RETRATOS URBANOS

Un cirujano bueno

Emilio Ruiz de la Cuesta García-Tapia lleva un cuarto de siglo operando a personas para remediar sus enfermedades y aliviar el dolor

Emilio Ruiz de la Cuesta García-Tapia en un quirófano.

Emilio Ruiz de la Cuesta García-Tapia en un quirófano. / Pepe Soto

Pepe Soto

Pepe Soto

Forma parte de la tercera generación de una saga entregada a la Medicina. Se hizo cirujano, posiblemente porque entendió que con tus propias manos podía curar ciertas enfermedades. La mayor de sus hijas ya ejerce la profesión en quirófanos y consultas. Hacer feliz a personas remediando sus males y calmar el dolor siempre fueron su vocación. La Medicina estaba en casa y en la familia. Es el retrato urbano de un cirujano bueno que ha tratado a más de 20.000 pacientes en poco más de un cuarto de siglo. Y que, además, reparte limpias sonrisas con bata o sin ella.

Emilio Ruiz de la Cuesta García-Tapia (Alicante, 1967) siempre estudió en el colegio Jesuitas. Jugó al balonmano en ratos de recreo. Y se rodeó de buenos amigos, de esos que son para siempre: Fernando, José Luis, Pablo, Gonzalo, Curro, Javier, Jorge, Miguel y algunos más, con los que se reúne de viernes en viernes en almuerzos repletos de nostalgia, aunque cargados de futuro. A los 15 años conoció en ese centro educativo a María José López, la mujer de su vida. Buen estudiante, optó, tal vez por tradición familiar, por estudiar Medicina, como sus abuelos, su padre, sus tíos y demás familia. Tiene dos apellidos compuestos. Y un hermano, Ignacio, odontólogo, como lo fue el padre, Emilio (1933 - 2005). Se formó en la Universidad de Navarra. En los meses de verano escudriñaba el trabajo en la consulta y en salas de operaciones de su tío Rafael Ruiz de la Cuesta (1931-1994), traumatólogo de referencia, que fue galeno de futbolistas del Athletic Club de Bilbao y del Hércules. «La primera vez que entré en un quirófano estaba en primero de carrera: caí redondo», recuerda Emilio.

Cinco primaveras más tarde obtuvo la licenciatura. Ya era médico. Se formó como especialista en Cirugía General y Digestiva, a través del programa MIR, en el Hospital Nuestra Señora del Pino, en Las Palmas de Gran Canaria. Antes de embarcar, Emilio y María José, enfermera de profesión, se casaron en Alicante. Un lustro de su vida transcurrió como estudiante en formación metido en quirófanos y en interminables sesiones clínicas. Y muchísimas guardias, dos o tres cada semana. Complementó su formación con un máster en Cirugía Laparoscópica en la Universidad de Montpellier con el prestigioso profesor Jean-Michel Fabre.

Su primer destino como especialista fue en su tierra, en Alicante. En 1999 se incorporó a la nómina de cirujanos, servicio entonces dirigido por Antonio Arroyo Guijarro y con una buena tropa de galenos, mayores y jóvenes, uniformados con batas azules o verdes. «Ahí aprendí muchas cosas». Se queda con una frase, con un proverbio: «Si quieres llegar pronto, camina solo; si quieres llegar más lejos, camina en grupo».

Dicen que el buen médico trata de las enfermedades; y que el gran médico trata al paciente que tiene la enfermedad. En ese espacio se encuentra desde hace un cuarto de siglo Emilio Ruiz de la Cuesta, como cirujano en el Hospital General Doctor Balmis y en la clínica HLA Vistahermosa con otros colegas de oficio como José María Lloret, Cándido Alcázar y Mariano Franco y algunos más profesionales en ese trasiego de enfermos en camillas entre la habitación, muchas pruebas y la sala de operaciones. «He tenido la suerte de encontrar en la profesión a personas muy buenas», dice.

Cada semana atiende a una veintena de pacientes en intervenciones sencillas o más complejas. Puede haber operado a más de 20.000 personas durante su trayectoria. Experto en cirugía laparoscópica para tratar ciertos males entre la boca del esófago y el ano, Emilio se siente feliz en su profesión. Parece que cada día algo más. Durante la entrevista detalló su participación en unidades multidisciplinares de intervenciones digestivas: poco comprendí, salvo palabras cargadas de ilusión y oficio, de mucho oficio. Este año, el doctor Ruiz de la Cuesta aparece en la lista de los 50 mejores médicos de España que elabora el grupo «Top Doctors».

Emilio forma parte de una reconocida saga formada por una docena de médicos de diversas especialidades: cirugía, traumatología, odontología y de las cosas internas del cuerpo, de cuatro generaciones, desde el abuelo Félix hasta la mayor de sus hijas. Todo empezó poco antes de que estallara la Guerra Civil, en 1936. Félix Ruiz de la Cuesta Burgo (Valladolid, 1906 – Alicante, 1988) ejercía de médico en la localidad conquense de Villagarcía del Llano. Junto a su mujer, Paz Madruga, y sus dos criaturas, Rafael y Emilio, se trasladó a Alicante. El patriarca del clan, un hombre carismático y adelantado al tiempo que le tocó vivir, demostró su faceta más comprometida como médico en la Colonia Santa Eulalia, en Villena, en primera línea del frente de la contienda entre españoles, concretamente en el llamado hospital de evacuación. Acabadas las balas y las bombas, trabajó como especialista del aparato digestivo. Y en 1945 nació su tercer hijo, Félix, que también acabó con bata blanca, como sus dos hermanos. El jefe de la dinastía consiguió el Premio Nacional de Medicina por su trabajo «La cannabiosis en la Vega Baja, accidente laboral», una enfermedad pulmonar producida por la inhalación de polvo de cáñamo.

El abuelo materno de Emilio, Antonio García-Tapia, también fue un reconocido médico otorrinolaringólogo que desarrolló toda su actividad profesional en hospitales de Madrid.

La cuarta generación de los Ruiz de la Cuesta ya está ahí. La hija de Emilio, Marta, es cirujana en el Hospital Bellvitge, en L’Hospitalet de Llobregat, en Barcelona. Emilio y María José tienen otras dos hijas: Marina, publicista de oficio, y Elisa, que es muy jovencita. «Son lo mejor del mundo; ellas y mi mujer me cargan las pilas cada día», asegura.

Bisturí y suturas aparte, Emilio es un apasionado de la vida y de sus cosas. De la familia. De sus amigos. También es un hombre amable de fácil sonrisa. Le gusta leer tratados de filosofía. Empezó a cocinar pastas junto a sus tres niñas. Muchos espaguetis acabaron estampados en las paredes entre la cocción y divertidos juegos familiares. Parece que ha mejorado con el tiempo en su faceta de «cocinillas» junto a su esposa, María José, y las otras mujeres de la casa: Marta, Marina y Elisa. Como médico y cirujano ha crecido mucho más.

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