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Más de la familia Aubrey

La noche interrumpida es la segunda de las novelas de la trilogía de Rebecca West sobre los Aubrey. Quienes hayan leído la primera no se arrepentirán de volver sobre los pasos. Arranca unos años después de The Fountain Orverflows (1957), el título original de la entrega inicial de la serie, en la década de 1910, los días antes del inicio de la Primera Guerra Mundial. Tras la desaparición del soñador Piers Aubrey, la fortuna familiar se ha incrementado. Clare ha sabido tomar las riendas y disfruta de la amistad y del apoyo de Morpurgo, un amigo de su padre. El hermano menor, Richard Quinn, todavía está en la escuela y empieza a considerar Oxford como un futuro no muy lejano. Cornelia, tras la devastación que le supuso tener que aceptar que no posee la habilidad musical de su madre y sus otras dos hermanas, trabaja de marchante de arte, mientras que Mary y Rose persiguen la perfección artística mientras se forman como pianistas. A medida que el mundo se sumerge en la guerra, el cambio llega a la casa Aubrey; probablemente el final es inevitable, y West lo sugiere con delicadeza conmovedora.Y les dejo con el resto de las imágenes: unas existencias que transcurren en las prósperas casas de estilo eduardiano tardío, románticamente quizás demasiado amuebladas en la moral y el estilo.

Cicely Isabel Fairfield (1892-1983), que firmaba bajo el seudónimo ibseniano de Rebecca West, brilló en la crítica literaria y en el reporterismo con Cordero negro, halcón gris (1941), casi 1.400 páginas de inmersión balcánica, y fue una de las grandes escritoras inglesas del siglo pasado. En su trilogía inacabada –Cousin Rebecca West y la segunda parte de una trilogía que vio la luz después de su muerte Rosamond al igual que La noche interrumpida se rescató y publicó tras su muerte- transmutó la propia vida en una especie de arte imperecedero.

Provista de un coraje inusual, era una romántica en el más alto sentido de la exigencia de soluciones universales. Feminista de primera hora, creía en la concepción cristiana del hombre y en la interpretación de la Revolución Francesa de sus necesidades políticas. Pero también era romántica en un sentido mucho más simple. Como novelista le gustaba escribir sobre personas ricas, bien parecidas, de alta cuna, y a su público leer sobre ellas. Por contra, le resultaba difícil perdonar la fealdad o la grosería; las multitudes, el populacho con dentaduras postizas baratas. Esta confusión emocional se debía, según he leído, a la impaciencia con la que abandonó la estrechez económica y la justa respetabilidad de su apasionada juventud. El efecto de las riquezas en las personas y de los hombres en las mujeres, eran para ella formas de esclavitud, pero, como Scott con El gran Gatsby, piensa que aunque el dinero corrompe, también produce una forma de vida envidiable y civilizada, y no hay nada que podamos hacer al respecto. Los buenos escritores rara vez son lo suficientemente honrados para admitir este tipo de cosas, pero ella lo hizo. Con energía y entusiasmo ilimitados pidió armonía, pero no moderación. Respondía exactamente a los apelativos con que la habían rebautizado los conocidos y su círculo más estrecho; a veces era Cissie, el diminutivo de su nombre de pila, otras, Panther. Qué se podría esperar, si no es determinación y fiereza, de alguien que comienza la despechada carta a su amante H.G.Wells de esta manera. «En los próximos días, no me va a quedar otro remedio que levantarme la tapa de los sesos o cometer un acto aún más devastador que el propio suicidio. Sea como fuere, no pienso tolerar que otros se apropien de mi final». Afortunadamente logró sobreponerse a las adversidades del amor inmaduro y vivió muchos años más para contarlo.

Me gusta en mayor o menor medida casi todo lo que escribió West, a su manera una heroína del siglo XX, desde la gran obra Cordero negro, halcón gris hasta El significado de la traición (Reino de Redonda), su poliédrica y fascinante visión de los traidores, o El retorno del soldadoo Los pájaros caen, dos novelas conradianas, no en el sentido de su estricto valor literario sino en el de que nadie, excepto Conrad, podría haberlas escrito.

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