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Jardines ajenos

Leer a Steiner

Nos pasamos la vida leyendo, pero nunca aprendemos», escribe Joan Carles Mèlich en La sabiduría de lo incierto, un viaje a través de la lectura entendida como forma de existencia. Goethe ya nos lo había advertido en sus Conversaciones con Eckermann: «La gente no sabe cuánto tiempo y esfuerzo cuesta aprender a leer. He necesitado ochenta para conseguirlo y todavía no sabría decir si lo he logrado».

Estamos condenados a leer desde nuestros prejuicios. ¡Qué difícil nos resulta librarnos de ellos! Nuestros sesgos se interponen entre nosotros y el texto, hasta nublarnos a menudo la razón. Con frecuencia, nos conducen a regiones que no habríamos imaginado, pero que, de inmediato, creemos reconocer como propias. ¿Cómo protegernos de esa confusión?

Leo algunos de los artículos que la prensa ha publicado tras la reciente muerte de George Steiner, y advierto que cada autor leyó a un Steiner diferente. Para este, fue un genio al que no encuentra objeciones: cada uno de sus libros le parece admirable; a aquel, le resulta un racista engreído que se ufana de la superioridad de los judíos; otro alaba su memoria, pero le augura un futuro incierto a su obra, que le parece débil, es decir, pronto será olvidado. Hablando de la muerte, Montaigne escribe: !La muerte es espantosa para Cicerón, deseable para Catón, indiferente para Sócrates». Y así es, cada uno miramos la misma cosa de modo diferente.

¿Cómo he leído yo a Steiner? Dejo al margen sus conocimientos, que nos abruman por lo vastos: ese dominio de las lenguas que le permitían la lectura en varios idiomas, y una curiosidad insaciable. De dónde sacaban el tiempo esos hombres -el propio Steiner, Harold Blomm- para sus innumerables lecturas y, sobre todo, cómo lograban incorporarlas a sus conocimientos. ¿Tienen algunos cerebros la facultad de no olvidar nada de cuanto leen? Pero no se trata sólo de almacenar. La memoria, por si misma, es bien poca cosa, aunque no la despreciemos, ni mucho menos. Lo que distingue al memorioso del sabio no es su capacidad de acumular conocimientos, sino la facultad que éste posee de combinarlos y establecer nuevas y sorprendentes relaciones entre ellos.

Steiner es un autor sobre el que vuelvo con frecuencia porque su lectura me resulta estimulante. Sus textos preguntan al lector, le abren horizontes, le incomodan y le obligan a arriesgarse. En ocasiones, he creído entenderlo sin dificultad; otras veces, me resultaba difícil y debía dejarlo de lado. Me pierdo con facilidad si el pensamiento del autor me resulta demasiado abstracto. ¿Qué guardo de la lectura de sus libros? ¿Qué provecho he sacado de ellos? ¿Cuál ha sido su lección? Si tuviera que resumirla en una sola respuesta, diría que Steiner me ha enseñado a vivir sin certezas, aceptar que todo juicio estético es provisional, y que en arte, los valores se adoptan por consenso y ese consenso, como él mismo dijo a Laure Adler, no nos libra de estar equivocados.

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