RETRATOS URBANOS
Un médico paciente
Luis Alberto Mena Esquivias ha trabajado más de tres décadas en la antesala del Hospital General de Alicante para organizar las entradas y salidas de personas y salvaguardar historias clínicas

Luis Alberto Mena Esquivias posa en la Plaza de La Viña, en Alicante.
Luis Alberto Mena Esquivias (Madrid, 1958) nació en un piso de la calle Lagasca, en pleno barrio de Salamanca. Su padre fue aparejador en la constructora Entrecanales. 1961. La empresa le encargó dirigir unas obras en Alicante. Poco después, el hombre decidió trasladar a su familia a la ciudad lucentina, entonces compuesta por el matrimonio, dos hijos varones, Luis y José Ignacio, y una niña. Se establecieron en una vivienda situada a las faldas del castillo de Santa Bárbara. En Alicante nacieron otros dos vástagos del clan Mena Esquivias.
Luis estudió en el colegio de los hermanos Maristas hasta los 15 años. Estamos en 1973. Adolescente, inquieto e interesado por los cambios políticos que se olfateaban, la dirección del centro recomendó a sus padres que «para mejor provecho del muchacho» debería trasladarse a otro espacio educativo. Fue a parar al instituto Figueras Pacheco, donde coincidió con otros ilustres e ingeniosos alumnos desalojados de otros colegios, tal vez por traviesos o por pensar demasiado. Decidió cambiar de aires: de estudiante a peón de albañil, de pala y carretilla. Su padre lo colocó en algunas obras que dirigió y, poco después, Luis acabó en las oficinas de la constructora como administrativo: «Creo que fueron los peores años de mi vida laboral». Finalizó el bachillerato en el instituto Jorge Juan, en horario nocturno. Y estudió Medicina de la Universidad de Alicante.
No sin dificultad, dice, terminó la carrera en 1985. Ese mismo año se casó. Doce meses más tarde nació su primera hija, Arantxa. Por motivos laborales de su entonces esposa, se trasladaron a Madrid. Luis Mena, con calma, bata blanca y fonendoscopio colgado en el pescuezo, trabajó como médico de familia en diferentes centros de salud; en un geriátrico de Leganés, primero, y en otro en Villaviciosa de Odón, algo más tarde.
Al doctor Mena Esquivias le llegó una oferta: la gerencia de un geriátrico en Gandia. Ahí estuvo un par de anualidades. Atendió una llamada y se incorporó como médico en la Unidad de Documentación Clínica y Admisión del Hospital General de Alicante, ahora Doctor Balmis, departamento que dirigía Jaume Sastre. De vuelta a casa. En ese período nació su segunda hija, Coral, y dos primaveras después el menor de la saga, Alberto.
Su actividad como facultativo cambió. Dejó la atención a pacientes y se introdujo en las entrañas del sistema sanitario, sin ordenadores: gestión, organización de archivos clínicos, codificación de procesos y atender las entradas y salidas de personas enfermas o una vez sanadas del hospital. Luis se especializó a través de un master en la Universidad de Valencia. «De las primeras actividades que me tocó realizar fue la apertura del centro de especialidades de Babel», recuerda.
En el último año del pasado milenio, el gerente del departamento de salud, Rafael Díaz Bonmatí, lo nombró jefe de sección del servicio. Aquel 31 de diciembre, Nochevieja, ante alertas infundadas sobre un posible apagón, Luis Mena y su equipo pasaron la velada en la planta baja del hospital por posibles fallos en el sistema informático. Sin uvas. Las carpetas llenas de papeles con historias clínicas apuntadas se las había llevado el tiempo. La memoria estaba a resguardo en un gran procesador.
Al poco tiempo se incorporó a la unidad el doctor Antonio Server. En aquellas fechas, Luis Mena compatibilizó durante más de una década estas funciones matinales con tardes casi interminables en el hospital San Jaime en Torrevieja. Dejó el pluriempleo. En 2012, asumió la subdirección médica del Hospital General de Alicante, con Juan Antonio Marqués como gerente y Mercedes Martínez-Novillo al frente de la dirección clínica.
Coincidiendo con los cambios políticos en el Gobierno valenciano, en 2015, el nuevo gerente, Miguel Ángel García Alonso, lo nombró director médico, codo a codo con el entonces jefe de Enfermería, Juan Félix Coello, ya fallecido. «Es, sin duda, el trabajo más importante de mi carrera, en el que más pude aportar», asegura Luis, que creó un equipo multidisciplinar con ideas cargadas de futuro, si bien creando estrategias para mejorar la atención a los pacientes. El proyecto funcionó. Pero arribó la maldita pandemia y el hospital tuvo que adaptarse para combatir los efectos del virus: quirófanos y muchas plantas se transformaron vertiginosamente en unidades de cuidados intensivos, en zonas de pacientes críticos. En el equipo que formó Luis Mena algo había previsto ante cualquier alarma sanitaria. José Sánchez Payá, director del área de Medicina Preventiva, «iba por delante en la propuesta de medidas y que se derivaban de las enseñanzas de las epidemias de gripe con medidas de aislamiento desde el mismo momento de la llegada a urgencias de los pacientes con síntomas respiratorios», explica.
El doctor Mena Esquivias y los suyos crearon un comité permanente que permitió que se reaccionara adecuadamente a las exigencias del momento. «No fue fácil luchar contra el pensamiento mágico que invadía de forma tóxica las cabezas de mucha gente, dejando de lado el rigor científico: desconcierto, desconocimiento de una enfermedad de la que todos opinaban y nadie conocía».
El equipo recibió el apoyo de profesionales serios y rigurosos: internistas como la doctora Merino y los médicos Portilla, Gil, el microbiólogo Juan Carlos Rodríguez e Inés Montiel en la gestión de Atención Primaria en los procesos de vacunación. «Fue la experiencia más intensa, dramática y satisfactoria que he vivido», dice Luis.
La pandemia dejó sin resolver algunos proyectos del equipo de dirección. Combatido el virus, tres o más años después, otro cambio en el gobierno de la Generalitat. La medicina nada tiene que ver con la política. Luis Mena tenía muchos proyectos en el armario, a parte de su contribución a la atención de pacientes con obesidad mórbida, de establecer el código ictus, la cirugía robótica o que en los quirófanos se pudieran realizar trasplantes hepáticos. «No todo ha sido bueno: seguimos teniendo listas de espera; no se trata de falta de trabajo, es una circunstancia multifactorial de difícil solución, pero siempre ha sido el caballo de batalla de la sanidad».
El pasado 3 de febrero, el conseller del ramo, Marciano Gómez, le envío la notificación de su cese como director médico. Luis no quiso volver a su plaza de médico. Decidió jubilarse. Punto y aparte. Hace unos ratos recibió un cálido homenaje de más un centenar de compañeros de trinchera por su labor durante 33 capítulos de su historia como médico en la antesala y en la memoria de la atención hospitalaria. «Ahora el futuro lo tienen que construir otros médicos y el personal de enfermería en un momento científicamente interesante: nuevos tratamientos, otras técnicas y la inteligencia artificial».
Su abuelo paterno también fue médico. A Luis le gusta viajar, dibujar y colorear sus trazos. Tiene muchos libros guardados en la despensa. De cada viaje tiene un cuaderno con paisajes esbozados; ideas escritas. Y sueños. Es feliz, junto a su esposa, Marisa, desde hace 25 años: su cómplice, su confidente. Dice que es la mejor persona para compartir la vida. Luis siempre ha sido un médico paciente, calmado.
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