Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De la comunicación como dogma e ideología

El filósofo Antonio Valdecantos publica un libro de resistencia frente a las supersticiones comunicativas de nuestro tiempo

De la comunicación como dogma e ideología

En sus apuntes sobre la lengua del Tercer Reich, el filólogo judío Victor Klemperer constató los perversos modos en que el lenguaje puede llegar a pensar y sentir por uno, tanto más cuanto mayor sea la naturalidad con la que nos entreguemos a él. Que en un estado de excepción como fue el nazismo el lenguaje mostrase esa inicua condición puede parecer hoy evidente y hasta razonable. Pero reconocerla en una sociedad moderna de individuos libres e iguales, enfebrecidos por el imperativo de comunicarse, resulta bastante más extraño, si no incómodo. El profesor Valdecantos, que ha dedicado muchos de sus trabajos y sus días a incomodar al público lector diseccionando los flancos más opacos de una modernidad tardía en permanente estado de excepción, aplica ahora su escalpelo a desvelar la maraña de mixtificaciones que convierten ese edificante imperativo comunicatorio en una asfixiante ideología, que ahorma la celebrada circulación infinita de palabras al comercio inacabable de mercancías. Ni ensayo ni panfleto, este «informe» de Valdecantos, lejos de las salmodias sobre las manipulaciones del lenguaje, tan caras a los analistas de la posverdad y otros etiquetados prêt-a-porter, es más bien una invitación a la renuncia, a la interrupción o, en fin, a dejar en suspenso el habitual manoseo de una idea de lenguaje que subordina su prestigio al de la expresión espontánea y la autenticidad vital. Inclinada a releer la Ilustración por su envés barroco, la crítica cáustica del filósofo madrileño observa las buenas maneras del desengaño, invirtiendo el orden convenido de las palabras, los sujetos y las cosas: no se trata „advierte ya en el exordio„ de que «las personas hagan cosas con palabras», sino de que «las palabras hacen y deshacen cosas valiéndose de personas». Si el monoteísmo de la subjetividad en la modernidad clásica transformó a la escritura en expresión de una conciencia soberana, al modo de Montaigne, la multiplicación de yoes interconectados ha encumbrado la comunicación a fundamento y destino de ese ilusorio sujeto hipertrófico al que Valdecantos bautizó como «súbdito tardomoderno». La que el autor llama «idea prosopofántica del lenguaje, según la cual lo que yo diga o escriba corresponde a mi yo» es aquí la raíz de una «concepción mórbida de la veracidad» exenta de interés alguno por la verdad. Valdecantos explora en fuentes justas y poco frecuentadas la genealogía de esa idea de comunicación que, en su origen, como en el ius communicationis de los escolásticos meridionales, atendía más a los cuerpos que a las expresiones y justificaba el impulso de las personas a atravesar fronteras «con propósitos anacrónicamente alimenticios». Justo la consecuencia contraria se seguiría del digitalizado dogma contemporáneo de la comunicación y su correspondiente ídolo del viaje, empeñado en que «lo que está lejos quede cerca y lo que está cerca pueda enviarse lejos». La parte destructiva del libro, sin miramientos pero sin estridencias, no deja ídolo con cabeza, ya se trate de la ingeniería política emocional ensalzada por cierto «enjambre letrado», o de la incansable «falsa conciencia» de quienes „acaso todos„, convencidos de su señorío comunicativo, olvidan que sus conversaciones suelen ser ímprobos esfuerzos por salir de los atolladeros en los que les meten las palabras. Unas palabras que „y esta es la clave„ suelen saber mucho más de sus portavoces de lo que éstos creen saber de ellas y, por tanto, de sí mismos. Es en su parte cautelosamente constructiva donde el informe desvela los motivos filosóficos que llaman al descrédito de la comunicación: entender que en estos juegos comerciales con el lenguaje, la verdad es un acto de contrabando y que el aguafiestas que la procure ha de estar dispuesto a «desreconocerse» en sus propias palabras, atendiendo al «desdoblamiento» de éstas, a su condición tanto más ajena cuanto más propias se consideren y, en fin, a su natural desencaje en su relación con ellas mismas, con las cosas y con los hablantes. La «poética de la expropiación» a que dispone ese ethos contrabandista y que Valdecantos describe con minuciosidad casi dramática, exige un distanciamiento de la filosofía con respecto al lenguaje, que se cruza, si no confunde, con el extrañamiento propio de la poesía. Pero no se trata de delimitar funciones, sino de convocar formas de experiencia que, en toda su pobreza, resistan el aura y la furia de la ideología comunicatoria y las formas de vida que la sostienen. Una resistencia cuyas consecuencias éticas y políticas no pueden ser ajenas a quien repare en las «muchas e insospechadas formas de rapiña y despojo» que tal ideología requiere para mantenerse. En este sentido, el libro de Valdecantos responde con creces a lo que parece un mandato de la recién creada colección de la editorial Underwood: lanzar al mar del mercado de las letras libros intempestivos, que, como melancólicas naves incendiarias o «brulotes», chamusquen la avidez comunicativa e incordien a los mandarines de la glosa.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats