Cenas que son hogar para los sintecho de Alicante

Un centenar de personas sintecho cenan caliente y sentadas a la mesa en el Convento de las Monjas de la Sangre gracias a la dedicación de más de 80 voluntarios del proyecto Casa

Un comedor para sintecho en el Convento de las Monjas de la Sangre de Alicante

Pilar Cortés

Lydia Ferrándiz

Lydia Ferrándiz

Son las siete de la tarde y el antiguo refectorio del convento de las Monjas de la Sangre de Alicante comienza a llenarse de vida. Hace apenas cuatro años, este lugar permanecía en silencio tras el traslado de las Agustinas a la Santa Faz, pero ahora, el espacio se ha convertido en un refugio para quienes no tienen hogar gracias a un proyecto desarrollado por el Centro de Atención a Personas sin Hogar San Agustín (Casa). Aquí, cada noche, un centenar de personas consiguen algo más que un plato de comida caliente, encuentran un lugar donde sentirse bienvenidos, respetados y cuidados.

En Alicante, donde más de 350 personas viven en la calle, según los datos que manejan desde el proyecto Casa, este comedor social se ha convertido en un salvavidas. Para muchos de los usuarios, el lugar representa mucho más que un espacio donde cobijarse de las adversidades, es un símbolo de humanidad. "Este comedor es un descanso para nosotros", cuenta Miguel Camacho, que vive en la calle y es usuario del comedor desde hace meses. "Aquí no solo vienes a comer, me gusta porque todos los voluntarios son muy amables. Es diferente a otros comedores, aquí te sientas, te atienden bien, y eso hace toda la diferencia. Gracias a esta cena me voy con energía para afrontar otro día", afirma Camacho.

El comedor social forma parte del proyecto del Centro de Atención a Personas sin Hogar San Agustín, liderado por Mar García, quien coordina a un equipo de más de 80 voluntarios comprometidos de forma diaria con este comedor. La iniciativa nació en 2020, en plena pandemia, cuando las restricciones sanitarias obligaron a buscar soluciones urgentes para ayudar a las personas sin hogar en la ciudad.

"Durante la pandemia, íbamos de noche a repartir bocadillos por Alicante. Vimos que las personas sintecho no solo tenían hambre, sino que tampoco un lugar digno donde comer. Además, al ir tarde ya estaban durmiendo y muchas veces no podíamos hablar con ellos porque era muy tarde" recuerda Mar. "Nos dimos cuenta de que lo que realmente necesitaban era un espacio donde sentarse, compartir una comida caliente y sentirse un poco más como en casa".

Fue entonces, tras el traslado de las Agustinas a la Santa Faz, cuando hablaron con ellas para ver si existía la posibilidad de que les cedieran un espacio del antiguo convento. Con el sí de las religiosas, la idea de un comedor estable tomó forma. Al principio, las cenas se distribuían en recipientes de usar y tirar que los usuarios se llevaban, pero tras el fin de las restricciones, los voluntarios trabajaron para transformar el refectorio en un verdadero comedor. "Ahora los usuarios pueden sentarse a la mesa para cenar de una forma más tranquila y los voluntarios podemos ofrecer algo más que una cena", añade Mar.

Los voluntarios, el motor del comedor

El comedor abre entre las 19:00 y las 20:30 horas y todo el proceso está coordinado con precisión para garantizar que cada detalle esté cuidado. Desde la recepción de la comida, donada por Alicante Gastronómica, hasta el montaje de las mesas, la distribución de ropa, calzado o mantas o la atención personalizada que ofrecen abogados, médicos y psicólogos voluntarios un día a la semana a los usuarios que lo necesiten. "La psicóloga ha sido un éxito, tanto que hemos tenido que poner lista para las citas" explica Mar García.

"Llegamos sobre las seis de la tarde y empezamos a organizar todo. Lo primero es calentar la comida, preparar las mesas con el pan y los cubiertos, y asegurarnos de que todo esté listo para cuando lleguen los usuarios", describe Clara Curiel, voluntaria desde hace un año. "Cuando llegan, se sientan y les servimos un primer plato, un segundo, postre, fruta y café. Intentamos que sea una cena lo más completa posible para ellos", comenta Curiel.

Además de la comida, los miércoles son días dedicados a la distribución de ropa, un servicio del que suele encargarse Belén Sanz, otra voluntaria. "Tenemos un sistema para anotar lo que cada persona necesita, desde abrigos hasta calcetines o camisetas. Con las donaciones que recibimos, preparamos paquetes personalizados para que puedan cubrir sus necesidades básicas. Esto es especialmente importante en invierno, cuando el frío en la calle se vuelve mucho más difícil de soportar", relata Sanz.

Dos voluntarias del proyecto Casa reparten pan y un plato de comida caliente a los usuarios del comedor.

Dos voluntarias del proyecto Casa reparten pan y un plato de comida caliente a los usuarios del comedor. / PILAR CORTÉS

Personas de todas las edades y perfiles se turnan en este comedor para cubrir las diferentes tareas necesarias para que todo funcione. Patricia Propst, una voluntaria de origen holandés que se unió al equipo en agosto, explica cómo encontró en este proyecto un propósito especial. "No conocía el comedor, pero cuando me lo explicaron y probé, supe que quería seguir. Ver cómo estas personas te agradecen con una sonrisa o un chiste hace que todo valga la pena. Aquí cada voluntario aporta lo mejor de sí mismo, y eso se nota en el ambiente", afirma Propst.

Mari Carmen Zamora, otra voluntaria con años de experiencia, asegura que su motivación sigue intacta a pesar del paso del tiempo. "Lo hago con el corazón. Más allá del plato de comida, creo que lo más importante es hablar con las personas, escucharles y hacerles sentir que no están solos. Es un voluntariado que no cambiaría por nada", subraya Zamora.

Un apoyo integral

Para los usuarios, este comedor representa una ayuda fundamental en medio de la dureza de la calle. Ruth Espinosa, usuaria desde el inicio del proyecto, destaca lo importante que ha sido la evolución del comedor. "Cuando abrieron al principio, nos daban la comida en bolsas y comíamos en la calle. Ahora que podemos cenar dentro, bajo techo y en una mesa, todo ha mejorado mucho. Para mí poder venir aquí es como un respiro en medio de tantos problemas".

Por su parte, Miguel Camacho, otro de los usuarios de este comedor, valora el trato humano que recibe cada noche por parte de los voluntarios. "Aquí no solo te dan de comer, te escuchan, te preguntan cómo estás. Eso no se encuentra en cualquier lado, y te da fuerzas para seguir adelante".

Aunque el comedor ha logrado mucho, los desafíos continúan, ya que la demanda crece, y los recursos son limitados. Sin embargo, el equipo del Centro de Atención a Personas sin Hogar San Agustín no pierde la esperanza. Cada noche, en el claustro del convento, se escucha el eco de platos, risas y conversaciones en el momento de la cena. Es un recordatorio de que, incluso en los momentos más difíciles, la solidaridad puede transformar vidas.

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