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Los oficios se van de los barrios

Las profesiones de toda la vida desaparecen paulatinamente de las calles de Alicante, obligadas por el asentamiento de las compras por internet, la «presión» tributaria a los autónomos, la aparición de grandes superficies o el cambio de hábito de consumo. La aparición de los apartamentos turísticos también ha cambiado la cara a multitud de locales de la ciudad

Oficios con esencia que resisten al paso del tiempo

Oficios con esencia que resisten al paso del tiempo / Rafa Arjones / Alex Domínguez

Ramón Pérez

Ramón Pérez

Por la puerta lateral, en la estrecha y empedrada calle de Miguel Soler, se escapa la melodía del órgano de la Concatedral. Sin querer se cuela en la cerrajería de Adolfo, un local ubicado apenas un par de metros más allá, rodeado de turistas, tuctucs y terrazas de bares. Es pequeño, sin alardes en su fachada, imperceptible para muchos pero que siempre estuvo ahí. La motillo aparcada en la puerta es síntoma de que Adolfo está pasando consulta en una oficina donde parece que no cabe nada pero hay de todo. Lleva más de 40 años al pie del cañón y aún hoy se entretiene rodeado de llaves en un negocio tradicional de los que escasean en Alicante.

Bombines y resto de material de la cerrajería de Adolfo.

Bombines y resto de material de la cerrajería de Adolfo. / Rafa Arjones

Amenazados por la voracidad de los pisos turísticos, colonizadores de los bajos de la ciudad en los últimos tiempos; por los hábitos de consumo y por la dificultad de ser autónomos; los comercios de toda la vida son ya un rara avis en la ciudad. «Aquí sólo quedo yo, en esta calle había un peluquero, una panadería, una tienda de ropa, pero ha desaparecido todo. Todo lo que quitan se convierte en un bar», confiesa Adolfo, que disfruta de una jubilación activa.

Esa sensación de exclusividad también la tiene Sergio Carratalá, al frente de la Nueva Curtidora, a los pies de les Palmeretes, y que como el cerrajero Adolfo también heredó el negocio de su padre. Ni los hijos de uno ni de otro continuarán con el oficio. «Esto muere con nosotros, lo ven como un rollo y es muy esclavo», coinciden. El padre de Sergio comenzó como empleado en una curtidora de la calle San Vicente, junto al cine Carlos III, y luego se lo montó por su cuenta a espaldas del edificio de Representantes. Desde finales de los ochenta Sergio despacha al otro lado de la avenida de Jijona. La profesión de curtidor pende de un hilo, ajironada por múltiples factores que han arrinconado a la piel.

Sergio Carratalá, de la Nueva Curtidora.

Sergio Carratalá, de la Nueva Curtidora. / Rafa Arjones

«Ahora todo el mundo lleva zapatillas de deporte, ya no hay zapatos buenos; y cuando se rompen se compran otros», lamenta Sergio, que recuerda con nostalgia cuando estaban de moda las cazadoras de cuero. «Valían 50.000 pesetas, pero eran buenas de verdad, te duraban toda la vida; ahora en cualquier sitio te valen 30 euros», indica. En el local aún queda, casi de exposición, alguna alfombra de piel de toro, de las que apenas vende una al año.

La desaparición de los oficios es un efecto dominó y el cierre de uno afecta a otro. A la Nueva Curtidora le daban trabajo los múltiples zapateros que tenía el Pla, «ahora no queda ninguno», explica. Aun así, Sergio, al que le quedan pocos años para la jubilación, saca el negocio adelante como puede: reparaciones, complementos de cuero como cinturones, monederos o billeteras, objetos y herramientas para artesanos y algún producto como pegamentos, tacones o suelas para talleres. El bajón de los mercadillos artesanales, en buena forma hasta hace algo más de una década, también ha afectado al sector y la competencia de Elda y Elche tampoco afloja. Alicante no termina de responder.

El mal momento de los negocios de toda la vida no es una novedad, el suyo ha sido un descenso progresivo y muchos barrios de la ciudad ya no tienen muchos de los servicios sobre los que tiempo atrás se construían. «A ver quién monta un negocio ahora, los autónomos tienen unos impuestos brutales y al mes tienen que cerrar», cuenta Encarni López, presidenta de la Asociación de Vecinos El Magro de San Blas. «De esta manera los barrios pierden identidad, esta fuga de comercios de los barrios deshumaniza las relaciones entre vecinos», prosigue. Sobre este asunto, el hecho de comprar a kilómetros de casa, también habla Óscar Llopis, miembro de la Comisión Cívica por la Memoria Democrática y una voz autorizada para hablar del Raval Roig. «En Alicante ya ningún comercio fía, antes nos conocíamos todos», señala. La historia del barrio de pescadores de la ciudad no es ninguna excepción: apenas quedan dos comercios tradicionales. «Por desgracia es la evolución lógica, nosotros estamos al lado del centro y de una gran superficie como es Alcampo y a la gente le es más cómodo ir a comprar en coche», apunta Llopis. Benalúa tampoco pasa de largo al dilema. «Sería un buen ejercicio preguntarse por qué pasa esto y hacia dónde nos lleva», reflexiona Ernest Gil, de El Templete.

Sergio Aracil, de la relojería Aracil, en la calle Colón.

Sergio Aracil, de la relojería Aracil, en la calle Colón. / ALEX DOMINGUEZ

Otro oficio en extinción es el de relojero. El «boom» de los relojes digitales, que se cargan a la corriente como cualquier otro dispositivo electrónico, ha dejado de lado a un negocio imprescindible durante décadas. Ese descenso de trabajo en el gremio, sin embargo, ha potenciado la faena a la relojería Aracil, junto a la parroquia Nuestra Señora de Gracia. «Cada vez hay menos, pero eso a nosotros nos ha beneficiado», explica Sergio Aracil, tercera generación familiar de relojeros, y al frente del negocio junto a su hermano Jesús. Desmontan, reparan y limpian relojes, sobre todo de alta gama, pero también de pared. «Lo único que ya no hacemos y sí hacía mi abuelo es hacer piezas desde cero, pero porque ahora es fácil conseguir recambios», confiesan.

Afiladores, cristaleros, persianeros, merceros... Todas estas profesiones, imprescindibles hace décadas en los barrios, son hoy negocios en extinción arrastrados por la globalización, los centros comerciales, los grandes almacenes, las compras por internet y el turismo más agresivo. «Si queremos mantener una Alicante original, que no sea igual que las cientas de ciudades que también tienen playa, se debería hacer algo por mantener nuestros oficios», coinciden los entrevistados.

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