La primera casa que miró a la Explanada

La casa Lamaignère, diseñada por Juan Vidal e inaugurada en 1922, fue la primera gran joya del Paseo de los Mártires. El edificio, construido sobre el antiguo mercado, fue el primero del paseo que tuvo portal a la Explanada y no a la calle trasera, la de San Fernando, hasta entonces principal por los olores, el trasiego y la suciedad del puerto

El primer gran edificio de la Explanada de Alicante

El primer gran edificio de la Explanada de Alicante / Alex Domínguez

Ramón Pérez

Ramón Pérez

Toneles de madera, barcas, sacos de harina, currantes curtidos de sol a sol, olor a pescado. Quien construía mirando al puerto, lo hacía de espaldas a la Explanada. El caché, para quien accediera a su vivienda por la calle San Fernando. Así hasta que entraron en escena José Lamaignère Rodes y Juan Vidal Ramos.

Lamaignère, empresario de éxito, consignatario de buques y el primer gran delantero de un deporte llamado foot-ball a comienzos de siglo XX. Vidal, arquitecto en un mundo de maestros de obras, licenciado en la Escuela de Barcelona y con el paso del tiempo autor de los grandes edificios modernistas de Alicante. En 1918, treintañeros los dos y con dos carreras en pleno despegue, se aliaron para construir un edificio que rompió las normas establecidas en lo que hoy es la vía más exclusiva de la ciudad. 

El Ayuntamiento sacó a subasta los terrenos donde había estado el mercado municipal, frente al puerto por la facilidad de trasiego de mercancía, y uno de esos solares fue comprado por José Lamaignère y el abogado y exalcalde Federico Soto. Dividida en dos la parcela, Lamaignère contactó con su amigo Vidal para levantar una casa elegante, de varias plantas y que tuvieradesce el portal de entrada en el entonces conocido como Paseo de los Mártires. Fue el primer edificio que miró a la Explanada, evitada hasta entonces por su ajetreo comercial diario. «Era una zona portuaria sin mucha categoría todavía», señala Alfredo Campello, experto en la historia de Alicante.

Mirador de la casa Lamaignère.

Mirador de la casa Lamaignère. / Alex Domínguez

Aquella originalidad sentó cátedra y poco tiempo después la casa Carbonell, emblema de la ciudad y edificio contiguo al de Lamaignère, copiaría la orientación del acceso. Tras ellas, todas las edificaciones posteriores de un paseo que dejó de ser zona portuaria para convertirse en el enclave más representativo y envidiado de la ciudad.

Proyectada en 1918, la casa Lamaignère se inauguró en 1922 y fue ideada para sacar rentabilidad a través los alquileres de las viviendas. Así se lo detallaba Juan Vidal a José Lamaignère en una carta que Enrique Romeu Lamaignère, nieto de éste, aún conserva. «Mi abuelo se quedó con la planta baja y la entreplanta para su oficina y el segundo (hoy cuarto por la antigua distribución de entresuelo y principal) para su vivienda. El resto era para alquilar», explica Romeu. En el documento, con un cálculo pormenorizado, se indicaba el precio del alquiler de cada vivienda: entresuelo, 155 pesetas; principal, 185; primero, 170... «Fue un buen negocio porque al poco tiempo las ganancias mensuales eran ya del triple de lo proyectado», cuenta Romeu con otro documento en la mano que guarda en una carpeta donde están todas las escrituras de la casa familiar y un sinfín de papeles originales. «Son documentos completísimos, se planificó y construyó muy bien, ni siquiera hoy se hace tan preciso», añade Romeu, arquitecto de profesión y propietario de una de las viviendas.

La casa contó con ascensor desde su inauguración, instalado por Boetticher y Navarro, y también con calefacción central piso a piso con radiadores de aceite. «Aún nos acordamos de las cáscaras de almendra», comenta Manuel Senante Lamaignère, otro de los nietos de José Lamaignère y que hoy tiene el cuarto piso, donde vivió su abuelo. Esta vivienda, a la que este diario accede para realizar el reportaje, es piso único pese a que en otras alturas son dos, tiene 397,87 metros cuadrados y posee una de las vistas más privilegiadas de la ciudad.

El edificio, ya centenario, ha sufrido varias restauraciones en las que fue perdiendo ciertos signos de prestancia, como el remate de la cúpula que se puede ver en la foto que acompaña estas líneas. Fue a finales de los cuarenta y de los cincuenta cuando la casa Lamaignère experimentó su mayor lavado de cara, en el que también aumentó su número de alturas y donde se eliminaron los desmoches de los remates por peligro de derrumbe. Aun así, la casa no perdió empaque. 

En los sesenta se eliminó la carpintería de madera y hierro que lucía en la fachada, deteriorada por su cercanía al mar, y se cambió por aluminio. «Era la novedad y el otro material se había deteriorado mucho, también se cambiaron las ventanas y se pusieron estas persianas actuales», explica Senante. Aquel aluminio procedía de Manufacturas Metálicas Madrileñas (MMM), uno de los clientes estrella de la casa Lamaignère. «Quizás no era el material más bonito, pero aquí siguen, buenos eran», cuenta entre risas Senante.

La firma Lamaignère, líder en el sector consignatario, había cogido peso años atrás al conseguir la representación de los cementos donostiarras Rezola y precisamente el producto de la empresa vasca fue el empleado para la construcción de la casa de la Explanada. La cimentación fue una tarea complicada por su proximidad al mar y los contratistas Antonio Espuch Calcio y Manuel Espuch Gervasio hubieron de batallar con ello. «Una tía nuestra contaba que aquello fue un no parar de sacar agua», cuenta Senante. «Debieron de echar todo el cemento que había y más», señala Romeu, que detalla que el edificio consta de muros de carga en todo el perímetro, así como muros de carga. «Hay pilares metálicos repartidos por la planta y con un pilar en medio, se hizo todo con estructura metálica», analiza.

