego, perspectivas de su evolución, daños producidos, indicando las hectáreas (ha) que se han calcinado. Tengo la impresión de que este último dato nos pasa algo desapercibido y no proporciona una idea clara de la magnitud de la catástrofe. Puede que no todos estemos familiarizados con esta unidad de superficie, normalmente utilizada en las estadísticas para calibrar los daños materiales derivados. La hectárea es una unidad de medida de superficie que equivale a 10.000 m2, esta superficie es próxima a la de un campo de fútbol (algo mayor). En España ya se han calcinado este año más de 270.000 ha. Hacerse una idea de los que suponen 270.000 campos de fútbol resulta complicado. Sería preferible utilizar otra unidad de superficie que nos permitiera tener una idea más clara: el kilómetro cuadrado (km2). Un kilómetro cuadrado equivale a 100 ha, por tanto, las 270.000 ha calcinadas se corresponden a 2.700 km2, es decir: una franja del orden de 3 km de ancho por 900 km de largo (aproximadamente desde Alicante a La Coruña), o un cuadrado que tuviera de lado una distancia del orden de 52 km (algo menos que la que hay entre Alicante y Altea). Probablemente, esta imagen resulte más fácilmente imaginable que las correspondientes y clásicas hectáreas.

Ya podemos tener una imagen clara de la superficie devastada, pero ¿y las consecuencias? Con este artículo pretendo ofrecer otro punto de vista que permita obtener una idea más clara de la magnitud del problema, y pueda contribuir a una mayor sensibilización social que se traduzca en la aplicación de medidas más efectivas para combatirlo.

Para ello, sin pretender ser riguroso, una estimación de la equivalencia de la superficie quemada en los incendios forestales con las correspondientes emisiones de dióxido de carbono (CO2) y su «traducción» a consumo de petróleo sería mucho más fácilmente entendible e impactante.

La densidad de biomasa de los montes oscila en un amplio intervalo de entre 10 y más de 150 kg/m2, si se admiten las siguientes hipótesis:

-para que un incendio se declare y propague debe tener una media del orden de 60 kg/m2 de biomasa.

-esta biomasa contiene una humedad del orden del 30%.

-cuando se quema no se produce la combustión completa, y sólo se quema un 40% de la materia combustible (los trocos arden sólo superficialmente).

-la composición de esta biomasa, para esta estimación aproximada, se puede considerar similar a la de celulosa (uno de sus componentes mayoritarios que tiene un 44.4% de carbono), se puede concluir que por cada metro cuadrado de superficie quemada se emitirían del orden de 27 kg de CO2. Así pues, la superficie quemada este año en España podría ser responsable de la emisión de 73,2 millones de toneladas de CO2. Sirva, por ejemplo, para comparar el dato de las emisiones de este gas por consumo de combustibles en España de 2020, que fueron del orden de 215 millones de toneladas. Es decir, este análisis nos llevaría a admitir que los incendios que se han producido en España hasta la fecha serían responsables de unas emisiones de CO2 del orden de lo emitido en España (por todos los conceptos) en un tercio del año.

Pero la cosa no queda ahí, ya que además de este gas se emiten otros productos tóxicos por la combustión incompleta, partículas y cenizas. También se producen una serie de daños materiales colaterales fruto de la erosión del terreno debido a las escorrentías, con graves perjuicios a ríos, acuíferos y cultivos, la fauna desaparece, amén de un largo etcétera de consecuencias negativas. Además, y lo que es más importante, un bosque quemado tarda mucho tiempo en regenerarse, lo que supone que está varios años sin fijar CO2. Esta falta de fijación es equivalente a una emisión neta que, para hacer el balance completo, debe sumarse a las emisiones directamente producidas en el incendio. Si se supone que un bosque puede captar del orden de 5 kg/m2 de CO2 al año y que tarda en regenerase alrededor de 10 años, habría que añadir del orden de 50 kg de CO2 a los 27 kg/m2 de CO2 directamente generados, con lo que la suma de estas dos cifras se elevaría a 208 millones de toneladas el CO2, el neto emitido y el no captado, a consecuencia de los incendios. Esta cifra resulta muy próxima a las emisiones de CO2 en España, fruto de todas sus actividades, en un periodo del orden de un año.

Otro dato impactante lo encontramos si relacionamos lo anteriormente expuesto con el consumo de petróleo y sus emisiones. El consumo de petróleo en España en 2021 fue del orden de 65 millones de toneladas. Las emisiones de este petróleo al quemarse originarían del orden de 180 millones de toneladas de CO2 en ese año. De modo que se podría también considerar que la energía y las emisiones derivadas de los incendios ocurridos en lo que va del presente año podrían ser de un orden de magnitud similar al del consumo de petróleo de España durante todo un año.

Este análisis puede resultar algo simplista, las hipótesis consideradas pueden ser matizadas o discutidas, y podría hacerse un estudio con mayor rigor, pero es evidente que permite establecer un marco de referencia que resulta mucho más claro e impactante que las tradicionales hectáreas quemadas. Espero que estas reflexiones sirvan para transmitir más claramente las consecuencias medioambientales de los incendios y, así, mejorar la percepción social sobre esta problemática y nos haga ser conscientes de que cuando un bosque se quema no sólo se queman las propiedades del conde, también se nos quema mucho a todos. Por ello, sería deseable y necesario que los responsables políticos se replantearan la situación de los montes y zonas rurales y propiciaran medidas adecuadas y efectivas, dotando de mayores recursos y reconocimiento a los trabajos necesarios para prevenir y combatir los incendios forestales, que año tras año, en mayor o menor medida, asolan nuestros campos, son una fuente nada despreciable de contaminación y están contribuyendo muy significativamente al impacto medioambiental, al cambio climático y el calentamiento global.