Los últimos premios de ensayo en España (Anagrama, Espasa) han recaído en libros que tratan sobre el amor. Al mismo tiempo, Elogio del amor de Badiou se ha convertido en un inesperado éxito editorial en Francia. Además, en los últimos años se han escrito diferentes análisis sociológicos (Bauman, Beck e Illouiz) en torno al fenómeno amoroso. ¿Por qué esta proliferación de discursos sobre el amor? ¿Es acaso también el amor un consuelo intelectual ante el descrédito ideológico? ¿Un modo de escapar del nihilismo o una nueva "ideología de la intimidad" (Richard Sennet)? Tal vez se trate de un último y desesperado acto de resistencia para salvarlo del mercantilismo y del sentimentalismo.

Amar es reinventar

Elogio del amor, cuyo título rinde homenaje a la película homónima de Jean-Luc Godard, es la transcripción de un diálogo teatralizado (Festival de Avignon) entre el filósofo francés Alain Badiou y Nicolas Truong. Hay cuatro condiciones que, según Badiou, definen la actividad filosófica: ser sabio, artista, militante (político) y amante. Siguiendo la consigna de Rimbaud en Una temporada en el infierno, Badiou estima que el amor debe ser reinventado pero, al mismo tiempo, protegido de sus amenazas. Ellas son, principalmente, de tres tipos: unas por exceso de racionalidad instrumental y deshumanizadora (concepción comercial o jurídica), otras por exceso sentimental e idealista (concepción romántica) y, finalmente, las que hacen del amor una falsa ilusión que sublima el deseo sexual (concepción escéptica).

En la senda de la primera amenaza descrita por Badiou, Jean-François Lyotard emplea el término circunversión para este nuevo fenómeno relacional: la transformación de la libido en capital o del capital en libido. Algo que aborda también Fernández Porta en Eros, con un diagnóstico del capitalismo emocional a partir de un collage sociológico postmoderno (afterpop para su autor) que incluye, entre otros fragmentos desconcertantes, un relato de ciencia-ficción que informa sobre las causas del estallido de la burbuja amorosa, la programación de una TV heideggeriana (¡), viñetas de cómic o letras de canciones de Los Planetas.

El capitalismo ha mercantilizado el amor hasta tal punto que algunas empresas de contacto lo publicitan como una inversión fiable e indolora: "Tenga amor sin azar"; o "puede usted perfectamente estar enamorado sin sufrir por ello". Otras empresas rentabilizan el desamor, como nos recuerda Fernández Porta, proponiendo vengarse de la pareja "que te ha puesto los cuernos", vendiendo todo los regalos recibidos por ella. En países como Estados Unidos o Alemania se establecen, en ocasiones, contratos entre la parejas en los que se dispone que el lugar de vacaciones será elegido alternativamente por una y otra parte. Es lo que Badiou califica como la "consideración aseguradora del amor" que desprecia todo lo que de azaroso y contingente haya en una relación. Frente a dicho conservadurismo sentimental, "la seguridad y el bienestar", el autor francés reclama valor para reinventar el "riesgo y la aventura".

La secuencia amorosa, según Badiou, describe tres momentos fundamentales: la separación o diferencia inicial, el encuentro o acontecimiento y la construcción conjunta de experiencias y conocimientos. No se trata, únicamente, de una aventura placentera porque lo esencial en el amor es que éste pretende ser una "aventura obstinada". Amar, según Ortega, consiste en empeñarse en que algo exista. La idea romántica del amor reduce la experiencia al éxtasis de los inicios pudiendo el amante quedar atrapado en el hechizo del encuentro (soy raptado por una imagen, dice Barthes) e imposibilitando la construcción. Amar es, para Badiou, construcción de una verdad que supone el hecho de experimentar el mundo a partir de la diferencia. El amor, pues, no se reduce únicamente a pasión y promesa de felicidad, en contra lo que es habitual hoy en día. También hace posible conocerse a sí mismo: "El amor", para Hannah Arendt (La condición humana), "es uno de los hechos más raros en la vida humana, posee un inigualado poder de autorrevelación".

