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Cuentos para un siglo XX (o XXI)

No lo abras jamás.

El cuento forma parte de la educación del ser humano. Durante siglos, ese pequeño relato de naturaleza oral se conformó como un método eficaz de transmitir a los más pequeños enseñanzas sobre la vida. Estudió Vladimir Propp que su utilidad social se podía sintetizar en 31 funciones básicas, que pueden ejemplificarse en esos avisos en forma de moraleja sobre el comportamiento que tanto abundaban en los cuentos. «No salgas por ahí o se te comerá el lobo», «no aceptes dulces o la bruja te atrapará», aprendían aterrorizados niños y niñas, en unas advertencias que no se diferencia en su fondo a la que hoy damos a nuestros hijos e hijas. Pero ¿cómo han evolucionado esos cuentos en el mundo moderno? Muchos han actualizado las formas y estéticas para traer a nuestros días el mundo de los Grimm, revestidos de estéticas neo-tech y steam-punk, pero quizás la cosa no es tan fácil. 

El mundo cambia, la sociedad se desarrolla y los mensajes de antaño pueden ser válidos hoy, pero también nacen otras precauciones donde la cultura popular toma la función del cuento. Los cómics y el cine de la serie B de los años 50 usaron la ciencia-ficción y el terror para ejercer esa función de aviso, pero también de reflexión sobre el mundo que nos rodea. Aunque fueron perseguidos y silenciados por unas autoridades que no entendían que esos cuentos iban dirigidos a adultos, los cómics de los años 50 y 60 se llenaron de relatos cortos que reflexionaban sobre el futuro de la humanidad desde un amenazador presente.

En los EE UU, el miedo atómico se convertía en miedo a la tecnología, y el miedo a la invasión exterior, en obsesión por la llegada de terribles marcianos, venusianos o jupiterinos. Es cierto que los argumentos repetían esquemas, quizás limitados a los siete posibles que enunciaba Christopher Booker o los diez que proponía Black Snyder, pero leídos hoy son una delicia que tras un muro de aparente ingenuidad esconde no pocos anuncios de una terrible realidad que es ya cotidiana. 

De todas, reconozco mi debilidad por las dibujadas por Steve Ditko: la habilidad del co-creador de Spiderman para la expresividad de sus personajes y para la creación de entornos de pesadilla es perfecta para trasladar al lector inquietantes reflexiones. Si la editorial Diábolo había publicado hace años tres indispensables volúmenes de este autor (Strange Suspense, Mundos inesperados y El viajero misterioso) que recopilaban sus historias de principios de los 50, en la época previa al Comics Code, ahora la editorial Panini publica Maestros Marvel del Suspense Steve Ditko, donde se recogen las historias que a finales de esa década guionizaran Stan Lee o Carl Wessler para este genial dibujante en la Editorial Atlas, el precedente de la actual Marvel. Pese a que ya imperaba la autocensura del Code traducida en moralizantes finales felices, Ditko consigue maravillosas historias donde los géneros se fusionan creando decenas de posibles futuros desasosegantes que, con seguridad, estuvieron en la mente de los creadores de otra joya de la cultura popular de la época, The Twilight Zone. Historias donde no importa el final, sino esa chispa inicial, esa idea perturbadora que no podremos quitarnos de la cabeza. 

Pero ya en el siglo XXI, el cuento sigue evolucionando y planteándose su función de parábola para una sociedad en aceleración continua. Ken Niimura toma dos de las funciones de Propp, la prohibición y la transgresión, y las lleva a los usos narrativos del manga en No lo abras jamás (Astiberri), pero transformando la moraleja aleccionadora en reflexión sobre la libertad y sus consecuencias. Leyendas tradicionales de Japón que resultan ser universales en su planteamiento, pero atemporales en sus lecturas y enseñanzas, demostrando que el potencial del cuento no conocer épocas ni lugares, forma parte de la esencia de un ser humano que necesita contar historias para entender su sentido en este mundo. 

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