Los orígenes de un canto religioso

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat

El poeta será un adelantado de otros escritos que reivindican una Semana Santa del pueblo, mientras critican el «flamenquismo», la España «de charanga y pandereta» que denostará

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat / ManuelAlcarazRamos

Manuel Alcaraz

Manuel Alcaraz

Este año, el de la retirada de Joan Manuel Serrat, conviene dedicar este artículo semanasantero a reflexionar sobre cómo «La Saeta» llegó a convertirse, cargada de paradojas, en la más versionada de sus músicas, la que más se interpreta en actos relacionados con la Semana Santa y otros actos cofrades por toda España.

Vayamos por partes y recordemos el poema de Antonio Machado, por más conocido que sea. Comienza con una entradilla:

¿Quién me presta una escalera,

para subir al madero,

para quitarle los clavos

a Jesús el Nazareno?

Machado indica que este fragmento es una «Saeta popular». A continuación, el poema que la glosa:

¡Oh, la saeta, el cantar

al Cristo de los gitanos,

siempre con sangre en las manos,

siempre por desenclavar!

¡Cantar del pueblo andaluz,

que todas las primaveras

anda pidiendo escaleras

para subir a la cruz!

¡Cantar de la tierra mía,

que echa flores

al Jesús de la agonía,

y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!

¡No puedo cantar, ni quiero

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat / ManuelAlcarazRamos

Fue incluido en «Campos de Castilla». Podríamos pensar que poco tiene que ver con el tema del libro. Sin embargo, «Campos de Castilla», aparte de algunos poemas obviamente asentados en lo castellano, también es ocasión para el recuerdo y, en conjunto –pensó en llamarlo «Campos de España»-, dibuja un relato moral en el que «La Saeta» cobra un significado menos literal… sobre todo si somos capaces de leerla sin que nos resuene la música de Serrat. Sin ir más lejos otro poema en el mismo libro es «Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de don Guido», que en una estrofa evidencia en siete versos magistrales las contradicciones de una religiosidad popular que, en muchas ocasiones, era excusa para afianzar privilegios de casta:

Gran pagano,

se hizo hermano

de una santa cofradía;

el Jueves Santo salía,

llevando un cirio en la mano

-¡aquel trueno!-,

vestido de nazareno.

Se impone la pregunta: ¿cuál fue la fuente de inspiración? Sin duda el punto de partida fue la «Saeta popular» del encabezamiento. Su desarrollo no es mero comentario, sino reflejo de una posición ética en aquellas décadas de redefinición –a veces agónica- de lo español. No escasearán autores que aceptan gratamente la recepción de lo popular pero no creen que pueda transmitirse sin más, sin someterlo a una mirada crítica cuando sirven de justificación de lo reaccionario y clerical.

No tuvo que irse Don Antonio muy lejos para conocer la saeta que cita. El debate sobre los orígenes de este cante sigue abierto en algunos extremos, pero los analistas coinciden en que la saeta que usa Machado, aflamencada, y que asimilamos a los desfiles pasionales, no era demasiado antigua en el momento en que se escribió el poema. Es hacia mediados del siglo XIX cuando va consolidándose en algunas zonas andaluzas, probablemente con su centro de expansión en el eje Cádiz, Jerez, Sevilla, pero irradiando a otras zonas y poblaciones, conservándose a veces un estilo musical anterior. Surgirá, a finales de siglo, la primera hornada de folkloristas que analizan el fenómeno. Uno de ellos será Antonio Machado y Álvarez, padre del poeta, republicano, masón y anticlerical –algún obispo se manifestó contra la lectura de sus obras-, que no hablaría de las saetas como cante flamenco sino que atendió a su diversidad de formas y procedencias, unidas por su carácter popular y por dirigirse a corazones duros a admitir los mensajes oficiales de la Iglesia. Usó muchas veces, para sus estudios etnográficos, el pseudónimo «Demófilo», que, por sí, es una declaración de intenciones que prefigura el ambiente en el que escribirá su hijo.

