Bomberos de Alicante a la vuelta de Turquía: «Fuimos a rescatar vidas y solo encontramos muerte»

Los dos guías caninos que viajaron voluntarios a ayudar tras el terremoto relatan cómo familiares de los sepultados les pedían por favor que buscaran entre los escombros. «Después de nosotros, entraban las máquinas y era el fin de los recates. Muy duro», cuentan

Bomberos guías caninos de Alicante regresan del terremoto de Turquía y relatan cómo familiares de los sepultados les pedían por favor que buscaran entre los escombros.

Mercedes Gallego

Mercedes Gallego

Para los tres ha sido su primer terremoto y probablemente la experiencia profesional más dura a la que hasta ahora han tenido que enfrentarse. Son Ángel Moratalla y Rafael Arnau, dos bomberos guías caninos del Servicio Municipal de Prevención, Extinción de Incendios y Salvamento (Speis) del Ayuntamiento de Alicante, y Piña, una pequeña perrita juguetona adiestrada para localizar personas en grandes desastres que no ha defraudado a quienes confiaron en ella para esta misión.

Cuatro días después del devastador seísmo que ha sacudido una parte de Turquía y Siria los tres volaron hacía allá junto a un equipo del Grupo de Voluntariado Gea para ayudar en lo que se les requiriera. Y los tres acaban de regresar de Adiyaman, una ciudad del sureste turco de unas dimensiones y población similares a las de Alicante, a donde llegaron con el objetivo de buscar vidas y solo han encontrado muerte. 

Lo cuentan aún con la resaca de las tres jornadas agotadoras que han vivido allí a unas temperaturas bajo cero y la casi media docena de vuelos que en menos de una semana se han metido en el cuerpo. Pero, con todo, eso es lo de menos. 

Con tres años y diez kilos, Piña es una más de los tres perros oficiales, junto a otros cuatro aspirantes, con que cuanta la unidad canina de Speis de Alicante, pendiente de un decreto que regule su funcionamiento. Aún así, diez bomberos guías caninos no cejan en seguir adiestrando a los animales en sus ratos libres para, llegado el caso, ayudar en situaciones como esta. Una experiencia que ha servido para replantearse el entrenamiento en el sentido de que los perros no sólo estén educados para encontrar personas con vida sino también para no hacerlo.

Piña o la necesidad de adiestrar para evitar la frustración de no hallar vida / David Revenga

«Nos mandaban misiones a través de un canal oficial que consistían en comprobar que no quedaba nadie con vida para que inmediatamente entraran las máquinas a retirar los escombros. Y las máquinas son incompatibles con los rescates, que tienen que hacerse a mano. Era muy duro», relata Rafael, quien añade que «cuando les comunicábamos a las familias que no había señales del vida nos abrazaban y hasta daba la impresión de que, en medio de tanto dolor, descansaban».

«Todo lo que encontrábamos eran cadáveres y, entre misión y misión, la gente en la calle nos requería para que buscáramos a sus familiares. Es el caso de un hombre que insistía en que sus dos hijas estaban allí, se las localizó, pero muertas. Y el de un chico que quería que se rescatara el cadáver de su hermana y al que se le tuvo que decir que era imposible por el riesgo que suponía», recuerdan. 

Ángel y Rafael con Piña este martes en el espacio donde adiestran a Piña y al resto de los perros de la unidad canina.

Ángel y Rafael con Piña este martes en el espacio donde adiestran a Piña y al resto de los perros de la unidad canina. / David Revenga

De la ciudad, que sufrió la réplica más fuerte del seísmo, se han traído en la retina la magnitud del caos y un hedor del que aún no han logrado desprenderse. «El olor a metano que emanaba de los cadáveres era brutal. Al principio pensamos que se trataba de un escape», recuerda Ángel, que explica cómo eso afectaba a Piña, su perrita. De ella se ocupó cuando cerraron el albergue en el que estaba, la adiestró durante la pandemia y es consciente de que sin ella no hubieran podido trabajar allí. «Pero está enseñada para buscar vivos, no muertos. Y como solo olía cadáveres, se relamía como para quitarse el olor de encima». 

Los bomberos Ángel y Rafael con Piña en el interior del parque de la Playa de San Juan.

Los bomberos Ángel y Rafael con Piña en el interior del parque de la Playa de San Juan. / David Revenga

 Se lamentan ambos de no haber volado antes a la zona. «Pero hacen falta permisos y eso lleva un tiempo que en estos desastres es vital. De haber viajado allí el día siguiente con varios perros en vez de empezar a trabajar la cuarta jornada solo con uno los resultados hubieran sido otros. Cuando llegamos ya era tarde», apostillan con tristeza.

Frustración

Ir a por vidas y no dejar de ver muertos generó una frustración a la que no fue ajena Piña. «Para ella el rescate es como un juego en el que, tras localizar a la persona, se le da su regalo, que es una pelota de goma. Pero como no había rescates no podía haber regalo».

Dado que la situación no tenía visos de cambiar los dos guías caninos del Speis de Alicante, quienes junto a otros ochos compañeros más se dedican al adiestramiento de los canes en sus ratos libres, empezaron a preocuparse por el impacto que podía tener en la capacidades de Piña. Por ello, en dos ocasiones, una sirviéndose de la intérprete y otra de un soldado turco a los que pidieron que se escondieran, simularon sendos rescates con los que la perra volvió a ladrar, su forma de comunicar que había localizado a personas con vida, a jugar con su pelota y, cuando acabó su jornada laboral, hasta con los niños que había por las calles.

Ángel Moratalla con su perra Piña, de la que se ocupó cuando cerró el albergue donde estaba y la que adiestró durante la pandemia.

Ángel Moratalla con su perra Piña, de la que se ocupó cuando cerró el albergue donde estaba y a la que adiestró durante la pandemia. / David Revenga

De lo momentos más amargos que se traen, ver los féretros de 28 bomberos chipriotas que murieron mientras intentaban rescatar a la selección de voley de su país que había viajado a Turquía para disputar un partido y el seísmo le pilló en el hotel. O el arrojo de una doctora que había perdido a sus padres, a su marido y a sus hijos y no dejaba de trabajar para ayudar a los supervivientes, «algo que era normal ver. Todos hacían lo que podían». 

Los más bonito, los aplausos con que los despidieron en el aeropuerto de Estambul y las muestras de cariño y agradecimiento. «Hasta nos regalaron un rosa y un ojo turco, amuleto para buena suerte», afirma emocionado Rafael.

Los bomberos guías caninos:

«Nos mandaban a comprobar que no quedaba nadie entre los escombros para que, acto seguido, entraran las máquinas a retirarlo todo. Era el fin de los rescates. Muy duro»

«El olor de metano que emanaba de los cadáveres era brutal. Al principio llegamos a pensar que se trataba de un escape»

«Con la ayuda de la intérprete y de un soldado turco tuvimos que simular dos rescates porque a Piña le estaba afectando no localizar a nadie con vida»