Lo que da sentido al devenir amoroso, desde el acontecimiento-encuentro al inicio de la construcción de una verdad, es la declaración del amor: "Las palabras más simples se cargan de una intensidad casi insoportable". Como sugirió Mallarmé a propósito del nacimiento del poema, las palabras hacen que el azar quede fijado. De modo análogo, para Badiou las palabras declaradas transforman el azar en destino. En este sentido, Baudrillard escribió que amar es, "en contra de toda lógica, encontrar un destino en cualquier rostro". Declarando y redeclarando se reinventa el amor, como en la conmovedora carta de André Gorz a su esposa enferma tras sesenta años de convivencia, escrita dos años antes de suicidarse juntos. Quien ama para siempre es aquel que piensa que la eternidad puede existir "durante el tiempo de la vida".

Tal vez los filósofos hayan insistido demasiado, desde Platón, en definir su actividad como amantes de la sabiduría. Aman aquello que no poseen pero su búsqueda es siempre demasiado intelectual. Olvidan que la filosofía puede ser también sabiduría del amor. Inspirados por este giro filosófico, los libros de Manuel Cruz (Amo, luego existo) y Josep Muñoz (Las razones del corazón) trazan un análisis sobre "los filósofos y el amor" (subtítulo de ambos libros): desde el amor platónico al amor como resultado de las prácticas sociales (Foucault), pasando por otras teorizaciones como las del amor divino (San Agustín), el amor utópico (Fourier) o como necesidad que trasciende las contingencias (Sartre y Beauvoir).

Manuel Cruz considera que el amor, junto al asombro, despierta la actividad filosófica y, además, constituye un nuevo fundamento que transforma el cartesianismo racionalista (pienso, luego existo) en un nuevo horizonte filosófico: amo, luego existo. ("Amo, ergo sum", declara el vaporoso protagonista unamuniano de Niebla). Claro que el amor no ofrece certeza racional de existir, no hay más evidencia que la del sentimiento y la vivencia. Cruz constata, como Badiou, que "la irrupción de la contingencia" define la experiencia amorosa actual frente a otros modelos anteriores que tendían a concebirla como inevitable o necesaria. De la imagen de la necesidad ("el amor de mi vida") hemos pasado a la imagen de la contingencia ("podría ser cualquier otro/a"). Una corriente escéptica y, al mismo tiempo, pragmática ha difuminado el romanticismo y el esencialismo con que tradicionalmente era vivido el amor. Es lo que Bauman denomina "amor líquido". Eloy Fernández Porta coincide también en este punto al escribir que cualquier idea sobre el amor es siempre "rebatible a nivel conceptual, comprobable a nivel social e indispensable a nivel psíquico".

Hay en torno el amor un desajuste entre la "experiencia" y la "idea". Josep Muñoz recuerda la perplejidad de Roland Barthes al tratar de escribir sobre el amor estando enamorado. El amado para el amante es un átopos, una imagen singular, inclasificable e irreductible. En Fragmentos de un discurso amoroso-del que la editorial Paidós acaba de publicar un libro que reúne los documentos preparatorios e inéditos de dicha obra-, Barthes confiesa que "estando dentro lo veo en existencia pero no en esencia". Dentro o fuera, el amor parece incomensurable al concepto por lo que no cabe más que relatar una serie de fragmentos o vivencias que Barthes ordena de modo alfabético: angustia, carta, celos, espera, etc.

La paradoja del amor surge, según Bruckner, al constatar cómo la liberación alcanzada ha generado nuevas e inesperadas cadenas: la aventura se transforma en obligación, el deseo en deber. Tanto la derecha conservadora como la izquierda materialista hacen del amor un nuevo modo de "salvación", unos idealizando el espíritu, otros la carne. Esclavos de la felicidad y del amor, vivimos en una época "hipersentimental" ya que la promesa de una pasión permanente, una vez frustrada, postra al amante en una sensación de extrañeza alienante, olvidando, tal vez, que "amamos tanto como los hombres pueden amar, es decir, imperfectamente".