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat / ManuelAlcarazRamos

Sobre esta cuestión, uno de los estudios pioneros –quizá el primero con ambición intelectual y una cierta extensión- será un artículo de José María Sbarbi, sacerdote y organista, en el número 5 de la revista «La Enciclopedia», publicada en Sevilla en marzo de 1880. El título del artículo es «Las saetas» y lo dedicó a su amigo Antonio Machado y Álvarez. Éste, en un gesto de afecto y reconocimiento, respondió a Sbarbi con otro artículo, el mes siguiente y en la misma publicación –número 9-, titulado «Las saetas populares». Siguiendo la estela de Sbarbi estableció una tipología de los textos recogidos y formuló hipótesis sobre orígenes y circunstancias del canto. Lo más interesante ahora es recordar que incluyó dos «coplas religiosas-tradicionales» que califica de «afectivas-religiosas». La primera de ellas dice:

Quien me presta una escalera

Para subir al Madero

Y quitarle las espinas

A Jesús de Nazareno

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat / ManuelAlcarazRamos

Como puede observarse, el texto recopilado por Machado padre y el recogido por su hijo, se parecen, pero no son idénticos, cuando lo normal es que el poeta lo extrajera de los estudios paternos. ¿O es que pudo conocer otra versión? No sería muy extraño: la existencia de variaciones es una práctica bastante común en este tipo de cantes –y más antes de la existencia de registros fonográficas-. Sin embargo, me inclino a pensar que se limitó a pulir el primer texto, aceptando su origen popular pero preparándolo para integrarlo en una poesía culta.

La cuestión aún adopta un giro inesperado. Aparece otro actor: Manuel Machado, hijo del folklorista, hermano de Antonio. También escribe un poema titulado «La Saeta». Y lo encabeza con la cita de otra saeta tradicional –que ya había usado García Lorca en un texto igualmente llamado «La Saeta»-:

Míralo por dónde viene

el mejor de los nacidos...

Lo estructura en dos partes muy descriptivas; la primera con alusiones bastante tópicas a una procesión, y la segunda con sugerencias acerca de los orígenes de la saeta –«canto llano», «salmo y trino»…- que figuraban en los primeros estudios etnográficos a los que he aludido. Pero lo más sorprendente es la última estrofa:

Canción del pueblo andaluz:

...de cómo las golondrinas

le quitaban las espinas

al Rey del Cielo en la Cruz.

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat / ManuelAlcarazRamos

Como puede comprobarse es una transliteración de la segunda estrofa de la saeta de su hermano, que invierte todo su sentido. El poema, al parecer, fue escrito en 1938, y se conserva una publicación en la que figura en la portada de la revista «Christvs» de 1941. Lo que, dadas las circunstancias, abre más las interrogantes: ¿demostración de apego a valores distintos?, ¿muestra de aceptación del nuevo clima político-cultural? En todo caso Manuel tampoco expresó una íntima religiosidad en estos versos: lo que prima es su admiración ante los aspectos estéticos de la Semana Santa –explícitamente en Sevilla- que había vivido intensamente algunos años: la saeta deja de ser símbolo, para integrarse sin más en ese horizonte:

El azahar y el incienso

embriagan los sentidos.

Ventana que da a la noche

se ilumina de improviso,

y en ella una voz -¡saeta!-

canta o llora, que es lo mismo…

Con este mismo talante dedicará otros versos a la Esperanza Macarena y al Jesús del Gran Poder, volviendo, en éstos, a aludir a las golondrinas que libran al crucificado de espinas. Sea como fuere, cabe recordar el incremento de su fe en los últimos años de su vida, marcados por la tristeza, hasta su muerte, en 1947, y entierro, tras permanecer amortajado de franciscano en el vestíbulo de la Real Academia. Apostilla Gibson que es difícil no recordar a Don Guido.

