El barrio Granada, el núcleo urbano más recóndito de Alicante
Abrazado por la cinta transportadora de la antigua cementera de San Vicente, el barrio Granada es el núcleo urbano de Alicante más alejado del centro. Fundado a finales de los sesenta por varios andaluces que vinieron a trabajar en el campo, hoy reclama más atención a un Ayuntamiento que le queda a 14 kilómetros

El barrio de Granada, un reducto escondido de Alicante / Héctor Fuentes
El descampado del tío Joaquín, alejado de todo, mutó a finales de los sesenta en dos calles pintorescas, pobladas por trabajadores andaluces que vinieron a buscarse la vida en el campo. No de golpe, pero sí a cuentagotas. «Fue el boca a boca», cuentan hoy los más veteranos del lugar. En los setenta aquel barrio en la periferia de la perifiera era ya un núcleo urbano coqueto, de casitas bajas y puertas abiertas donde los niños entraban y salían. Había nacido el barrio Granada, el punto más recóndito del término municipal de Alicante, a 14 kilómetros de su Ayuntamiento y a solo uno del día a día de San Vicente del Raspeig, donde hicieron vida.
Rodeado por la cinta que transportaba material de la cantera a la antigua fábrica de cemento, aquel barrio creció a fuerza de resistencia vecinal. Algunas de esas protestas fueron rotundas victorias y otras, amargas derrotas. El primer logro fue la llegada de luz y, más tarde, la del agua y del alcantarillado. «Teníamos depósitos en la parte de arriba de las casas y pozos ciegos en la de abajo», cuenta Tomás Reche, uno de los vecinos andaluces, que llegó de niño hace cincuenta años y hoy es una de las voces autorizadas para hablar de la historia del barrio.

Tomás Reche, uno de los vecinos del barrio, en el carrer Ample durante una mañana de esta semana. / Héctor Fuentes
El principal hito de la lucha vecinal fue el nombre de un barrio que lucía anónimo y al que en un primer momento el Ayuntamiento llamó como el «del cementerio», por su proximidad con el camposanto de San Vicente. «Íbamos y quitábamos el cartel hasta que al final se quedó como barrio Granada», cuenta Reche, uno de los tantos granadinos que compraron una parcela de aquel solar que tenía el tío Joaquín, un señor al que todo el mundo nombra al rememorar la historia de Granada. La mayoría de vecinos que encontró acomodo en esas dos calles procedía del municipio granadino de Casas del Campo, aunque también vinieron de Dehesas de Guadix e incluso de alguna localidad de Albacete.
A finales de los noventa la llegada de la autovía A-77 volvió a levantar a unos vecinos que continúan reclamando la atención de un Ayuntamiento que les atiende de oídas. La distancia del paso elevado de la autovía, apenas a diez metros de las primeras casas del barrio, iba a ser todavía menor. El movimiento vecinal evitó algo peor. «Hacían un agujero para comenzar a construir el puente y a la noche lo tapábamos», recuerda Reche, orgulloso de que la resistencia vecinal apartara unos metros el mamotreto de la autovía.
Aquellas victorias escondían en muchas ocasiones un abandono del Ayuntamiento, eran triunfos, pero amargos al saberse desasistidos. La riada de 1982 destrozó buena parte del barrio: se llevó parte de algunas casas, se perdieron coches y murieron varias vacas de un vecino que tenía una vaquería. Tras aquel suceso, y la inacción del Ayuntamiento, los vecinos decidieron levantar un muro para que el agua no volviera a irrumpir así en aquel barrio levantado palmo a palmo por sus vecinos. «La fábrica de cemento nos prestó el material y nosotros, con nuestras manos, nos pusimos a ello», recuerda José Arenas, otro de los primeros habitantes del barrio. «Todavía tenemos que ser nosotros los que vamos limpiando la zona del muro de matorrales», señala Paulino Bedmar, otro granadino que es el propietario del último chalet del barrio.
