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Más allá del crepúsculo

El horizonte del western -ya hemos insistido en el tema- se ha ido tiñendo de oscuro. Un nubarrón de realismo con tintes tremendistas cubre las montañas de la épica gloriosa, del optimismo de la aventura donde el bien se imponía al mal, y los héroes y villanos respondían a estereotipos labrados de forma inconmovible, entre el modelo impecable de John Wayne y la maldad sin fisuras de Lee Marvin. El asunto no es nuevo. Los precedentes se rastrean desde hace varias décadas, cuando Robert Altman filmó Los vividores en 1971 y rompió muchos de los esquemas clásicos. Nada que ver con la corriente crepuscular del mejor Peckinpah - Duelo en la Alta Sierra o Grupo salvaje- rebosante, todavía, de un cierto sabor nostálgico y un gran hálito poético. Lo de ahora dista mucho de esa violencia renovada que, a modo de despedida, narraba los últimos tiempos del Oeste. Bone tomahawk de S. Craig Zahler (2015) o la magnífica Deuda de honor de Tommy Lee Jones (2015) representan esa nueva mirada, crítica y tenebrosa que se ha colado en las grandes praderas para subvertir la lírica y anunciar su final con la presencia de indígenas caníbales, o la vida sombría, de implacable dureza, de los pioneros y colonizadores, vencida por la hostilidad de las tierras salvajes. Los hermanos Coen, con los pinceles grisáceos y sepia, propios de los daguerrotipos, sin llegar a los extremos de las dos películas anteriores, ya se encargaron de ensombrecer, aunque sin traicionar su espíritu, la genial y tonificante Valor de Ley de Hathaway. Y en esa estupenda antología del género que es La balada de Buster Scrugges, en dos de sus segmentos -el del buhonero con su macabro espectáculo del «torso parlante», o en el de la diligencia camino del infierno- se hicieron eco de los aires siniestros que ahora soplan sobre el western, de igual modo que en otros tiempos, recibió el influjo de la comedia o las narraciones bíblicas.

A esta tendencia pesimista ha contribuido, sin duda, la irrupción de realizadores europeos, desprovistos de toda deuda sentimental con la historia mitificada del Oeste, al hecho de que las coproducciones procedan de capital extranjero y que los realizadores se inclinen por la sorpresa o la introducción de novedades en un género que consideran propio debido a su universalidad. Oro, de T. Arslan (Alemania, 2013), The salvation de K. Leuring (Dinamarca, 2014), Brimstone de M. Koolhoven (Paises Bajos, 2017), son algunos ejemplos de cuanto hablamos, al igual que Los hermanos Sister de Jacques Audiard (2018) coproducida por Francia, España, Estados Unidos, y Rumanía.

En la sorprendente Los hermanos Sister, Audiard aborda un western inusual en el que el diván de Freud se cuela en la silla de montar para contar la historia de dos pistoleros, cuya maldad y violencia se atempera con los trazos insólitos de la ternura para eliminar todo trazo de maniqueísmo. La elección de la complejidad en los personajes -magníficos en sus papeles, tanto Joaquin Phoenix como John C. Reilly- se extiende a los antagonistas ( Jake Gyllenhaal y Riz Amed) representantes de un tema que debió estar muy presente en algunos colonizadores del Oeste y que ha sido poco tratado: el de los socialistas utópicos que deseaban crear arcadias o falansterios al otro lado del Mississippi. El filme de Audiard es, por otra parte, un prodigio de acción y cabalgadas entre Oregón y California, narrado con un gran sentido de la elipsis donde las escenas de violencia son memorables, como la cena de los dos hermanos en un restaurante de San Francisco o la estancia en un pueblo gobernado por una mujer, nunca mejor dicho, de armas tomar ( Rebecca Root), contrapunto de momentos de acusada sensibilidad intimista, como el plano final que cierra el filme. Una suma de agudos contrastes que otorgan fuerza y vigor a una vieja historia de pistoleros que parece recién inventada, incluso para el más avezado y prevenido espectador.

En este viaje de ida y vuelta del western sombrío de un continente a otro, no estaría mal recomendar a los lectores una producción francesa, Les cowboys de Thomas Widegain (2015), titulada en español Mi hija, mi hermana, donde se nos recrea una curiosa versión de Centauros del desierto en época actual, un potente drama en torno al yihadismo y la xenofobia que abre nuevas e inesperadas rutas a la renovación del género.

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