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat / Héctor Fuentes

«La Saeta» de Antonio Machado muestra un sentimiento respetuoso con «la fe sus mayores», en cuanto que herencia, tradición, despojada de gravedad teológica; quizá, en parte, porque creyera, como su padre, que las primitivas saetas expresaban una sencillez y hondura perdida en su época. Es la humanidad de Cristo lo que reivindica contra una religiosidad basada exclusivamente en el dolor y la muerte. Andar sobre la mar es signo de fuerza y potencia pero no es sobre eso sobre lo que se construyen los signos preponderantes de la Semana Santa: a eso no se le cantan saetas, que se inscriben en una identidad colectiva que valora la compasión con el doliente, el abandonado, pero que, también, se rinde a menudo ante el uso elitista de la fiesta pasionaria. En una copla volverá sobre el tema:

¿Para qué llamar caminos

a los surcos del azar?...

Todo el que camina anda,

Como Jesús sobre el mar.

Quizá no sea ajena a esta idea definir la poesía en torno a un «Cristo de los Gitanos»: aunque el Cristo de los gitanos sevillano, el Señor de la Salud, no es un crucificado, sino un nazareno, con la cruz a cuestas. Por eso algún autor ha relacionado el poema con Granada. Personalmente no veo otro escenario que no sea Sevilla, entre otras cosas porque existía un Cristo de los Gitanos –del Consuelo- en la abadía granadina del Sacromonte desde 1695, pero la Hermandad, como tal, no se funda hasta 1939 y desfila por primera vez un año después.

Esta posición se inscribe con un discurso de mayor aliento, más 98, regeneracionista. Machado será un adelantado de otros escritos que reivindican una Semana Santa del pueblo, mientras critican el «flamenquismo», la España «de charanga y pandereta» que denostará. «La Saeta», pues, no es una anomalía en el conjunto de los poemas machadianos. Será, en esto, vecina o premonitoria de textos literarios o/y periodísticos de autores como Eugenio Noel, Núñez de Herrera o el mismo Chaves Nogales, que acometen una desmitificación de la Semana Santa. También conviene recordar un texto breve pero muy interesante de Unamuno sobre la Semana Santa de Medina de Rioseco.

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat

La extraña fortuna de «la saeta» de Machado/Serrat / Rafa Arjones

Es posible que algo de todo esto tuviera Serrat en la cabeza cuando seleccionó «La Saeta» en 1969 para incluirla en su memorable álbum «Dedicado a Antonio Machado. Poeta». Varias veces reeditada y versionada, entre ellas la que hizo el propio Serrat con Camarón y Tomatito a la guitarra, o la del Pele, o la de Serrat y Carmen Linares y la reciente de India Martínez. Basten estos ejemplos para entender cómo la canción fue virando, en los cantantes interesados, y en el imaginario colectivo, hasta ser una auténtica saeta, aflamencada… lo que no era en el disco originario, ni podía serlo según la letra; lo que no menoscaba la calidad de versiones que tienen enorme interés.

Pero el impacto será mucho mayor tras la traslación a marcha procesional para banda. Al parecer, la primera versión se tocó –con arreglo de Ricardo Miralles-, catorce años después de la grabación de Serrat, por la banda del Santísimo Cristo de la Buena Muerte de Ayamonte. Después, hacia mediados de la década de 1980, la tocó la banda de las Angustias, que la incluyó en un disco. En ambos casos pasó desapercibida, quizá considerada una curiosa anécdota. Pero en la Cuaresma de 1988 la interpretó la Agrupación Musical de Jesús Despojado de Sevilla, en la salida extraordinaria del Cristo titular de su Hermandad en su 50 aniversario, llamando la atención que precisamente se interpretara frente a la iglesia de San Román, tradicional sede de la Hermandad de los Gitanos –que cambió por el Santuario del Valle-. Un año después la banda incluyó la marcha «La Saeta» en una grabación discográfica: ese sería el momento decisivo de su lanzamiento y generalizada fama.

