El aumento de la esperanza de vida y la mejora del estado físico y mental están propiciando toda una revolución entre las personas que han cumplido los 65 años. En la provincia de Alicante, este grupo poblacional supera los 358.000 ciudadanos y en 2050 será el 30% de la población. Cada vez más activos, más formados y con más inquietudes, demandan también más servicios. ¿Estamos preparados para este reto?

Hasta hace poco, muy poco tiempo, superar la barrera de los 65 años era concebido socialmente como haber llegado al final. Al final de la vida laboral, pero también de otras muchas facetas que, tras dejar de trabajar, quedaban aparcadas para siempre o reducidas a un segundo, tercer o cuarto plano. Se acabó arreglarse, salir a cenar, viajar con amigos, ir de copas, estudiar, sentirse útil. Eres viejo, no vales.

Sin embargo, la prolongación de la esperanza de vida en los últimos años y, con ella, el crecimiento exponencial de personas que han superado el umbral de la jubilación han despertado un cambio imparable y que representa todo un desafío económico y social para los Estados y para las ciudades. La revolución de los nuevos viejos. 

«¿Por qué tenemos que pensar que una mujer con canas es una mujer fea?». La pregunta fue lanzada al aire hace escasos días por Audrey Tautou en una entrevista. Pese a no haber cumplido todavía los 50, la actriz que enamoró a medio mundo al otro lado de la pantalla dando vida a la soñadora Amélie ha sido la última en sumarse con sus declaraciones al enorme coro de mujeres, famosas y anónimas, que llevan tiempo rebelándose contra la dictadura de la eterna juventud. Y también, lo que es peor, contra la de la infantilización de la vejez.

Cerca de 6.000 personas mayores estudian en las aulas de la experiencia que organizan las universidades públicas de la Comunidad. David Revenga

En nuestro país, una de las protagonistas de esta lucha es la psicóloga, escritora y feminista Ana Freixas, autora del libro «Yo, vieja», en el que reivindica el derecho de las personas de la llamada tercera edad, especialmente de las mujeres, a aprender, enseñar, opinar, divertirse, desear o rechazar, independientemente de su edad. En eso consiste esta particular rebelión. 

En la provincia de Alicante residen actualmente alrededor de 358.600 personas mayores de 65 años. Son 110.000 más que a principios del actual milenio. Así lo reflejan los datos poblaciones del Instituto Nacional de Estadística (INE) y que, además, constatan no solo que cada vez somos más las personas que llegamos a viejos, sino que además vivimos mucho más tiempo. Basta con dos cifras para constatar este dato sobre longevidad: en 2001, residían en la provincia 300 alicantinos con 100 años o más, una cantidad que a 31 de diciembre de 2021 alcanzaba las 554 personas, casi el doble. Pero la cosa no queda ahí.

Concha Díez, una estudiante de la Aunex que acude a clase como una fórmula para intentar frenar el deterioro cognitivo. David Revenga

La estimación de población del INE a 15 años vista cifra en casi 600.000 el número de personas mayores de 65 años que vivirán en la provincia en 2037 y, ojo, 1.483 tendrán 100 años o más. Es decir, la población de centenarios se habrá multiplicado por tres, mientras que uno de cada cuatro alicantinos, el 25,1%, tendrá más de 65, cuando actualmente no alcanzamos el 19%.

Tantas vejeces como individuos

«El envejecimiento no es algo que llegue de la noche a la mañana, sino un proceso complejo. Biológicamente, empezamos a envejecer desde el momento en que nacemos y, por tanto, vamos viviendo cambios de manera paulatina y durante todo el ciclo vital». Esther Sitges, psicóloga especializada y profesora y directora del Máster en Gerontología y Salud de la Universidad Miguel Hernández (UMH) explica que dentro de este ciclo vital, no obstante, los avances médicos y la mejora de la calidad de vida, la alimentación y el estado general de las personas han hecho que la etapa de la vejez se haya convertido en una «megaetapa», lo que, a su vez, trae aparejada otra cuestión.

