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Otoño de calcetines, pasados, astenia y clásicos

Comenzamos el otoño con tres obras muy diferentes, pero perfectas para acurrucarse en el sofá al abrigo de los primeros fríos…

Cualquier intento de clasificar Mono de trapo, la serie creada por Tony Millionaire, está abocado al fracaso. Ilustrador, historietista, cineasta y retratista de mascotas, el trabajo de este autor puede deambular entre lo naif y el underground más iconoclasta, entre la fascinación infantil y la reflexión trascendente. No hay termino medio en sus tebeos: son una montaña rusa de emociones que recuperan ese espíritu del juego infantil, improvisado, que toma la realidad para incorporarla a su discurso con la misma sencillez que lo destroza para cambiar de rumbo. Juguetes que toman vida siguiendo la inspiración de Collodi, lanzados a una aventura que transformará cualquier objeto cotidiano en escenario de un teatro de marionetas, profusamente decorado por el barroco estilo de Millionaire para que el lector se quede atrapado en un limbo atemporal del que no querrá salir. Posiblemente, una de las obras más importantes del cómic americano de este siglo, del que Editorial Barret publica una cuidada y extensa antología (con traducción de Esther Cruz).

Hace ya más de treinta años, desde las páginas de El Víbora el dibujante Jaime Martín se convirtió con Sangre de Barrio en notario de una generación que creció en los arrabales de Barcelona. Durísimo testimonio de una juventud que se sabía sin futuro, pero luchaba por una existencia que se le negaba. Décadas después, y tras ahondar en las biografías de su padre (Las guerras silenciosas) y de su madre (Jamás tendré 20 años), Martín concluye una particular trilogía familiar publicada por Norma Editorial mirándose en el espejo de su propia vida. Siempre tendremos 20 años es un relato íntimo que conecta y permite entender toda su biografía como persona y como autor, pero que empatiza rápidamente con toda la generación de españolitos y españolitas que nacimos en los tiempos del boom, en esos años 60 del desarrollismo donde la sociedad comienza a luchar por una democracia que ya es algo más que una utopía. Un recorrido que habla de música, de tebeos, de esperanzas y de decepciones, desde una mirada crítica que no esconde su misión catártica. Brillante conclusión de una saga necesaria.

Astenia, del debutante Andrés Tena (Bang ediciones) camina por una estrecha franja divisoria entre extremos inmiscibles, una delgada línea de simetría que establece la frontera entre la vida y la muerte. Cuando se surca ese trayecto, descubrimos que creación y decrepitud son simples reflejos simétricos de una realidad única que no percibimos. Dos partes de una misma existencia que se necesitan, una a otra, para poder ser definidas. Tena hace visibles esas paradojas con unos dibujos cuya paleta de grises y azules hacen parecer de fría asepsia, pero que su trazo orgánico y voluptuoso descubre como vibrantes, en continuo movimiento. Astenia es una lectura poliédrica, que permite obtener lecturas tan alejadas como la de la aceptación del propio cuerpo o la de la protección de la naturaleza, recombinadas desde ese prisma caleidoscópico que las une para conseguir un discurso de una potencia rompedora. Una obra sorprendente.

Y, para acabar, no se olviden nunca de los clásicos: Editorial Dolmen comienza la publicación de una de las series más importantes del cómic americano: Dick Tracy, de Chester Gould. El primer volumen de esta exquisita edición dirigida por Jesús Yugo y Rafa Marín (también traductor de la misma) se inicia con las dailies y Sundays de los años 1943-45, donde comienza el periodo de más brillo de la serie, con esa visión naif del género apoyada en una galería de villanos irrepetible. Una joya.

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