Brunch, talleres y pisos turísticos: la calle Quintana más heterogénea

La céntrica vía, dinamizada por su asociación de comerciantes, luce cada vez más restaurantes e inmobiliarias, aunque siguen resistiendo sus negocios históricos

Poeta Quintana, una calle a dos velocidades

Poeta Quintana, una calle a dos velocidades / Alex Domínguez

Ramón Pérez

Ramón Pérez

El brunch, los turistas y los anuncios de pisos con muchos ceros conviven con varias peluquerías de señora, un mecánico y un taller de relojero en el que, paradójicamente, parece que no pasa el tiempo. En su largo recorrido, desde el Mercado Central hasta la avenida General Marvá, la calle Quintana es un crisol de comercios dispares, una vía avivada en la última década por la eliminación del aparcamiento en uno de sus costados y por el activismo de su asociación de comerciantes.

La calle Quintana mantiene su esencia de barrio pese a estar en el centro de una ciudad inmersa, como la mayoría, en una pérdida vertiginosa de comercios auténticos. «Vayas a la ciudad que vayas de Europa encuentras las mismas tiendas», lamenta Jordi Gisbert, propietario de Aperitivos Gisbert, uno de los últimos negocios en asentarse con éxito en la calle, y presidente a su vez de la Asociación de Comerciantes Zona Quintana.

En su día fue una extensión del Mercado, donde despachaban fruteros y verduleros; la calle siempre tuvo movimiento comercial y raro era el oficio que no estaba presente entre sus locales. Los billares Quintana fueron el punto de encuentro de centenares de jóvenes alicantinos que en los setenta fueron absorbidos por aquellos locales equipados con futbolín, billares y mucho humo de cigarrillos. Frente a ellos, y hasta 2021, también fue un negocio de referencia en la ciudad la droguería Álvarez, abierta en 1951. Hoy uno de los comercios con más historia de la calle es el taller de motos de Antonio Oliva, abierto en 1963 por el padre del actual propietario. «La calle tenía de todo, ahora han ido desapareciendo los oficios y sobre todo hay restaurantes», cuenta Oliva, que ha vivido en primera persona la metamorfosis de la calle en las últimas décadas. «Yo recuerdo el ruido de las linotipias de INFORMACIÓN, que tenía su redacción y los talleres justo enfrente», cuenta el mecánico.

La mercería Tere, en pie desde finales de los sesenta, es otra superviviente en una calle en constante cambio. La última gran remodelación fue en 2013, cuando el Ayuntamiento suprimió una de las dos zonas de aparcamiento para mejorar y ampliar las aceras. «Fue un acierto porque ahora es una calle por la que da gusto pasear, aunque también cuesta más aparcar, claro», detalla Diego Martínez, propietario de la cristalería del número 16, con treinta años a sus espaldas en la calle.

Aquella obra abrió la puerta definitiva a los restaurantes y supuso el fin de varios bares que sobrevivían a duras penas. «Con las mejoras que ha ido teniendo la calle los alquileres también han ido subiendo», explica Marta Margalef, al frente de la tienda de discos Naranja y Negro, un establecimiento original no sólo en la calle sino en toda la ciudad y que durante años fue el único bastión de la venta de vinilos en Alicante. «De todas maneras, los comerciantes no han cambiado tanto, sino que han ido moviéndose de locales», confiesa Margalef, que aclara que las calles adyacentes también forman parte de la asociación de Quintana.

Naranja y Negro es un rara avis que nació en 2008, en plena crisis, y se ha situado por méritos propios entre los negocios más originales de la ciudad. Es también destino del turista underground. En realidad, el cliente extranjero es cada vez más una realidad en Quintana y, en muchos casos, el motivo de supervivencia de algunos negocios. «Es un porcentaje muy alto porque cada vez queda menos gente viviendo aquí», confiesa Guillermo Gómez, de manualidades Grisalla, otro comercio con solera en la calle y uno de los promotores de la asociación que ha cambiado el paso a Quintana.

El colectivo de comerciantes, surgido en 2014, buscó músculo para entablar conversación con las entidades municipales. «No es lo mismo que pida algo un comercio que lo hagan 100», cuenta el propietario de Grisalla. El empuje dio pronto sus frutos, la calle consiguió por vez primera la instalación de las luces de Navidad y dinamizó su tejido empresarial con unas fiestas y eventos en la calle (Carnaval, Halloween, San Valentín, concursos de escaparates) que son hoy referencia en la ciudad.

El aroma a negocio tradicional resiste con comercios como la mercería Mabi, cuya responsable, Beatriz Manzanaro, es ya la tercera generación de propietarios. «Nos hemos tenido que poner al día, en los productos y también en las redes sociales», cuenta. La relojería Vela Rubio y la tienda de dieta Santiveri, ambas desde los años setenta, son otros comercios que han visto en primera línea la reconversión de la calle hasta hoy. La croissantería Quintana también rezuma salud, buena señal de ello son las colas que acostumbra a tener a diario. No es la única panadería de la calle; Cristina, que también es cafetería, es otro comercio de cabecera entre los vecinos y paseantes. El edificio del parking y peluquerías como la de Nova son lugares también identificativos de una calle que ha visto desaparecer negocios emblema como los salazones Quintana o la librería Lux; hoy los libros de segunda mano también tienen cabida en la calle con la tienda Celuloide & Co.

Entre todos ellos han surgido gastrobares que han comenzado a dar otro aire a una calle todavía ajena a grandes cadenas. «Reivindicamos la singularidad, somos comercios alternativos», afirman Guillermo Gómez y Jordi Gisbert. El Jacapaca, la Cucaracha, el Liberty Kitchen o el Lluvia son algunos de los restaurantes de nuevo cuño que han echado raíces en Quintana.

El boom de los apartamentos turísticos no ha pasado de largo por la calle Quintana y son varios los edificios dedicados a B&B. El ritmo de vida de la zona ha mutado en base a su clientela y esa presencia habitual de turistas ha multiplicado el número de inmobiliarias en la calle. «A varios clientes del norte de Europa los he ido viendo una, dos y tres veces, hasta que me han dicho que se han comprado una casa por aquí», cuenta Jordi Gisbert, que no lo argumenta como algo negativo. «Yo soy de Alcoy y he hecho lo mismo, esta ciudad y esta calle enamoran», apunta.

Así, a dos velocidades, entre el turista y el vecino de toda la vida, avanza la calle Quintana, con honda historia y animada en la actualidad como pocas otras en Alicante. Con la incertidumbre sobre cómo evolucionará, algunos negocios, como la zapatería Quintana, se aferran a su peculiaridad. «Vendemos alpargatas, nuestros clientes son, sobre todo, festeros de toda la provincia», cuenta Paqui Soler.

Sin la CAM ni el Banco Popular

Hasta hace unos años, no tantos, unos quince, la calle Quintana estaba flanqueada por dos bancos: el Popular, en la esquina con Capitán Segarra; y la CAM, cuya oficina de tasación, Tabimed, inauguraba la calle desde General Marvá. Hoy este último local es una academia de inglés (y frente a ella está la farmacia Lloret, también con arraigo en la zona). El local del Popular, por su parte, está cerrado y es objetivo de carteles propagandísticos.

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