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Barcelona Connection

Ciudad para ser herida supone el deslumbrante debut en la narrativa de ficción de Francisco Veiga

El autor Francisco Veiga.

Dos son los ejes fundamentales sobre los que se articula Ciudad para ser herida, opera prima del periodista e historiador Francisco Veiga (Madrid, 1958): la ciudad de Barcelona y el espionaje en un mundo en el que se están desmoronando las viejas estructuras de poder. La novela de Veiga, segundo título publicado por la Editorial Mankell, inaugura la colección de novela negra del sello, si bien, en sentido estricto, estamos ante una novela de espionaje, un subgénero dentro de la novela negra. Como afirma el propio Veiga, si la novela negra esconde siempre una crítica social, la de espías plantea una crítica política.

Tras el sugerente (y poético) título de Ciudad para ser herida, el lector descubrirá un complejo thriller político ambientado en la ciudad de Barcelona, donde una investigación periodística se intercala con el trabajo de los servicios de inteligencia y una red de espionaje internacional, todo ello con el movimiento independentista como telón de fondo. De esta manera, Ciudad para ser herida pasa a formar parte de una ya larga lista de novelas ambientadas en Barcelona, entre las que podríamos destacar títulos ya clásicos como Nada (1945), de Carmen Laforet, o La plaça del Diamant (1962), de Mercè Rodoreda, si bien la novela de Veiga se encuentra mucho más próxima a las propuestas narrativas de Eduardo Mendoza ( La verdad sobre el caso Savolta y La ciudad de los prodigios, sobre todo), Manuel Vázquez Montalbán e incluso Pablo Tusset ( Lo mejor que le puede pasar a un cruasán).

Aunque Ciudad para ser herida tiene mucho de novela-reportaje que se atiene a la más estricta actualidad política (Brexit, el golpe de Estado en Turquía, Trump...), el autor ha sabido conferirle una factura literaria. Uno de los grandes aciertos es que comienza con un falso protagonista, el periodista Eugeni Julià, pero pronto se desplaza el foco hacia otros personajes. Ahora bien, el protagonismo se diluye en un personaje coral que nos ayuda a cambiar de perspectiva y a saber cosas desde otros puntos de vista, lo que resulta esencial para hacer avanzar la historia. Otro gran acierto es el de dejar fuera de campo casi todo el tiempo a un personaje como Arash, que únicamente aparece al principio y al final de la novela, aunque su existencia resulta fundamental para articular toda la trama.

Sin duda, lo más interesante de todo el libro es esa reflexión acerca de que algo está cambiando en la política internacional a nivel planetario y, por tanto, en los servicios de inteligencia de los diferentes países. Además, el espionaje político, militar y estratégico ha ido cediendo paso al industrial y empresarial, y cada vez resulta más difícil deslindar los intereses de uno y otro tipo.

La novela está plagada de citas y referencias literarias, no solo a las novelas de espías, sino a obras de muy diferente tipo y época. Así, hay un momento de autorreferencialidad que supone una puesta en abismo: «Esto no es una novela negra, es una novela de espías» (p. 87). Del mismo modo, resultan frecuentes las alusiones a Graham Greene y, en determinado momento, aparecen mencionados Orson Welles y John Le Carré. De todas maneras, mucho más determinante resulta la alusión a la atmósfera de El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, ya que Veiga nos plantea la incertidumbre de un mundo en descomposición, en constante cambio, en el que el espionaje ya no funciona como antes.

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