«Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo», afirmó acertadamente el filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein.

El lenguaje es una construcción imprescindible para un ser social como es el hombre. Nuestras elaboradas formas de comunicación nos distinguen de otros animales y nos ayudan a alcanzar niveles de intercompresión y cooperación muy relevantes.

Además, nos encanta contarnos historias unos a otros, compartir ficciones como dijo Borges, encandilarnos y entusiasmarnos a través de un relato compartido.

Los homo sapiens, además de explicarnos historias, construimos edificios e infraestructuras.

Desde hace siglos la ciudad es nuestro marco de convivencia común, nuestra casa familiar, nuestro hogar, nuestro punto de reunión primero.

En este artículo que quiero ofrecerte hoy, cómplice lector, voy a explorar la respuesta a una pregunta clave: ¿existe realmente en nuestra ciudad-capital, en nuestro Alicante, un relato compartido que nos una a todos?

Planteemos la cuestión de otra forma: ¿además de constituir un conjunto de bloques de apartamentos y de casas que comparten un mismo espacio, tenemos los alicantinos un lenguaje común suficientemente potente para ilusionarnos en torno a un proyecto colectivo?

Mi tesis inicial es simple: tenemos que mejorar bastante en esta tarea cívica.

Creo que uno de los síntomas de que algo falla, y de ahí el título de este artículo, es nuestra manifiesta incapacidad en los últimos años para poner nombre a las nuevas realidades de la ciudad.

Si nuestro lenguaje se ve limitado, siguiendo al lúcido Wittgenstein, nuestro mundo quedará empobrecido, parco, demasiado incívico.

Y es que, atento lector, los nombres de las cosas son importantes, mucho más de lo que parece.

Las formas que eligió el pasado para denominar a nuestras ciudades suelen recoger su historia más íntima, su esencia pretérita más original.

Los nombres comunes nos identifican, nos cohesionan. Pensemos por ejemplo en la profundidad del mensaje que pueden contener frases sencillas como «Alicante somos todos» o «Alicante es tu casa».

Las ciudades además tienen partes, tienen como las familias hijos que las componen. Son sus barrios.

Y es precisamente en nuestra falta de capacidad para darle un nombre a los nuevos barrios alicantinos donde mostramos que algo fundamental está fallando.

Cuando algún amigo de fuera viene a Alicante se sorprende al comprobar en los medios que denominamos a partes de la ciudad con los nombres de «PAU-2» o «PAU-5». «¿Son zonas en las que no vive nadie aún?», me pregunta con lógica mi compañero-visitante.

Entonces yo, algo avergonzado, le tengo que explicar que no, que son zonas donde muchos alicantinos desarrollan su día a día, trabajan y cuidan a sus hijos.

Se levantan cada mañana en un barrio sin nombre.

Porque PAU significa ni más ni menos «plan de actuación urbanística». Se trata de un no-nombre administrativo, propio de urbanistas que planifican sobre plano, de burócratas que preparan la ciudad.

Estos apelativos son lógicos en una fase previa y no es mi intención criticar a los profesionales que diseñan nuestras urbes. Lo que no es comprensible es que estos no-nombres se mantengan en el tiempo y pasen a ser nombres comunes usados por los ciudadanos.

Cuando una familia va a tener un hijo se esmera en la tarea de darle un nombre. Lógicamente la forma en que llamarán a su bebé tiene importancia para ellos.

¿Os imagináis una familia que, en su increíble desidia, acabara llamando a sus hijos algo así como «niño-1» y «niño-2»? Pues eso es lo que estamos haciendo en Alicante al mantener la insulsa denominación «PAU-2” y “PAU-5».

Esta incapacidad tan palmaria nos indica que algo falla, que carecemos de una cohesión colectiva mínima para tejer un relato compartido.

Tengamos en cuenta otro aspecto crucial muy relacionado con estas cuestiones. Para identificarme con un barrio, para sentir que pertenezco a él, necesito que ese barrio tenga un nombre normal, con una mínima identidad.

Muchos alicantinos dicen con orgullo hoy «soy de Benalúa» o «soy de San Blas». ¿Alguien va a afirmar con esta convicción «soy del PAU-5»? Seguro que no. Nos dirá que «viven en el PAU-5».