«Existen tantas vejeces como individuos. Cuando una persona se jubila, si no hay ninguna enfermedad grave u otra causa, puede tener todavía por delante un panorama de vida de unos 25 a 30 años, por lo que las necesidades, obviamente, no son las mismas para una persona de 70 que para una que ya ha cumplido los 90, como ocurre cuando tenemos 5 años o tenemos 20. Cada persona, tarde o temprano, va a tener unas necesidades específicas y va a necesitar una atención u otra, a la que será necesario dar respuesta», explica esta experta, que también dirige las Aulas Universitarias de la Experiencia de la UMH

José Antonio Lario, un jubilado de 73 años que acude diariamente al gimnasio para hacer ejercicio. David Revenga

Por tanto, además de la ventaja que puede suponer prepararnos para llegar a la vejez de manera activa, con aficiones, cuidados, etc., esta experta también considera sumamente importante plantearnos otra cuestión: «Tenemos que preguntarnos dónde y cómo vamos a querer vivir esos años», una pregunta que, a su vez, exige a las administraciones públicas no solo adaptar las ciudades para hacerlas más accesibles, sino también hacer una revisión del modelo residencial para facilitar soluciones habitacionales diferentes: desde las residencias tradicionales al impulso del «cohousing» u otros modelos intergeneracionales, entre los que el edificio de Plaza América en Alicante se sitúa como un referente, indica la gerontóloga.

«La gran mayoría de la gente en la primera etapa de la vejez puede seguir con su vida, en su casa, porque se encuentra perfectamente, pero este proceso, este haberle ganado fisiológicamente a la vida prácticamente 40 años, nos está trayendo a la vez otro desafío, que es el sobreenvejecimiento: cada vez hay más personas mayores de 100 años que van a necesitar más cuidados y que requieren una importante inversión en recursos, innovaciones e investigaciones que hasta hace muy poco tiempo no se habían planteado como algo urgente», mantiene Sitges. 

Actividad para no decaer

Hasta que llegue ese momento de necesitar cuidados, tanto Esther Sitges como el resto de expertos en este campo coinciden en que la actividad que hagamos antes y después de la jubilación determinará cómo vamos a llegar a viejos. «Hay tres áreas básicas que cuidar para tener un envejecimiento saludable: el cuerpo, la mente y las relaciones sociales», mantiene la profesora de la UMH, tres pilares de los que cada vez es más consciente la gente que llega a la jubilación. 

Voluntariado; deporte; viajes; talleres de trabajos manuales como la cerámica, el punto o la pintura; aprender idiomas o ir a clase en la universidad son algunas de las actividades en las que cada vez hay más presencia de personas mayores.

«Cada vez está más informados y saben que la actividad física es fundamental para frenar el envejecimiento físico y estar ágil: hacer trabajo de movilidad, de activación, para mantener la calidad de vida», explica Pere Ripoll, responsable del gimnasio Fiesta Park en Benidorm, donde a diario acuden decenas de personas de este grupo poblacional.

Pilar Olabuenaga tiene70 años y acaba de empezar su cuarto curso en la Aunex de la Miguel Hernández en Benidorm. David Revenga

La más veterana es Amparo Oliva, una enfermera jubilada de 90 años, que desde hace casi 20 acude tres veces por semana a hacer bicicleta y distintas máquinas a este centro deportivo y que tiene claro que, mientras pueda, no lo dejará: «Es lo que me mantiene activo el cuerpo y la mente: tengo la circulación perfecta, ando con la espalda recta y más rápido que mucha gente más joven que yo», asegura Amparo, que también destaca que este hábito también le ayuda a relacionarse: «Toda la gente es muy simpática, muy amable y, además de hacer deporte, paso un rato divertido», mantiene.  

El aprendizaje es el mejor aliado para activar la mente. En la Comunidad Valenciana alrededor de 6.000 personas mayores acuden varias veces por semana a las aulas de la experiencia que organizan las cinco universidades públicas y cuyos alumnos llenan pupitres cargados de sabiduría pero también de ganas de aprender.

«A mí la pandemia me hizo caer en una depresión tremenda, pero desde que descubrí estas clases, soy una persona nueva. He guardado la edad en una maleta, tengo 75 años pero para mí es solo un número en el calendario, y ahora me siento como una persona nueva y con ganas de lo que se ponga por delante», asegura Encarnación Burgos, una estudiante de las aulas de la Aunex en Benidorm.

