Entrevista

Anna Ortiz: «El turismo está condicionando demasiado el diseño de las ciudades»

La profesora del Departamento de Geografía de la Universidad Autónoma de Barcelona es una defensora del denominado urbanismo feminista

Anna Ortiz en un momento de la conferencia pronunciada esta semana en la Universidad de Alicante.

Anna Ortiz en un momento de la conferencia pronunciada esta semana en la Universidad de Alicante. / Jose Navarro

M. Vilaplana

M. Vilaplana

Profesora de Geografía de la Universidad Autónoma de Barcelona, Anna Ortiz ha pronunciado esta semana una conferencia en la Universidad de Alicante (UA) en la que ha ensalzado las virtudes del denominado urbanismo feminista, aquel que pone el foco en las necesidades de las personas.

Su conferencia en Alicante ha girado alrededor del urbanismo feminista. ¿Cómo define este concepto?

Se trata del urbanismo que pone a las personas en el centro de todo y que tiene en cuenta sus necesidades a la hora de mejorar la ciudad. Es un concepto que piensa en la gente que habita los barrios y que pone a la vida por delante de todo, porque en la ciudades no solo se trabaja, sino que también se pasea, se va de compras, se acude a la consulta del médico... No se trata de un lugar productivo, sino reproductivo, y que nos tiene que dar la oportunidad de vivir de forma plena.

¿Y cómo se consigue llevar a la práctica este concepto?

Uno de los elementos esenciales de este tipo de urbanismo es que no se diseña desde el despacho, sino que para desarrollarlo se tiene en cuenta la opinión de las personas que viven en cada barrio, porque son las que mejor conocen lo que se tiene que mejorar. Hablamos de cuestiones como la falta de bancos, si una calle está mal iluminada o si el transporte público no llega. Y son los vecinos los que viven todos los días esos déficits y los que pueden aportar, mejor que nadie, las sugerencias para mejorar las condiciones de vida.

¿Por qué la denominación de urbanismo feminista?

Tiene esta definición porque hablamos de un urbanismo inclusivo. Pero no solo para las mujeres. También para las personas mayores, los niños y niñas o aquellos que tienen problemas de diversidad funcional. El espacio no es neutro y se tiene que concebir pensando en las necesidades que pueda tener cada colectivo.

¿Y este tipo de urbanismo se está aplicando o todavía queda un largo camino por recorrer?

Ya hace 25 años que se está trabajando en este tema, y aunque todavía se debe avanzar bastante en esta filosofía, lo cierto es que hay muchas cooperativas y colectivos de mujeres urbanistas que trabajan desde la municipalidad en este sentido, porque los ayuntamientos juegan un papel fundamental. Por tanto, sí que es un tema que está sobre la mesa y que va ganando terreno de manera paulatina, porque se está viendo que los resultados que se obtienen son buenos y buscan el beneficio de las personas.

¿Cómo sería una ciudad diseñada con esta metodología?

En las ciudades americanas los diferentes usos, residenciales y comerciales, entre otros, están separados. Sin embargo, en el concepto de ciudades mediterráneas se tiene que apostar por la proximidad y los usos mixtos. Eso es, precisamente, lo que persigue el urbanismo feminista, que la gente pueda desplazarse a pie o en transporte público para satisfacer las necesidades que tiene en cada momento. También, que las zonas verdes no estén solo en la periferia, sino cerca de casa. Y para conseguirlo, insisto, es necesaria la participación de la gente, para que pueda plantear no solo que una plaza sea rectangular o redonda, sino qué es lo que siente y qué le hace falta. Siempre buscando unos espacios públicos de calidad y consiguiendo, al mismo tiempo, que haya una conexión social y que la gente no se quede en su piso. Todo eso , además, es bueno para la salud mental.

Usted vive en Barcelona, donde hay una gran presión turística, aunque esa es una situación que se repite en muchas otras ciudades del Mediterráneo. ¿Está afectando de alguna manera al urbanismo?

Se podría decir que el turismo está condicionando demasiado el diseño de las ciudades. En estos momentos el principal problema son los apartamentos turísticos, que están propiciando un aumento desmesurado de los precios del alquiler y afectando al modo de convivencia. En un estudio que hicimos con personas mayores, nos decían que antes conocían a todos los vecinos que tenían en su escalera, y que, sin embargo, hoy en día prácticamente solo se encuentran con turistas, con lo que no saben a quien recurrir en caso de que tengan alguna necesidad. También nos decían que, en muchos casos, no reconocen ya el paisaje urbano de su entorno debido a que ha sido rediseñado para atender las necesidades del turismo. Así que todas estas cuestiones se tendrían que regular de alguna manera y, sobre todo, pensar la ciudad para la gente que la habita y no solo para la que la visita.

También ha realizado estudios sobre los procesos de apropiación del espacio público por parte de los adolescentes. ¿Qué conclusiones ha podido obtener?

Al contrario de lo que se pudiera pensar, nos dimos cuenta de que los jóvenes tienen un fuerte sentido de pertenencia a su barrio y que colonizan espacios escondidos, en muchos casos fuera de las miradas adultas. Pero ese sentido de pertenencia es positivo, porque si lo tienes es más fácil que puedas luchar para mejorar tu entorno y la vida de las personas que lo habitan. La falta de arraigo solo conduce a la indiferencia.

¿El urbanismo feminista también aborda la seguridad?

Desde el punto de vista de género nos encontramos con que las chicas regresan antes a casa porque tienen miedo a ir solas por la noche, a diferencia de los chicos. Y aparte de que tenemos que exigir el derecho a ser libres, el urbanismo sí que ayuda a mejorar la seguridad a través del diseño de los espacios y, por ejemplo, una iluminación adecuada. Pero, de cualquier forma, vuelvo a reiterar que el urbanismo feminista no está solo pensado para las mujeres, sino que tiene en cuenta las necesidades de todos los colectivos. Por ejemplo, las de las personas con diversidad funcional, a través de la eliminación de las barreras arquitectónicas. Y para ello hay que contar con la opinión de la gente, porque no todos percibimos la ciudad de la misma forma. Al final lo que se busca es conseguir una ciudad que sea amigable e inclusiva.

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