Vivir debajo de un puente: el sinhogarismo se extiende en Alicante

Más de una decena de personas convive desde hace meses en los bajos de las pasarelas más reconocidas de la ciudad. No importa el barrio o la ubicación, la falta de alternativa habitacional afecta a cada vez a un mayor número alicantinos que se las ingenian para pasar la noche a cubierto en plataformas que se convierten en su hogar

La vida bajo de un puente

La vida bajo de un puente / Alex Domínguez

Lydia Ferrándiz

Lydia Ferrándiz

Vivir bajo un puente no es una elección. Es la única alternativa que les queda a muchas personas en Alicante, donde la crisis habitacional sigue dejando a un número cada vez más alto de ciudadanos sin un techo digno. Bajo algunos de los puentes más reconocidos de la ciudad, más de una decena de personas encuentra estos días un refugio improvisado, donde intentan reconstruir su día a día en medio de una ciudad que, paradójicamente, los rechaza. En los bajos del Scalextric y del Puente Rojo, cartones, sacos de dormir y pertenencias cuidadosamente ordenadas se convierten en su único hogar donde estas personas se enfrentan al frío, la incertidumbre y la indiferencia e intentan mantener la dignidad en un entorno que, aunque difícil, les ofrece algo de estabilidad.

El Scalextric: un refugio entre cartones

Desde hace un año, Julio Paul y sus dos compañeros han convertido los bajos del Scalextric en su hogar. A diario, la rutina es la misma: despertarse temprano, recoger todas sus pertenencias y pasar el día en las zonas cercanas al puente en el que pasan las noches. "Dormimos aquí porque la Policía Local no nos deja dormir en los bancos del Postiguet. Dicen que los vecinos se quejan si estamos por aquí, pero es que algunos no tienen empatía por nosotros, y por eso hemos acabado en los bajos del puente", explica con resignación Julio Paul, de 71 años.

En este pequeño espacio bajo el puente del Scalextric Paul no descansa solo. En total son tres las personas sin hogar que de forma fija acuden a este espacio a pernoctar: son Julio Paul, un joven diabético, a quien Julio cuida con dedicación, y a María Desamparados, una mujer mayor que huye de un pasado violento. "Aquí, al menos, no nos mojamos cuando llueve y la convivencia es muy buena", añade Paul.

Julio Paul, una de las personas que pernoctan bajo el puente Scalextric.

Julio Paul, una de las personas que pernoctan bajo el puente Scalextric. / ALEX DOMÍNGUEZ

Cada mañana, a las nueve en punto, la policía les exige recogerlo todo. "Si no lo hacemos, nos lo tiran. Ahí tenemos lo único que nos queda: nuestras mantas, cartones, ropa, artículos de aseo… Yo por ejemplo soy muy cuidado con el afeitado, por estar en la calle no somos unos guarros", recalca Paul. Julio, diplomado en ATS y con una vida de trabajo a sus espaldas, se refugia en la lectura y la música para pasar los días frente a la playa del Postiguet: "Siempre llevo conmigo mis libros y mi transistor. Leo todo lo que cae en mis manos y me encanta el rock: AC/DC, Deep Purple, Scorpions… He trabajado de todo: ATS, albañil, metre, cocinero… pero muchos de esos trabajos fueron en negro, y al final me quedé sin los años suficientes para una pensión digna", comenta Paul.

Junto a él, María Desamparados, recién llegada al Scalextric, enfrenta el día a día con entereza. "Antes vivía en una casa, pero tuve que irme. La persona con la que estaba no trataba bien a los animales y lo denuncié", afirma Desamparados. María lava su ropa en los lavapiés de la playa y se ducha en casa de una amiga, intentando mantener algo de normalidad en medio del caos. “A veces los servicios sociales nos traen comida, pero suele ser basura, algo que nadie se comería”, lamenta Desamparados.

María Desamparados, una de las personas que pernoctan bajo el puente Scalextric.

María Desamparados, una de las personas que pernoctan bajo el puente Scalextric. / ALEX DOMÍNGUEZ

A pesar de las dificultades, entre los tres se han creado lazos de apoyo y María encuentra en sus compañeros de noche en los bajos del Scalextric una compañía segura. “Aquí hay peligro en la calle, el otro día vino alguien que intentó atacarnos, pero entre nosotros nos ayudamos”, afirma.

Bajo el Puente Rojo: una historia de amor

A unos kilómetros de distancia, bajo el Puente Rojo entre el barrio de la Florida y el de Princesa Mercedes, conviven al menos cinco personas. Entre ellas se encuentran José Ángel Marín y Juani Vázquez, una pareja que lleva casi dos décadas en la calle. Antes dormían en lo que era el Centro de Acogida e Inserción para personas sin hogar de Alicante, pero la nueva gestión del centro, que el pasado mes de noviembre cambió de empresa adjudicataria, los dejó sin opción. "Se perdió toda nuestra documentación y todos nuestros informes, ahora llevamos dos meses aquí bajo el Puente Rojo. Hay más gente en la calle por culpa de eso", explica José Ángel, exparamédico militar.

La convivencia en el puente no siempre es fácil, aunque ellos intentan mantener el espacio limpio y ordenado. "A veces viene la policía y nos manda a los barrenderos para que lo recojamos todo, pero es lo que toca. Nosotros tenemos nuestra escoba y nuestro recogedor. Hacemos nuestras necesidades en vasos y luego los tiramos, ponemos cartones para la intimidad y echamos lejía para evitar malos olores, pero no todos los que viven aquí hacen lo mismo”, cuenta Juani Vázquez.

José Ángel Marín y Juani Vázquez, una pareja que vive desde hace un par de meses bajo el Puente Rojo.

José Ángel Marín y Juani Vázquez, una pareja que vive desde hace un par de meses bajo el Puente Rojo. / ALEX DOMÍNGUEZ

Con sentido del humor, recuerda cómo su marido la buscó durante años hasta reencontrarla. “Hasta su exmujer le dijo que no se quedara solo, que me buscara a mí”, relata Vázquez con una sonrisa en la boca. El mayor deseo de ambos es casarse por la iglesia y poder poner su vida en orden en Asturias, la tierra natal de José Ángel Marín. "Somos pareja de hecho, pero nuestro sueño es casarnos bien, como siempre quisimos", comenta Juani mientras ríe. Ambos relatan su historia de amor, con una mezcla de humor y resignación por la situación en la que se encuentran: "Nos conocemos desde pequeños. Tenemos una hija que se parece a él, con su misma mala leche cuando se enfada", bromea Vázquez.

A pesar de la crudeza de su situación, ambos agradecen la solidaridad de algunos vecinos. "Nos preguntan si necesitamos algo, nos traen mantas… Otros, en cambio, se ríen de nosotros. Pero el que le desea el mal al vecino nunca sabe cómo se va a ver", afirma Juani Vázquez.

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