Amigos, enemigos y compañeros de partido. Ésta es una de las explicaciones, a modo de frase socorrida en los círculos políticos, que sobrevoló con más fuerza en el entorno del salón de plenos al término del Debate sobre el Estado de la Ciudad, el último que se celebrará este mandato en Alicante. 

Y es que la actitud que mostró el portavoz socialista, Miguel Millana, que se estrenaba en esos menesteres en unas de esas sesiones trascendentales del año, no podía tener otro motivo. O sí, pero nadie acertó a explicarlo con fundamento. La falta de experiencia, con su currículo, no cabe. Tampoco el escaso conocimiento a nivel municipal, tras pasarse el mandato con pie y medio en la Diputación, ya que estos debates se preparan con las aportaciones de todo el grupo, lo que suele ser suficiente sin más para alcanzar un aprobado raspado. "¿Habrá dado este nivel para dificultar el aterrizaje de Ana Barceló como alcaldable?", se preguntaba más de uno en los corrillos posteriores o a través de mensajes cruzados por el móvil. No sería descartable, pese a tratarse del secretario general de los socialistas alicantinos, debió pensar alguno de los que saben lo mal que está llevando Millana no ser el ungido por Ximo Puig para encabezar la lista electoral socialista.

El flojo discurso, sin alma, sin hilo argumental, disperso, reiterativo en sus obsesiones, sin una crítica armada a la altura del principal partido de la oposición y sin las propuestas exigibles a un grupo con tantos concejales como el socio mayoritario del gobierno, pese a tener enfrente a un bipartito de PP y Ciudadanos con sombras a las que atacar, dio mucho que hablar entre los miembros de la Corporación, a la izquierda y a la derecha. Las palabras sobraban en muchos de los concejales socialistas: bastaba con verles el rictus durante las dos intervenciones de Millana, a cual más decepcionante, evidenciaban esas caras. 

El alcalde, Luis Barcala, expresó -él podía- lo que muchos pensaban. "He apuntado medio folio con la intervención de Vox, algo más de medio con Unidas Podemos, otro tanto con Compromís... y 'esto' con el PSOE", dijo Barcala, mientras señalaba con desdén un papel casi intacto, en un reproche en el que le recordó la responsabilidad de un grupo con nueve sillones en el Pleno. Millana miraba como si no fuera con él. Como si diera el objetivo por cumplido.

Barcala, y lo sabe, va sobrado en ese duelo. No siente presión. Vive a gusto con un PSOE "sin líderes ni referentes" en el Ayuntamiento, como hizo por subrayar el popular después de que la portavoz de su grupo, Mari Carmen de España, ya hiciera su labor de meter a Ana Barceló en el debate, sin estarlo, y de recordar los líos internos de los socialistas. Con perspectiva, desde la butaca de los castigados, siguió el debate Francesc Sanguino. Más de uno le miraba de reojo para descifrar lo que debía pasar por esa cabeza. "Ha hecho bueno a Paco", resumió alguno al final de la sesión. 

De haber defendido Millana una intervención a la altura de sus siglas, sin más alardes, se habría evidenciado que los discursos del alcalde -el inicial, en el que relató con todo detalle lo hecho y lo previsto, y el de cierre, donde se limitó a anunciar incentivos fiscales sin fecha ni gran repercusión social- tampoco pasarán a la historia de Alicante. Pero no lo hizo. A Barcala se le vio sin chispa, como falto de ilusión, sin un proyecto armado que defender tras cuatro años de gobierno, sin promesas que eleven la ilusión ante la próxima cita electoral. Como dejándose llevar. En la batalla de los gallos, eso sí, le bastó para ganar sin agotar los asaltos.