Pilar Olabuenaga, 77 años: «Es un error creer que hay una edad para dejar de aprender»

«Para mí es un error creer que hay una edad para dejar de aprender y estos cursos nos dan la oportunidad de seguir ampliando nuestros conocimientos, tengas los años que tengas». Pilar Olabuenaga tiene 70 y defiende su derecho de seguir formándose desde el pupitre que ocupa en el Aula Universitaria de la Experiencia que la Universidad Miguel Hernández organiza en distintas poblaciones de la provincia, entre ellas en Benidorm. Junto con un grupo de compañeras, escucha con atención las explicaciones del profesor que este curso les da Historia de la Química.

Es la cuarta vez que participa en uno de los cursos de la Aunex, en los que ha seguido las clases tanto de manera presencial como online durante el confinamiento, una etapa, lejos de recordar en negativo, también le proporcionó otro aprendizaje: «Aquello me sirvió para aprender a manejar otras herramientas, como el ‘zoom’ y otras aplicaciones que, de otra forma, nunca habría utilizado». Además de abrirle las ganas de aprender, Pilar explica que acudir varias veces por semana a la Aunex también «hace que conozcamos a otra gente, se crea muy buen ambiente con los compañeros y lo pasamos bien... Me siento como si tuviera veinte años menos». 

José Antonio Lario, 73 años: «El deporte me mantiene ágil y sano sin tener que una hacer dieta»

De lunes a viernes, como un reloj, cada mañana José Antonio Lario se enfunda su ropa deportiva para acudir al gimnasio a hacer ejercicio. A sus 73 años explica que apenas toma pastillas, que se siente ágil y que, además, puede mantenerse delgado sin necesidad de hacer una dieta estricta. «No como grasas ni mucho dulce, pero sin hacer dieta. El deporte me ayuda a no ponerme grueso, porque estar grueso tiene malas consecuencias para la salud, muchos problemas», explica. Además de las tablas que los entrenadores del Fiesta Park le preparan adaptadas a su edad y condición física, también cada día este contable jubilado camina entre 6 y 7 kilómetros. «Empecé a hacer deporte en torno a los 45 años, porque mi trabajo era muy sedentario y tenía que compensarlo de alguna manera. Ahora, sigo practicando por estar bien y la verdad es que casi no tomo ninguna pastilla», explica en tono jocoso. Junto al deporte, José Antonio afirma que también le gusta leer, ir al teatro,... la cultura en general. En su agenda de cosas pendientes está aprender inglés, algo que no descarta hacer en los próximos meses. «Viviendo en Benidorm, es casi obligado y creo que nunca es tarde para aprender», indica. 

Concha Díez, 66 años: «Estudio para intentar frenar el deterioro cognitivo»

«No perder la ilusión ni las ganas de aprender es muy importante, pero si hay un motivo por el que yo estudio, te diría que es por intentar no tener un deterioro cognitivo, por mantener la cabeza despierta, la memoria activada, que es algo que con la edad todos vamos perdiendo». Concha Díez se matriculó por primera vez en el Aula Universitaria de la Experiencia durante la pandemia, para dar clases online, convencida de que sería una forma de mantener la mente activa aunque se hubieran detenido las relaciones sociales.

Ahora, con la normalidad de las clases, ha vuelto a empezar este mes de octubre un nuevo curso ya de manera presencial, con el mismo objetivo que entonces: «Igual que entrenas el cuerpo para mantenerte físicamente, también hay que entrenar la mente. El deterioro cognitivo es algo que nos va a llegar a todos, sí o sí, así que hay que trabajar para intentar detenerlo o retrasarlo lo máximo posible», indica. Como ella, otros compañeros de la Aunex, como Fulgencio Clares (63 anos), Pedro Santolaria (77 años) o Sara Sánchez (73 años) coinciden en que acudir a clase también les ayuda a tener obligaciones, a relacionarse con gente de su misma edad e, incluso, a hacer «alguna gamberrada como cuando íbamos al colegio».