Pero habitar no es únicamente vivir en un sitio, debe significar mucho más.

Estos no-nombres de los que venimos hablando sin duda dificultan la creación de comunidades de pertenencia en nuestros barrios y ello empobrece el tejido social y no ayuda a crear una ciudadanía activa.

No obstante, es evidente que el nombre no es todo y a pesar de las dificultades los vecinos del PAU-2 han constituido una asociación activa y reivindicativa.

Debemos ir, sin embargo, mucho más allá como ciudad. ¿Existen alternativas?, ¿podríamos hacerlo mejor? Por supuesto.

Pongamos encima de la mesa algunas propuestas: se pueden recuperar nombres tradicionales, ligados a la toponimia o a las costumbres locales.

Se podrían bautizar las zonas con nuevos desarrollos urbanísticos rindiendo homenaje a alicantinos ilustres.

La elección del nombre «ciudad de la justicia Rafael Altamira» para el nuevo complejo que albergará los juzgados de Alicante, ya confirmada, me parece acertada y es un buen ejemplo en este sentido de cómo se podría proceder.

También se puede optar por nombres originales que sirvan para distinguir un barrio y darle entidad.

La denominación elegida por sus fundadores del más conocido equipo de fútbol de la ciudad, al que decidieron llamar «Hércules de Alicante», es un importante ejemplo de que también los recursos imaginativos son pertinentes en esta tarea de nombrar y crear relato y cohesión.

¡Aprovecho para felicitar al Hércules en este año de su centenario!; aunque se estén viviendo momentos muy difíciles, debemos trabajar y esperar lo mejor del futuro.

A mi modo de ver, nuestro ayuntamiento debe liderar un proceso para dar nombre a los nuevos barrios y las asociaciones de vecinos de estas zonas deben implicarse y aportar propuestas.

Sé que intentos similares a los que propongo se han tratado de llevar a cabo y no han llegado a buen puerto anteriormente, pero creo que vale la pena volver a intentarlo y buscar consensos renovados.

Como ciudad creo que no podemos permitirnos seguir con barrios sin nombre e ir creciendo a base de PAUs que desestructuren la urbe.

Es importante también planificar correctamente el territorio y no construir por mero lucro urbanístico. Se ha de dotar de servicios a los nuevas zonas.

Estamos comprobando como los ciudadanos del PAU-5 se quejan con razón, reclamando infraestructuras como escuelas y también transporte público.

Antes de poner en juego mi conclusión quiero llamar la atención sobre otro lugar clave al que Alicante no ha acertado a ponerle un nombre con significado y trascendencia. Me refiero a nuestra estación de tren.

Si en Zaragoza han decidido homenajear a Goya o en València a Joaquín Sorolla, ¿qué esperamos en Alicante para consensuar un nombre de un alicantino ilustre que nos permita dejar de ser Alicante-terminal? (¿suena feo, no crees?).

De nuevo nuestra falta de capacidad para nombrar a nuestros sitios emblemáticos nos condena a una denominación burocrático-ferroviaria que no nos da entidad ni comunica nada a los propios alicantinos ni a nuestros muy numerosos visitantes.

Cerremos ya el artículo con algunas ideas postreras. Creo que está claro que en Alicante sufrimos una falta de relato compartido evidente, que tiene una relación diáfana con nuestra carencia estructural de modelo de ciudad.

No por casualidad somos una ciudad sin nombres, donde los PAUs se multiplican y los nuevos desarrollos urbanos se quedan sin denominaciones motivadoras.

Debemos hacer un esfuerzo imaginativo, lanzar propuestas y crear consensos. Comencemos por dar nombre a todas estas realidades cívicas y, alrededor de estas nuevas denominaciones, vayamos tejiendo ciudad.

Vuelvo a la cita de Wittgenstein con la que abrí este artículo. Si ampliamos nuestro lenguaje compartido iremos más allá de nuestros límites y habitaremos un cosmos, un mundo, una ciudad mejor.

Solo juntos podemos crear más Alicantes. Adelante.