La técnica japonesa de BDSM que irrumpe en Alicante y se practica con cuerdas

Un grupo de personas crea una asociación sin ánimo de lucro bajo el nombre «La Puritana» con el objetivo de dar voz y visibilidad a una forma de vivir la sexualidad dentro de la disciplina del bondage, el sadomasoquismo y otras prácticas afines

El placer de ser atado con la práctica del shibari, disciplina del BDSM, se deja ver en las noches de Alicante

EL placer de ser atado con la práctica del shibari, disciplina del BDSM, se deja ver en las noches de Alicante / Rafa Arjones

Es bien sabido que algunas personas encuentran placer experimentando dolor. La práctica del BDSM (Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo), cuyas siglas cobraron mayor visibilidad hace una década con el estreno en cines de la popular saga Cincuenta Sombras de Grey, ha ido ganando terreno en la noche alicantina con el shibari, una técnica japonesa cuya traducción literal es «atadura».

Esta práctica sexual alternativa consiste en inmovilizar a otra persona mediante el uso de cuerdas, y es precisamente lo que realizaron el otro día dos parejas: Rouse y Ner, y Zento y Suika (quienes han decidido utilizar sus nombres artísticos para este reportaje).

Dos actuaciones de shibari cautivaron a una veintena de espectadores, quienes, sin embargo, parecían desvanecerse para Rouse y Ner, la primera pareja en el tatami. Desde el primer nudo, atador y atada se sumergieron en una atmósfera de complicidad, ajenas a las miradas que las rodeaban. Con cada cuerda que Rouse deslizaba sobre la piel de Ner, lo hacía con una delicadeza casi ritual.

Pero no solo practican shibari: quieren compartirlo, dar visibilidad a una forma de vivir la sexualidad alejada de las convenciones. Por ello, han constituido una asociación sin ánimo de lucro, a la que han bautizado con un nombre tan irónico como sugerente: «La Puritana».

Dejar a un lado el tabú

Su objetivo es claro: normalizar las sexualidades alternativas y reivindicar la diversidad en todas sus formas. «Queremos dar voz a todo tipo de orientaciones sexuales y modelos relacionales, para que dejen de ser vistos como algo ajeno o tabú», explica Zento, quien practica el rol de atador. También buscan desmontar estereotipos sobre el BDSM, muchas veces representado por la imagen del hombre con traje y la sumisa perfecta. «La realidad es que la mayoría lo practicamos en casa, en pijama, con nuestros cuerpos reales, con curvas, con lorzas, y lo disfrutamos igual», añade.

Practicamos BDSM en casa, con nuestros cuerpos reales y lo disfrutamos igual

Zento

— Participante

Además, «La Puritana» aspira a convertirse en un espacio seguro, y para ello realiza por el momento sus actuaciones en un bar del centro de Alicante, cerca del Mercado Central, donde la entrada es gratuita, al igual que el espectáculo, y consumir durante el mismo es completamente opcional. «Queremos que cualquier persona, independientemente de su identidad de género o expresión, pueda vivir el BDSM de forma libre y natural», afirman.

El shibari no es solo una práctica estética o sensorial, sino una forma profunda de conexión. «Buscamos un vínculo entre la persona que ata y la que es atada. Atamos con el corazón, y eso se siente desde el primer momento. La cuerda no solo inmoviliza, también acaricia», explica Rouse.

«El mundo exterior desaparece»

Más allá de la técnica, el shibari es un espacio de intimidad, un puente entre cuerpos y emociones. Ner describe como, en plena sesión, el mundo exterior desaparece: «Solo quedamos la persona que me ata y yo. A veces ni siquiera recuerdo ciertos momentos. Puede doler un poco, pero también genera placer».

Para Suika, la técnica japonesa también ha sido una herramienta de autoconocimiento y aceptación. «Una de las cosas que me ha hecho apreciarme a mí misma, más allá de mi cuerpo, es lo que se logra practicando en el tatami. Me refiero a la forma en que puedo expresarme a través de mi propio cuerpo. Por tener un cuerpo curvy nos da la sensación de que no podremos realizar este tipo de prácticas. Pensamos: ‘A mí no me van a poder atar’, y sí se puede. ‘A mí no me van a poder suspender’… y se hace, y además es precioso», afirma.

