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Tropecientasmil páginas: ¿y qué?

The Paris Review ha convertido las entrevistas en un género literario. Esta selección reúne cien retratos que abarcan la época dorada de la literatura universal del pasado siglo

Tropecientasmil páginas: ¿y qué?

Un libro de entrevistas no es un libro fácil de digerir. Puede ser entendido como esos viejos y mohosos refritos que nos llenan los dedos de pringue conforme pasamos las páginas. Luego, viene la segunda suspicacia: ¿entrevistas a escritores?, uy, lo que interesa es lo que escriben, no lo que digan fuera de sus libros. Y aún vendrá una tercera torcedura de morro: cualquiera se traga casi tres mil páginas, si al menos fueran sobre sagas familiares llenas de traiciones y amores sufrientes, o sobre intrigas palaciegas de cuando las pirámides o Demetrius y los gladiadores… Además, poco tiempo después podremos disfrutar a tope cuando veamos esas novelas convertidas en series televisivas. Olvidan, quienes así piensan, algo importante: hay una larga tradición de entrevistas que, convertidas en serie, nos ofrecen ratos de placidez que pocas veces hemos experimentado en nuestra vida cuando hablamos de esa cultura llegada a nuestras casas desde la pantalla del televisor.

Casi sesenta años duran estos dos volúmenes en que cien novelistas, guionistas de cine, ensayistas, poetas y dramaturgos hablan de su trabajo, de lo que viven dentro y fuera de sus libros, de cómo detalles en principio insignificantes de su escritura se convierten en un modelo imprescindible para entender mejor, no sólo lo que se cuenta en sus páginas, sino lo que esas páginas han significado y significan en nuestras propias vidas. Leerlas, leer estas tropecientas mil páginas, es un ejercicio de cuyo normal agotamiento no quieres recuperarte. Sencillamente, porque no hay agotamiento de ninguna clase. Y lo dice alguien que cuando se enfrenta a un libro gordo (así le gustan a John Steinbeck), lo primero que hace es cruzar los dedos delante de la tapa o sacarle una ristra de ajos, como a Drácula.

Pero, en cualquier caso, he de admitir que mis reticencias frente a los libros gordos estaban presentes cuando abrí el primero de los volúmenes, el que va desde la entrevista a E. M. Forster, realizada por P. N. Furbank y F. J. H. Haskell en 1953, a la que protagoniza John Ashbery, con preguntas de Peter A. Stitt medio siglo después. Pero a los cinco minutos, todos mis temores se esfumaron a manos de un entusiasmo que me llevaba a subrayar párrafos, a remansarme en ciertas frases sobre el arte de la escritura, a meterme en esos charcos casi siempre de difícil salida que es toda escritura que valga la pena. Me revolvía de gozo «oyendo» a Simenon, William Faulkner, Elizabeth Bishop, García Márquez, Ernest Hemingway, Dorothy Parker, Isak Dinesen… «Siempre estoy leyendo libros, tantos como haya disponibles. Yo mismo me los raciono, para no quedarme nunca sin existencias», dice el autor de París era una fiesta para abordar un asunto que se repite a lo largo de casi todas las entrevistas: la lectura es un oficio, tanto como la escritura. En eso incide también Elizabeth Bishop cuando habla de los cursos de escritura a los que asistía de estudiante: «Me temo que no creo que sea posible enseñar a escribir». Y un poco más adelante, al referirse con sorpresa a que cada vez hay menos alumnos en las clases de Literatura: «Y al mismo tiempo parece que el número de personas que quiere recibir clases de escritura no deja de crecer». Sabía, esa escritora de envergadura planetaria, que leer es más importante que escribir. Ella lo decía en1981, pero hoy tiene absoluta vigencia su descontento: mucha gente prefiere escribir, aunque no haya leído un libro en su vida.

El segundo volumen empieza con la entrevista que le hace Christian Salmon a Milan Kundera en 1984 y se cierra con las respuestas de Roberto Calasso a Lila Azam Zanganeh en 2012. Sigue el gozo con el oído pegado a lo que cuentan Cortázar, Philip Roth, Marguerite Yourcenar, Ray Bradbury, las premios Nobel Toni Morrison y Doris Lessing, Billy Wilder, Iris Murdoch… Muchos de esos nombres señalan la necesaria distancia entre el solitario oficio de escribir y las lentejuelas del éxito.

Así, en general y particularmente, me quedo más con el primer tomo que con el segundo. Pero en los dos encontrarán ustedes esos libros imprescindibles en nuestras vidas y a quienes felizmente los escribieron. Tropecientas mil páginas, sí, ya sé. ¿Y qué?

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