Gobernar Alicante sin calculadora

Barcala debe ver si en este nuevo mandato continúa anteponiendo el rédito o coste electoral en cada decisión o, en cambio, pasa a asumir los peajes que llevan aparejados los proyectos de transformación para impulsar a Alicante hacia la modernidad

Luis Barcala, la noche electoral del pasado 28M

Luis Barcala, la noche electoral del pasado 28M / ALEX DOMINGUEZ

C. Pascual

C. Pascual

Gobernar sin calculadora, sin valorar en cada decisión que se toma el posible rédito o coste electoral. Gobernar, a la postre, sin miedo. Con convicción. Éste es uno de los retos que tiene en el horizonte el alcalde de Alicante, Luis Barcala, que será reelegido en el pleno de investidura que se celebrará en dos semanas, casi en Hogueras, el 17 de junio. Haber contado con un respaldo ciudadano mayoritario, tras conseguir catorce concejales en las urnas (los nueve «suyos» y los cinco «recuperados» a Ciudadanos), puede liberar de ataduras a Barcala. Y más ahora, tras cinco años de gobierno, que pueden ser nueve si completa el mandato, y tal vez sin la ambición de alcanzar a Luis Díaz Alperi por tener también otros retos en mente. 

Que en el periodo que se abre, el 2023-27, todo vaya a seguir (casi) igual en cuanto a equilibrios, tras fagocitar el PP a su hasta ahora socio de gobierno, puede llevar al alcalde a tomar decisiones más valientes, con las luces largas puestas, como impulsar una Zona de Bajas Emisiones como la que «vendió» a Europa para conseguir fondos o un anillo verde para tener un Alicante más habitable. Puede impulsarle a transformar la ciudad, de verdad, con esos peajes inmediatos que todo mandatario debe asumir en busca de un bien mayor, haciendo las obras en cuanto esté listo todo el procedimiento previo y no paralizar el arranque sin justificación para posponer «sine die» el enfado de vecinos, hosteleros o comerciantes. Puede quitarle el temor a las críticas más inmediatas a cambio de abanderar proyectos que transformen la imagen de la ciudad, como reurbanizaciones de entornos que vayan más allá de ampliar aceras. O no. También puede que nada cambie, que el respaldo ciudadano, haber sido «reelegido» tras completar un mandato, no sea suficiente. De esa actitud puede depender que Barcala aspire a ser un alcalde que impulse a Alicante hacia la modernidad, preparándola para unos retos cada vez más presentes. O no. 

Que Barcala vaya a gobernar de nuevo en minoría -como ya hizo en su primer año de alcalde y en los cuatro posteriores al frente del bipartito- puede mantenerlo con la calculadora en la mano. Y es que el popular necesitará a algún partido de la oposición (ya sea a Vox o un grupo de la izquierda) para aprobar los presupuestos o para desatascar proyectos de calado del gobierno que tengan que pasar por el Pleno, como los urbanísticos o los de ordenanzas

También puede que Barcala rompa con esa actitud frentista que ha exhibido durante este mandato que acaba, y más ahora que no podrá exprimir ese talante de oposición tan marcado al no reeditarse el Botànic en la Generalitat, y retome ese talante que mostró en su primer año de gobierno, en 2018. Porque hubo otra versión. Entonces, Barcala no tenía problemas en convocar al Consejo Social de la Ciudad, uno de los órganos que no ha sido consultados en este mandato, ni en pactar el Presupuesto con la izquierda más radical, la de Podemos y Esquerra Unida, lo que evidenció ya desde el principio que todo es cuestión de voluntad. Luego, todo eso cayó en el olvido. 

Porque gobernar una ciudad no es estar al frente del Gobierno de España o de una comunidad autónoma, con su poder legislativo. En una ciudad, buena parte de los proyectos son compartidos. En esta campaña, se ha coincidido en la necesidad de construir más escuelas infantiles, más centros sociales y más vivienda pública. También se ha convenido la necesidad de mejorar la limpieza, de concluir proyectos que se arrastran (como la Comisaría de la Policía de Playa de San Juan) o de ampliar las instalaciones deportivas y los espacios culturales de la ciudad. Sin olvidar, la revisión del PGOU, la construcción de colegios públicos (junto a mejorar los existentes) y ver qué uso dar a la harinera de Benalúa Sur que pasa a ser municipal.

A Barcala, los alicantinos le han dado su respaldo, pero no un cheque en blanco. Él, ahora, debe decidir cómo gestionar el mandato que arranca al no contar con mayoría absoluta. Las urnas le permiten seguir al frente de un equipo de catorce componentes (él incluido), lo que no supone ningún cambio frente a la etapa del bipartito, en lo numérico. Sí que existirá una diferencia de calado: Barcala ya no tendrá al frente de la Concejalía de Urbanismo a ningún verso suelto, lo que obligará al alcalde a preocuparse, ahora ya sí, por el urbanismo de la ciudad. 

Y es que, tal vez, la principal novedad que dejó el 28M en la ciudad de Alicante fue la desaparición de Ciudadanos del Pleno municipal, que pasará a tener cinco grupos políticos. La formación naranja no consiguió un mal resultado, con un 3,2% de los votos, pero tampoco fue bueno. Los 4.713 votos fueron insuficientes para mantenerse en el Ayuntamiento. Una cifra similar de apoyos, incluso menos (unos 4.000), fueron los que le faltaron a Barcala para conseguir la siempre añorada mayoría absoluta. Pero no. Al PP no le habría valido con que los votantes de Ciudadanos hubieran apostado por su papeleta. En el caso de que la formación naranja no hubiera concurrido a las elecciones o que no hubiese logrado ningún apoyo (o alguno simbólico), la siempre difícil de entender Ley d’Hondt hubiera exigido al PP sumar casi 10.000 nuevas papeletas, respecto a las aproximadamente 60.000 contabilizadas el pasado domingo, para alcanzar los quince concejales. Cuentas al margen, Barcala dispone de trece compañeros de viaje. Falta saber si también llevará calculadora. O no.