Esta es la paradoja: lo que era una anti-saeta acaba por adentrarse en el repertorio de algunos cantantes –aunque, a decir verdad, su canto en la calle no es habitual… y tiende a ser esperpéntico- y, sobre todo, en una música pensada, cada vez más, para marcar el ritmo de los pasos en un universo cofradiero que, sobre todo en Sevilla y en casi toda Andalucía, está marcado por un poder costalero. Por supuesto, no han faltado voces que hayan resaltado la extraña evolución y alguno lo ha hecho espantado. No extraña en capillitas prevenidos ante una obra que viene de un exiliado republicano y de un catalán que no quiso representar a España en Eurovisión si no podía hacerlo en su lengua, y que también se exilió. Nadie, quizá, ha reaccionado ante esta notoriedad con más virulencia que Antonio Burgos, intitulado guardián de algunas esencias, que en un artículo considerará el texto de Antonio Machado –al que se refiere como el hermano «izquierdoso» de Manuel- no sólo una anti-saeta, sino en una muestra de “desprecio” contra la Semana Santa y Sevilla, “poniendo como lírico trapo a las cofradías”, lo que no sólo es excesivo, sino injusto, carente de razón y sensibilidad.

Sea como fuera, el debate es estéril. Algunas Semanas Santas tienen sus informales himnos particulares: «Amargura» en Sevilla (Font de Anta), la «Marcha de Thalberg» en Zamora (Thalberg/Haedo) o «Nuestro Padre Jesús» en Jaén (Cebrián), son buenos ejemplos. Pero «La Saeta», desnudada de letra, sólo emoción musical, es el himno de la Semana Santa por casi toda España y se repite constantemente. Quizá le siga la bella «La Madrugá», del maestro Abel Moreno, pero es demasiado solemne, y muy larga. «La Saeta» ha llegado a ser la reina de las marchas, precisamente por su carácter paradójico: suficientemente moderna y mainstream para llevar décadas siendo intergeneracional, gustar a los jóvenes de las bandas y «sonar» bien a los cofrades que aprecian su origen tradicional. Es popular de otra manera –y no de forma menor por adaptarse bien a las chicotás medias de los pasos-. Y, además, se acopla a la ola de sevillanismo que invade muchas celebraciones andaluzas, castellanas, murcianas o valencianas, con sus palios inmoderados y las irrisorias voces, con impostado acento sevillano, de capataces que sueñan con noches de Macarenas o Gitanos: ¡aestaestosporigualvalientes!

Dicho todo esto, merece mucho más la pena disfrutar la marcha si la toca una buena banda que debatir demasiado su pertinencia. Pero un recorrido como el que aquí he intentado nos advierte sobre la complejidad subyacente a muchos fenómenos festivos y semanasanteros que tendemos a imaginar sencillos, de corto trayecto y menor significado. Sólo nos queda una pregunta: ¿qué diría Don Antonio de todo esto? Imposible saberlo. Pero me gusta pensar que esbozaría una sonrisa y, otra vez, se sentiría ligero de equipaje para poder ser bueno y encajar este mundo de paradojas en su sangre jacobina.

(Los datos sobre los orígenes de saetas y sus estudios, incluyendo el texto de Machado y Álvarez está sacado de: SALIDO FREYRE, J. La saeta. Su origen flamenco. Almuzara, Córdoba, 2021. Algunos datos sobre Machado: GIBSON, I. Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado. Aguilar, Madrid, 2006; así como diversos estudios y referencias en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes -www.cervantesvirtual.com-. Para textos de los autores citados y otros de temática similar: CHAMPOURCIN, E. DE, Dios en la poesía actual. BAC, Madrid, 1972. El texto de Antonio Burgos en: «Saeta contra la Saeta», ABC, Sevilla, 22 de marzo  de 2016. Los datos sobre las adaptaciones de bandas, grabaciones, etc. están extraídos de páginas web sobre Semana Santa y música cofrade, muy abundantes y que no tiene sentido citar aquí. No siempre coinciden al cien por cien: he optado por aceptar la versión que me parece más consistente. Para una interpretación general de los significados de la Semana Santa andaluza, sigue siendo imprescindible la síntesis del profesor Isidoro Moreno, en obras como «La Semana Santa de Sevilla: conformación, mixtificaciones y significado» o «Las hermandades andaluzas: una aproximación desde la antropología»).