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Un Nobel polémico

La reciente concesión del Nobel de Literatura al escritor Peter Handke ha resultado polémica. Nada más conocerse la noticia, el PEN Club norteamericano publicaba una nota de protesta donde «lamentaba profundamente» la elección Handke; en el mismo sentido, se manifestó la novelista Joyce Carol Oates y otros muchos escritores. El diario The Times, siempre tan ponderado, escribió un editorial para afirmar que el premio suponía un insulto a las víctimas del genocidio bosnio. En los años noventa, Handke fue un defensor apasionado del líder serbio Milosevic, «el carnicero de los Balcanes», a cuyo entierro asistió.

¿Por qué nos interesa tanto el premio Nobel de Literatura y todo cuanto tiene que ver con él? Está su tradición, de acuerdo, lo elevado de su cuantía, incluso sus recientes escándalos que tan bien le han venido para relanzar su nombre. Pero basta repasar la lista de los premiados y de quienes quedaron olvidados para comprender que, como toda obra humana, el Nobel es un premio pródigo en equivocaciones. En estos galardones entran en juego, a la hora del fallo, decenas de factores, incluidos los políticos. ¿Qué otra cosa, si no, fueron los premios a Orhan Pamuk o Mo Yan?

En el caso de Handke no discutimos la calidad de su obra, sino su conducta personal. Nos repugna que alguien que ha mostrado su apoyo a un genocida, vea reconocido su valor literario. A un escritor le exigimos no sólo que nos seduzca con sus libros: pretendemos que ofrezca una imagen pública impecable. Por desgracia, la naturaleza no impide que un sinvergüenza o un canalla pueda ser un excelente escritor. Si, por nuestra parte, estableciésemos reglas, ¿qué deberíamos hacer con Celine, con Dostoyevsky? ¿Qué con un filósofo como Heidegger, «el más grande entre los pensadores y el más mezquino entre los hombres», según sentenció Gadamer?

Necesitamos creer que las humanidades humanizan y nos rebelamos cuando aparece un suceso para mostrarnos que no siempre es así. A Handke no le reprochamos tanto su apoyo a Milosevic como que destruya nuestras ilusiones; pese a las advertencias de Steiner, no queremos ver que el jardín de Goethe está al lado del campo de Buchenwald.

Un canon occidental

Ojeo El canon occidental, de Harold Bloom, que tantas discusiones despertó hace unos años cuando se publicó. Visto hoy, El canon occidental es el libro de un sabio herido por la nostalgia, su esfuerzo por apuntalar un orden que siente atacado. Lo que se le discute a Bloom -lo que se le discutía- no es tanto una relación de autores y exclusividades como una determinada manera de mirar. Discusión quizá un tanto inútil puesto que la mirada de Bloom no podía ir más allá de los límites que le marcaba su propia época. Cuando envejecemos, lo nuevo abre grietas en nuestro pensamiento por las que penetra la luz del desconcierto: Bloom consideraba caótico nuestro siglo y a quienes cuestionaron su orden los llamó «Escuela del resentimiento». El genio suele ser de un individualismo feroz.

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