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Mank, provocación y rebeldía en la corte del viejo Hollywood

Gary Oldman interpreta a Herman Mankiewicz en Mank de David Fincher.

Mank de David Fincher es una obra excesiva en su exposición desmitificadora del Hollywood de los años 30. Con un elaborado homenaje estético, esta producción de Netflix se sostiene en una polémica obsoleta sobre la autoría del guion de Ciudadano Kane, la cual no deja mucho margen de relevancia si no es por que sirve de excusa para que podamos adentrarnos en el lado más degradante de la industria del cine. Normalmente, las películas críticas pierden frescura cuando se muestran tan agarrotadas por el resentimiento, que es lo que representa básicamente Herman J. Mankiewicz, interpretado por Gary Oldman y protagonista de este viaje a las cloacas de los grandes estudios que termina pareciendo más un ajuste de cuentas que la apreciación sobre un proceso creativo, tal y como se venía publicitando. El malogrado guionista encabeza el elenco de personajes como principal bastión de resistencia moral e intelectual ante las corruptelas de los magnates de la época.

Amanda Seyfried es Marion Davis, la amante de Hearst.

Para la cinefilia, Mank supondrá una oportunidad perdida de descubrir los entresijos creativos del guion de la fascinante y sombría Ciudadano Kane, y para la audiencia menos entendida, serán más de dos horas de arrinconamiento frente a conversaciones interminables sobre unos temas que Fincher entiende que son de sobra conocidos por todo el mundo. En el encierro del protagonista, que dicta desde el anonimato lo que para muchos es una de las mejores historias que se hayan rodado jamás, la película recupera una controversia zanjada hace tiempo con la aportación de diferentes testimonios que probaban la importancia crucial de Orson Welles en el texto final del guion de Ciudadano Kane. No es esta una versión que interese a Fincher, que se limita a agrandar la figura del guionista, frente a una aparición muy limitada y decepcionante de Welles, interpretado aquí por Tom Burke. El resultado es un claro abrazo de Mank a la versión que defendió la crítica Pauline Kael sobre la autoría exclusiva del guion por parte de Mankiewicz, pese a que finalmente ambos figuran como coautores. Junto a las escenas del encierro de un guionista derrotado y obligado a escribir en la sombra y a contrarreloj, discurren los flashbacks que nos explican el contexto tremendamente convulso de sus desencuentros anteriores con la cúpula hollywoodense. Es quizás el mayor acierto de la película su vigencia a la hora de trasladarnos a la crisis política y social de los años 30 en Estados Unidos. Por entonces también afloraron con especial virulencia la manipulación mediática y el interés de las élites económicas en controlar las campañas electorales y en implantar el pánico al extranjero o al comunista, a la vez que pedían enormes sacrificios a sus trabajadores. Esta falta de miramientos, se traducía en fabricación de noticias falsas y chantajes emocionales con el fin de empobrecer aún más a la mano de obra que era la base de sus imperios, mientras protegían lo que ellos denominaban como «el modo de vida americano», cuando en realidad se estaban refiriendo al modo de vida de unos pocos. Empresarios de los medios de comunicación como William Randolph Hearst subieron a un olimpo de personajes tremendamente influyentes en todas las esferas de la vida pública, y la fotografía de Mank, que dialoga interesadamente con el aspecto de películas como la propia Ciudadano Kane, sin duda resulta perfecta para reflejar esa opulencia desmedida y artificiosa que el propio Mank no duda en arruinar con su incómoda presencia y su integridad rebosante de orgullo y descaro. Ese juego megalomaniaco de los poderosos moviendo sus hilos se vislumbra en la película a través de escenas generalmente muy estiradas, con una tendencia insaciable a lo discursivo y a lo falto de naturalidad, cuando no directamente al sermoneo. Entre todos esos momentos deslumbrantes a la vez que distantes, me quedo con el claro interés del personaje de Mank por presentar a Hearst con algunos rasgos quijotescos. Esa mirada del personaje de Oldman a la obra de Cervantes y a su atemporalidad da pie a un par de secuencias para el recuerdo, quizás las mejores, y es también un recurso perfecto para establecer paralelismos con esta o cualquier otra época en la que puedan imperar el sensacionalismo, la corrupción y las imaginaciones grandilocuentes de un club de ricachones sin escrúpulos que se otorgan a sí mismos unas responsabilidades que nunca merecieron.

*Toni Cristóbal es director del Festival de Cine de Sant Joan

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