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Jardines ajenos

Críticos y «booktubers»

Críticos y «booktubers»

Leo, en el diario El País, el artículo que Mario Vargas Llosa dedica al crítico literario José Miguel Oviedo, con motivo de su reciente fallecimiento. Oviedo fue un gran estudioso de Vargas llosa y, en 1970, publicó en Barral Editores Mario Vargas Llosa, la invención de una realidad. Eran los años del boom de la novela sudamericana y recuerdo haber leído el libro con avidez. En aquel momento, La invención de la realidad me pareció una obra aguda, brillante. ¿Cómo la leería hoy? El tiempo nos lleva a desconfiar de los libros que un día nos deslumbraron. Lo que está fuera de duda es la calidad de Oviedo como crítico literario: ahí está su Historia de la literatura hispanoamericana, convertida en una obra de referencia.

Pero no es Oviedo quien ahora me interesa, sino el papel del crítico literario en nuestra época. En su artículo, Vargas Llosa escribe: «Sólo los grandes críticos son capaces de establecer jerarquías, dar un orden de ideas y valores a lo que, en un principio, parece una jungla». La afirmación es cierta cuando pensamos en el papel de la crítica literaria a lo largo del siglo XX, pero me pregunto si todavía ejerce ese papel en la actualidad. Tengo mis dudas. En cualquier caso, resulta difícil responder a la pregunta en un momento en que la noción de jerarquía es cuestionada y los booktubers son los nuevos prescriptores. Ignoramos cuales son los grandes críticos literarios de nuestro tiempo, pero si existen es posible que no podamos escuchar su voz entre la barahúnda de falsa información que nos envuelve.

PURO ARGUMENTO

Veo en la televisión The Accident, una serie británica que narra la lucha de unas madres galesas para encontrar a los responsables del accidente en el que murieron sus hijos. He llegado a ella por la recomendación de Sergio del Molino, en una de sus columnas en la prensa: «Europa entera cabe en ese pueblo de Gales. Un continente en menopausia demográfica, con fábricas que no echan humo y pueblos que se van amodorrando mientras miran al futuro desde los visillos». Como sucede a menudo con las series, los dos primeros capítulos son notables y se siguen con interés: un guion correcto, sobrio, que trata al espectador como un adulto, y no renuncia a una cierta complejidad de los personajes.

Con el tercer capítulo, la sorpresa se desvanece. A medida que avanza la historia, los guionistas despachan su trabajo con prisas, y sólo parecen preocupados por avivar nuestras emociones más primarias. ¿No era esto lo que hacían, tiempo atrás, los folletines que escuchábamos por la radio? Afirma la directora argentina Lucrecia Martel que vivimos en la dictadura del entretenimiento. Pero un entretenimiento ameno, que respetase la inteligencia del espectador, es necesario y no debería preocuparnos. El problema, como señala Martel, es que las series se han convertido en «puro argumento, una estructura mecánica y decimonónica por más que esté bien hecha. Las series nos han devuelto a la novela del siglo XIX. Es fruto del momento conservador que estamos viviendo».

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