Una vez pasado el huracán Millenium que (al igual que ahora sucede con el virus del porn for mummies a la sombra de, valga la redundancia, las famosas 50 sombras) colocó a la novela negra, fundamentalmente escandinava, eso sí, en los primeros puestos de las listas de ventas, actualmente empiezan a surgir en el género negro algunos casos remarcables de intento de renovación, motivados tal vez por el objetivo de desprenderse completamente de los últimos restos de la resaca de aquella tormenta, ahora que los focos ya no están tan presentes. Así, en el último par de años se encuentran en las librerías títulos que, manteniendo los puntos cardinales del noir (un crimen, una resolución... o no), se atreven a asomarse a algunas puertas laterales que flanquean el pasillo canónico del género.

Puzle de sangre se encuentra dentro de este grupo innovador. Una novela meritoria que parte de las bases del género negro para retorcerlo, divertirse con él (sí, esa es la frase clave: "divertirse con él") y dejarlo después de vuelta en su lugar, reluciente, pulcro y con una sonrisa de oreja a oreja: sigue siendo una novela negra pero... y lo bien que ha estado el viaje.

La novela juega hasta su misma médula con las convenciones del noir: si uno de sus pilares fundamentales es el whodunnit ("¿quién lo hizo?"), en este caso la respuesta está bien clarita en el quién, el cómo y gran parte del por qué desde las primeras páginas. Mención especial merece el revelador primer capítulo: una escena explosiva e ingeniosa, a medio camino entre el absurdo de Godot y el surrealismo mordaz de los Monthy PythonÉ y con mucha mala leche.

La clave está en no sustentar el peso de la narración sobre las preguntas clásicas, sino en llevar la atención del lector hacia otros niveles menos evidentes: en este Puzle, los personajes lo son todo. Fundamentalmente, una pareja, en principio imposible, condenada a entenderse (como recién sacada de una buddy movie: las influencias cinematográficas de la novela, tanto en estructura como en lenguaje, son más que evidentes), arropada por un reparto coral que no cae en la trampa de aparecer difuminado o poco definido: todos los personajes, por muy pequeña que sea su aparición, son sólidos, tienen una entidad casi física que soporta perfectamente el entramado de relaciones (el puzle del título) que los autores han tejido entre todos ellos. Debido a esta fuerte consistencia, los giros inesperados, encuentros y desencuentros que pueblan la trama fluyen con naturalidad porque la materia que los soporta es robusta y sin fisuras. En cierta forma recuerda a La conjura de los necios: por muy grande que sea Ignatius Reilly, gran parte de la fuerza (y el humor) de su historia se encuentra en un desfile de secundarios memorables. Igualmente, este Puzle de sangre está poblado por una insólita galería de personajes que van desde lo patético (los dos asesinos protagonistas: el Libros y el Socio, el listo que parece tonto y el tonto que parece listo; la clásica forma del double act... de nuevo el cine y la influencia audiovisual) a lo emotivo (sus némesis: Paula y Tito, la pareja de policías municipales, cercanos, cotidianos y entrañables, que se convierten en inesperados protagonistas de una historia de detectives) pasando por todo un abanico de personajes más o menos excesivos (el yonqui chulesco pero metepatas, la casada harta de la rutina que planea terminar con su marido, entre otros muchos) que, según hablan, discuten, negocian y se apuñalan (a veces no metafóricamente) entre ellos, construyen una trama llena de humor y de un puñado de misteriosas motivaciones y conexiones personales subterráneas relacionadas con el crimen, que, de hecho, son lo único que queda por resolver.

Pero definir la novela como una sucesión de episodios, a veces descacharrantes, a veces macabros, a veces tiernos, a veces reflexivos, entre un grupo de personajes notables, con el transfondo de un crimen (unos crímenes), aunque sea verdad, desde luego no es toda la verdad. Añádase a todo lo ya nombrado unas gotas de road movie, una pizca generosa de reflexión metaliteraria (los autores ejercen de críticos literarios, y se nota), un mucho de lenguaje poderosamente cinematográfico al estilo de Tarantino, directo a la mandíbula, un algo más de enredo ácidamente costumbrista (si es que tal oxímoron es posible) y sobre todo grandes cantidades de diversión, de complicidad manifiesta entre los autores que se desparrama en cada nuevo episodio.

La novela negra, modas aparte, no sólo está tan fuerte como siempre sino que crece, se atreve a romper moldes y a recomponerlos. Llámese "nueva novela negra", "post novela negra" o como se quiera: Puzle de sangre es un enorme, divertido y muy bien construido ejemplo de este post/neo/lo-que-sea género. Esperemos que las mamás se cansen pronto de enigmáticos millonarios con portentosas facultades de alcoba y esta novela tan rompedora y refrescante como sólida reciba el aplauso y la atención que reclama y merece.