El edificio, de claro estilo modernista por la influencia bebida en Barcelona por el autor, fue el primer gran trabajo de Juan Vidal, que luego diseñaría la casa Carbonell, el Mercado Central y tantos otras construcciones de las que Alicante hoy presume. El segundo y tercer piso (hoy cuarto y quinto) se decoraron con un suelo de mosaico de mármol de la casa Maumejean, responsable de las vidrieras del Banco de España de Madrid o de la Catedral de Sevilla. Varios de los muebles originales del cuarto piso de la casa Lamaignère, que hoy todavía dan lustre a la vivienda, también están rematados por la prestigiosa firma francesa.

De techos altos, en torno a cuatro metros, las viviendas de la casa Lamaignère fueron, en su inauguración, vanguardistas por sus exclusivo mobiliario, sus radiadores de calefacción, el papel pintado, el suelo de mosaico y unas vistas limpias del puerto y del Postiguet. Con el tiempo, unos cincuenta años después, la construcción del Meliá emborronó el infinito.

También el ascensor, envuelto en una cabina de caoba -«era preciosa»- dicen sus nietos, fue toda una novedad. «Si no fue la primera casa en tener, poco le faltaría», explica Senante. Hechos los trámites del elevador en 1918 a la Lamaignère seguramente sólo se le adelantaría el edificio Esquerdo, en el portal de Elche, conocido precisamente como «la casa del ascensor». Aquel edificio, obra de Sánchez Sedeño, fue terminado en 1903 y en 1918 ya se notificó en prensa un trágico incidente con su ascensor, que acabó con la vida de uno de sus vecinos, el propietario de la célebre camisería Benavent. «Un invento revolucionario, pero también peligroso», expresa el historiador Campello en uno de sus escritos.

Empresarios de primer nivel

José Lamaignère Rodes era hijo de Alfredo Lamaignère Carreño, cuyo padre, el ingeniero François Lamaignère (francés de Bayona) había llegado a España en 1846 para estudiar la construcción del ferrocarril. Tanto José como su hermano Alfredo quedaron huérfanos jóvenes y tuvieron que ponerse a trabajar. En 1908 y con solo 22 años, José se montó su negocio: nacía así «José Lamaignère Rodes – Representante – Tránsitos y Consignaciones», como rezaba en el cartel de su primer local, un modesto almacén en la calle Bailén.Su éxito empresarial le llevó 10 años más tarde a ubicar su oficina en el prestigioso edificio que acababa de encargar. Tanto él como su hermano Alfredo hicieron de esa casa su hogar y en él han vivido varios miembros de la familia, como sus descendientes José, Alejandro y Alfredo, también volcados en la representación.

Acabada, tal y como reflejan los documentos que atesora Romeu, el 1 de febrero de 1922, la casaLamaignère costó unas 400.000 pesetas de la época. Se cerraba así una obra de tres años largos como atestigua otro documento da fe de que la primera piedra se colocó el 11 de junio de 1918.

Hoy, ciento siete años después, la casa Lamaignère sigue siendo una de las joyas de la Explanada. Sus descendientes todavía poseen algunos de los pisos y locales, pero no todos. El portero ya no vive en el último piso, todo un lujo de otra época, ahora reutilizado como almacén comunitario.

El día que se comenzó a cimentar los presentes enterraron un pequeño cofre con varios objetos que se desconocen. Quedó constancia por escrito de aquel acto pero no del contenido. «No se sabrá qué guardaron hasta que se caiga la casa», explican Romeu y Senante.

La casa Lamaignère y a su lado, el cartel que anuncia la construcción de la casa Carbonell.

La casa Lamaignère y a su lado, el cartel que anuncia la construcción de la casa Carbonell. / INFORMACIÓN

La leyenda de la «rivalidad» de las casas Lamaignère y Carbonell

Muchas son las leyendas que sobrevuelan la centenaria «rivalidad» entre la casa Lamaignère y la Carbonell. Los descendientes del empresario alcoyano Enrique Carbonell Antolí, que en 2024 han celebrado los 100 años del edificio, aseguraron en los diferentes actos del pasado año que la construcción de la casa fue «premeditada» y no por un impulso. El mito que creen más verosímil, sin embargo, es el de que su familiar llegó con algo de polvo porque conducía un Hispano-Suiza descapotable. Quizás por ello no le atendieron como merecía en el hotel Palace y por ello se decidióa construir un edificio en sus proximidades.

La familia Lamaignère, no obstante, apoyan la otra leyenda y aportan como documento la foto que acompaña este texto. En 1918 José Lamaignère ideó el edificio que lleva su apellido para alquiler, como han confirmado sus nietos en este reportaje, y descartó las ofertas de Carbonell por comprar una de las viviendas. Así, pocos años después, el célebre empresario alcoyano compró el solar contiguo a la casa Lamaignère, que también había pertenecido al mercado municipal, para levantar la casa Carbonell.

Durante aquellas obras, culminadas en 1924, Enrique Carbonell colocó un cartel que se puede leer en la foto superior: «¡Todo el mundo propietario! ¡Quien paga alquiler pierde su dinero!». El mensaje contenía una clara alusión a la casa Lamaignère, dedicada únicamente al alquiler de viviendas.

Sea como fuera, tanto Lamaignère como Carbonell, ambos con diseño del arquitecto Juan Vidal Ramos, idearon dos edificios que hoy, un siglo después, son las mejores cartas de presentación para el turista que ve por primera vez la ciudad y también para el alicantino que encuentra en el paseo por la Explanada el mejor plan para aprovechar una mañana de sol.

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