Las riadas hicieron desaparecer a dos barrios de la ciudad de Alicante
La gota fría de 1982 se llevó por delante las Casitas de Renfe y las fuertes precipitaciones de 1884 borraron del mapa el núcleo urbano de la Caridad

Riada de 1982: El día que Alicante se partió en dos / Perfecto Arjones
La memoria del agua es irrebatible, ha quedado patente en la inclemente DANA que ha destrozado multitud de municipios de Valencia en los últimos días y que ha dejado más de 200 fallecidos. En otra gota fría, la de 1982, una de las más voraces de la historia reciente hasta la desorbitada violencia de la actual, Alicante presenció esa búsqueda del agua de su cauce natural. Fueron varios los puntos de la ciudad que se vieron afectados con fuerza; entre ellos, el entorno de San Gabriel, Santo Domingo o el de San Agustín. Sin embargo, un barrio, el de las Casitas de la Renfe, fue el peor parado, tanto que aquella riada se lo llevó por delante para siempre.
Aquella mañana del 20 de octubre el barranco de Benalúa, en su confluencia con las avenidas de Óscar Esplá y la de Aguilera, bajó repleto de agua en medio de una sorpresa general, con decenas de personas yendo a trabajar y autobuses urbanos repletos. A pocos metros, donde hoy se encuentra el párking de la estación de tren, las Casitas de la Renfe agonizaban y el medio centenar de vecinos que residían allí vio cómo el agua entraba en sus casas sin oportunidad alguna de remediarlo.
Las personas que vivían en las plantas bajas o en los primeros pisos tuvieron que subir a casa de los vecinos de la segunda planta para poder ser evacuadas. El drama se concentró en las zonas comunes de la pequeña urbanización, resguardada de la calle por un muro que comenzó a almacenar el agua como si de una bañera se tratara. A golpes con picos y otras herramientas, los agentes de la Policía Municipal fueron abriendo brechas en el muro para que el agua pudiera salir, hasta que llegaron las grúas.
En apenas dos horas, sobre las diez de la mañana, la tranquilidad había quedado más o menos restituida en la avenida de Aguilera. A pocos metros, en las Casitas de Renfe, el drama no había pasado. Los vecinos, a los que se les lanzaron flotadores salvavidas, fueron evacuados en lanchas. Una estampa inusual, impensable en pleno centro de la ciudad. Era el fin de aquellas casas construidas en 1955 en exclusividad para los trabajadores de la estación de tren, que hubo de reubicarlos en otras instalaciones a partir de entonces.
«Los bloques de pisos habían sido levantados en el propio cauce del barranco, sin tener en cuenta el peligro, el Ayuntamiento no lo contempló, pero sí recomendó que las viviendas fueran retranqueadas y orientadas a una gran avenida que luego no se hizo», explica el historiador Alfredo Campello, que refleja en su libro Callejero biográfico de Benalúa la crónica de este barrio que apenas tuvo 30 años de vida.

El Postiguet, a finales del siglo XIX. / INFORMACIÓN
Sin embargo, no fue éste el primer barrio en desaparecer por las riadas. A finales del siglo XIX el barrio de la Caridad también sufrió la fuerza del agua en un temporal (recordado como «la revolución atmosférica») del que este mes de noviembre se cumplen 140 años. El barrio había sido levantado en 1883 por el filántropo extremeño José María Muñoz, que había cogido fama en 1879 tras donar grandes cantidades de dinero a los afectados por la riada de Santa Teresa en Almería, Murcia y la Vega Baja. «Aquel barrio de la Caridad estaba formado por un grupo de modestas casitas para familias pobres, cimentadas en la arena y otras en las estribaciones rocosas del Benacantil, bajo el muro del Raval Roig», cuenta Campello, que ha rescatado esta semana una historia que ya recogió en su obra Alicante a pie de calle.
En pocos meses aquellas casas modestas comenzaron a agrietarse hasta que las lluvias de la noche del 3 al 4 de noviembre terminaron con ellas. Los vecinos salieron a tiempo de sus casas, no hubo daños personales, aunque las casas se vinieron abajo aquella misma noche. Las ubicadas en el Benacantil también sucumbieron al temporal porque sobre ellas cayó el muro del Raval Roig, derribado por la presión de las aguas. Aquel barrio, el más cercano al mar que tuvo Alicante, nunca más volvió a existir.
Tras aquel temporal de 1884, el mecenas, el señor Muñoz, vendió el material de derribo de las casas y repartió el dinero entre los propios vecinos afectados, mayoritariamente pescadores. Muñoz vivía en unos terrenos en alto que acabó cediendo a la ciudad con una condición, que fueran utilizados para cuestiones culturales. Primero se hizo la escuela Rafael Altamira y desde hace años en ese enclave luce la Biblioteca Azorín.
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