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Paradojas habitadas

El geógrafo Alastair Bonnett presenta un viaje inesperado por la cara B de la geografía en la obra Fuera del mapa

El británico Alastair Bonnett. información

No conocía la obra del geógrafo Alastair Bonnett (Epping, Reino Unido, 1964) hasta que ha caído en mis manos este libro, el primero de los suyos, que yo sepa, traducido al español. Y han sido como tantas otras veces los chicos de Blackie Books quienes con su buen gusto habitual me han abierto la puerta a una obra que podemos ubicar perfectamente al lado de otros autores cercanos ya reseñados en estas páginas como Justin McGuirk ( Ciudades radicales) o Francesco Careri ( Walkscapes. El andar como práctica estética).

Pese a que en la portada los editores lo dicen bien claro («Esto NO ES una guía de viajes»), he comenzado el libro pensando que me iba a encontrar la crónica de un viajero por lugares curiosos y exóticos del planeta. Esa perspectiva, que de por sí ya me atraía bastante, se ha visto desbordada desde las primeras páginas, ya que lo que Fuera del mapa nos ofrece es mucho más. Es un libro sobre lugares, sí, pero Bonnett utiliza esos lugares como excusa para realizar una serie de reflexiones sobre conceptos como frontera, geografía, nación o memoria.

El libro comienza con el descubrimiento en 2012 de la inexistencia de Sandy Island, una isla en el Pacífico que figuraba en mapas y cartas de navegación desde hacía más de un siglo hasta que hace 5 años una expedición se encontró con que esa isla, simplemente... no estaba allí. Es una de esas historias que nos llenan de felicidad a quienes desconfiamos del mundo medido, registrado y desprovisto de misterio en que nos ha sumido el desarrollo de las nuevas tecnologías, y es que por suerte no solo quedan sitios por descubrir sino que incluso quedan lugares por «des-descubrir»...

Uno de los puntos fuertes de Fuera del mapa es que no se queda en ser un gabinete de curiosidades geográficas, sino que cada lugar mostrado es acompañado por unas reflexiones breves y brillantes del autor, que tienen el valor de hacernos replantear muchas de nuestras certezas (o de plantearnos por primera vez ideas que ni se nos habían pasado por la cabeza). Descubrimos aquí que la geografía no es algo estático (las líneas de costa, los desiertos... van modificándose a una velocidad mucho mayor de la que pensamos), que las fronteras no son líneas dibujadas en el suelo (¿qué sucede en esa tierra de nadie, a veces de varios kilómetros de longitud, que existe entre dos puestos fronterizos?) o que factores como la tecnología, el cambio climático o las exploraciones ultramarinas están dejando anticuado el concepto de mapa que hemos manejado durante siglos. Visitamos ciudades reales en las que no habita un alma (en Chernóbil, en China, en Corea del Norte) y grandes asentamientos humanos en sitios, a priori, no pensados para ello (los cementerios de Manila y El Cairo, el parking del aeropuerto de Los Ángeles), y nos planteamos si no tienen más derecho a ser llamadas «ciudades» las segundas que las primeras. Y así a lo largo de 300 absorbentes páginas y medio centenar de ejemplos..

Me ha llamado la atención de manera positiva el uso continuado y reivindicativo de la palabra lugar frente al abuso en los últimos tiempos de una palabra tan poco sugestiva como espacio. No sé si es solo cosa mía, pero cada vez que escucho o leo expresiones como espacios públicos, espacios de ocio, espacios verdes... me los imagino vacíos, o en el mejor de los casos, poblados por gente triste. La diferencia entre ambos conceptos puede que sea sutil, pero es sustancial, y no tiene que ver con una cuestión de valores (hay espacios maravillosos y lugares terribles). Es más una cuestión de complejidad... frente a la limpieza, la homogeneidad y la ausencia de contradicciones de los espacios, el lugar está lleno de matices y paradojas, de pliegues y de lecturas, de sorpresas y peligros. Simplificando, es la diferencia que hay entre un domingo de Rastro y un sábado de Ikea.

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