Aquella mano amiga que recibieron de la antigua cementera no fue casual, la convivencia entre el barrio y la fábrica fue siempre idílica. «Nosotros nunca nos quejamos del humo, eso fue SanVicente», apuntan los vecinos sobre el principal motivo del cierre de la vieja cementera, que hoy es un mastodóntico recinto abandonado.
En la actualidad, cincuenta años después de que el barrio echara a andar, los vecinos reclaman mejoras al Ayuntamiento, principalmente en el transporte público. Ningún autobús para en la zona. «El que va a la Cañada del Fenollar [partida a la que pertenecen] podría dejarnos aquí, pero no lo hace», lamentan. Su singularidad hace que pertenezcan y paguen sus impuesto en Alicante, pero que tengan asignado el centro de salud y el colegio en San Vicente. El colmo de lo enrevesado de la situación es que el barrio ha conseguido por fin tener taxi a demanda, pero no les lleva a San Vicente, sino a Alicante. «Estamos aislados y las soluciones tampoco nos apañan, debería haber un entendimiento entre los dos alcaldes», explica Irene Gimeno, la presidenta de los vecinos.
Propuestas de mejora
El barrio Granada, en su búsqueda por mejorar su situación, ha vuelto a entablar conversación con el Ayuntamiento y espera conseguir un párking que quite los coches de las aceras y permitir que, llegado el momento, pueda entrar un camión de bomberos o una ambulancia en cada una de las dos calles, la Ancha y la de las Flores. «No quiero que pase algo y lo lamentemos», apunta Gimeno.
Otra de las reivindicaciones es la remodelación de la zona recreativa del barrio, un descampado que fue cedido en su momento por la cementera y donde hoy malviven dos porterías, unos columpios y dos pistas de petanca. «La zona está dejada, es un espacio que realmente necesitamos», cuenta Cati Hernández, una de las vecinas más jóvenes. Como ella, Anabel y algún que otro treintañero que empuja carrito de bebé. Son la nueva generación de un barrio que sigue vivo, que convive en paz y que reclama derechos.
En su momento, Granada tenía servicio de panadería, un hombre pasaba a diario con el camión y vendía puerta a puerta. Ahora no hay más remedio que cruzar a San Vicente. También hubo un modesto bar e incluso una tienda de ultramarinos. Hoy apenas sobrevive un taller. Las fiestas vecinales, en agosto, llegaron a tener un escenario que cedía el Ayuntamiento y una orquesta. «Ahora es otra época», cuenta Carmen, una de las 85 personas que vive en la actualidad en Granada.
La historia de un barrio levantado por las manos de sus vecinos y defendido de agresiones y olvidos recuerda a la de Torre Baró, el barrio barcelonés que ha rescatado del anonimato la película El 47 y que bien podía haber protagonizado este trocito de Granada que tiene Alicante en su frontera.
Alicante tiene nueve mil vecinos viviendo en sus partidas rurales
El ejemplo de Granada, uno de los núcleos de población de la Cañada del Fenollar, es una muestra de la vida de las nueve mil personas que tiene repartidas Alicante en sus partidas rurales. En el núcleo de la ciudad de Alicante residen 362.790 habitantes, incluidos los de Villafranqueza, Urbanova y Tángel.
Tras él destaca el núcleo del Moralet, que tiene 2.607 personas censadas entre diferentes enclaves como los de la Loma Espí, Garroferal, Rambuchar Norte y Rambuchar Sur o la Finca Don Jaime.
En cantidad de vecinos le sigue la citada Cañada del Fenollar, con 1.739 habitantes empadronados en sus diferentes zonas (barrio Granada, Ermita San Jaime, El Alabastro...) y el Rebolledo, con 1.287.
Después aparecen Fontcalent (747), Santa Faz (681), Bacarot (502), Pla de la Vallonga (428), La Alcoraya (386), Monnegre-Cabeçó d’Or (361), Verdegás (334) y Tabarca (59).
Todas ellas conforman las 371.865 personas que tiene Alicante en su municipio, según los datos publicados por el padrón en 2024. El 48% de los vecinos del municipio son hombres, 179.879; y el 52 %, mujeres, 191.986.
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