Había pensado dedicar esta columna a comentar De sótanos y azoteas (Castalia), un excelente libro de cuentos con el que Juan Carlos Fernández León ha obtenido el premio Tiflos, y que presentó en la Residencia de Estudiantes. "No sabía que hubiera una residencia de estudiantes en la calle del Pinar", me decía el taxista que me llevó allí, como si para ejemplificar la incuria española no bastara con la ministra González-Sinde, que ha descabezado sin inmutarse la Biblioteca Nacional. Pobre país pobre. El libro en cuestión es un paseo por la otra cara de la movida madrileña, en el revés de las películas de Almodóvar, donde el autor aprendía en el barrio de Hortaleza las artes de la supervivencia entre héroes y heroínas (y heroína). Cuando, de nuevo en casa, estaba rematando mi artículo mensual, decidí cambiar el tema, empujado por los espasmos de un mundo que en los últimos meses parece haberse vuelto loco.

En los años noventa del pasado siglo, Francis Fukuyama nos había predicado el fin de la Historia: una estación de término en que podíamos arrellanarnos a resguardo de sorpresas desagradables. Frente a las amenazas del choque de civilizaciones que profirió Samuel Huntington, Fukuyama actuó no exactamente como precursor de la alianza de civilizaciones de nuestro alumbrado presidente, sino como defensor de una civilización única, cuyos derechos civiles terminarían convirtiéndose en una conquista universal. Una civilización liberal, racionalista y laica, por la que abogaron Locke, Montesquieu y tantos otros. La ilusión del progreso continuo, ante el que doblarían la rodilla las religiones y pasaría el cadáver de las ideologías, nos había proporcionado una placidez modorrienta, de la que nos han sacado inopinadamente las trompetas del Apocalipsis. Sonó la de la gripe porcina, aunque tras sus avisos aterradores fuese y no hubo nada. El invierno fue lluvioso y desaforado, como si se hubiera desgarrado el velo de los cielos. Cuando el diluvio parecía atenuarse, las cenizas volcánicas islandesas comenzaron a esparcirse por los cielos y a cernerse sobre los motores de las aeronaves. La crisis financiera, que nuestros gobernantes se empecinaron en negar hasta reconocerla solo cuando ya salíamos -?decían- de ella, vuelve y vuelve. Casi cinco millones de parados en España, la economía de Grecia haciendo agua, las de Irlanda, Portugal y España con síntomas de contagio, las Bolsas jugando al tobogán, los pensionistas congelados, los empleados públicos empobrecidos y señalados como sujetos de la ignominia, los blogs de los diarios virtuales escupiendo de nuevo el "no pasarán" ante la retirada de circulación de un juez universal y narcisista. Los muertos que creíamos enterrados gozan de excelente salud. Así que la historia siempre vuelve, y el Duelo a garrotazos de Goya recobra actualidad. Ojalá lo que haya de venir nos pille, si no confesados, al menos con un buen libro en nuestras manos. Les recomiendo el de Fernández León.