En su sesión, Suika y Zento demostraron cómo, a pesar de no ser pareja (sentimental), los nudos que él realizaba sobre ella generaban una conexión única. En las distintas posiciones en las que la colocaba, Suika llegó a quedar casi suspendida sobre la barra de bambú instalada en el local donde se llevaron a cabo las actuaciones.

Por tener un cuerpo curvy nos da la sensación de que no podremos realizar este tipo de prácticas

Suika

— Participante

Además, se incorporó el uso del fuego en una sorprendente ejecución: Zento lo aplicaba sobre el cuerpo de Suika como si tocara un xilófono, donde las teclas eran su piel. Ella se estremecía con la mezcla de dolor y placer que producían las leves quemaduras, el olor a quemado impregnó el ambiente.

Volviendo a Rouse y Ner, su relación nació precisamente de este vínculo creado por las cuerdas. «Conectamos a través del shibari, y cuando eres pareja, se nota algo más fuerte, más íntimo», cuenta Rouse.

El cuerpo responde a la experiencia con un torrente de endorfinas, una especie de euforia natural. «Es como estar dopado: el dolor se transforma en algo soportable, incluso placentero. Entras en un estado de evasión y éxtasis, lo que en el BDSM llamamos subspace», detalla Rouse. 

No está libre de riesgos

Para quienes lo practican, el shibari es mucho más que una simple técnica de ataduras; es un arte que exige confianza, preparación y, sobre todo, seguridad. No es algo que deba improvisarse ni replicarse sin formación. «Puede parecer estético y sensual, pero conlleva riesgos reales: desde lesiones nerviosas que pueden dejar una mano inmovilizada durante meses o incluso de forma permanente, hasta quemaduras por abrasión o daños articulares», advierte Zento, quien lleva cinco años formándose en la disciplina, al igual que el resto. 

Antes de la sesión, piden silencio, no solo por cortesía, sino porque la persona atada entra en un estado mental profundo que no debe romperse. «No hay que tocar ni al atador ni a la persona atada, las cuerdas y el tatami son algo personal», recalca. Y, sobre todo, nada de interrupciones, tampoco recomiendan practicarlo en casa, a menos que sea con una persona experimentada. 

Público variado

El shibari no solo impacta a quienes lo practican, sino también a quienes lo observan. En el público se encuentran personas de varias edades, desde veinteañeros que asisten en pareja hasta aquellos mayores de 50 años que optan por disfrutar de la experiencia en solitario.

Esta diversidad generacional contribuye a dar visibilidad a la práctica y refuerza la idea de que, al llevarse a cabo en un bar del centro de Alicante, se huye de lo clandestino, sin necesidad de ocultarse, otorgándole la naturalidad que los practicantes buscan. Prueba de ello es que, durante la realización de este reportaje, ningún asistente mostró objeción alguna en aparecer en las imágenes y vídeos.

Para Inés, la conexión que se establece entre atador y atado va más allá de lo que se esperaría en una pareja convencional. «Estoy muy pendiente de las expresiones de ambos, y hay un sentimiento, una profundidad que trasciende lo físico», comenta. Con experiencia en el mundo del BDSM, especialmente en la vertiente sadomasoquista, asegura que entiende la entrega y la complicidad que implica.

Me sorprende la complicidad que se genera. Lo veo como una forma de expresarse

Sergio

— Asistente

Sergio, su pareja, había oído hablar del shibari, pero nunca había asistido a una sesión en vivo. «Lo conocía, pero nunca había venido a un evento como tal. Me ha sorprendido la complicidad que se genera. Lo veo como una forma de expresarse», dice.

Para el asiático Liu, la experiencia es más que una simple práctica: es un arte. «Es un sentimiento, una forma de expresión en la que el espíritu queda libre», explica. 

Otro de los espectadores, de nombre también Sergio coincide en esa dimensión artística. «Es impresionante ver cómo el cuerpo se mueve y cómo las sensaciones pueden reflejarse visualmente. Es una representación de lo que se siente», concluye.

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